sábado, agosto 29

Payadores negros

LOS NEGROS Y LA PAYADA

Entre el candombe y el tango se reconocen etapas o períodos. Uno de ellos es el de la payada. Siguiendo la definición tradicional consiste en el canto del payador, y de la competencia o contrapunto de dos o más payadores. Payador por su parte ha sido definido como el cantor popular que acompañado de guitarra, y generalmente en contrapunto con otro, improvisa sobre temas variados.

En este último caso se habla de payada de contrapunto. Se establece en el confrontamiento entre los cantores-payadores una competencia poético musical, en la que ambos tratan de superarse logrando de esa manera el apoyo y la adhesión popular. Para Leopoldo Lugones, la payada es el certamen improvisado por los trovadores errantes. El tema, como el de las églogas de Virgilio o de Teócrito, tiene un fondo filosófico que se desarrolla por preguntas y respuestas. El buen payador inventaba también el acompañamiento recital de sus canciones.

En esta actividad artística y musical, también hay herencia aborigen, ya que el payador no fue originalmente urbano sino, rural. Basta para comprobarlo releer las observaciones de los varios viajeros de la época hispana, como también las cartas de Hernandarias al rey de España, donde dice haber erradicado a los que estaban todo el día sin hacer tareas de provecho y se pasaban todo el tiempo tomando mate y cantando con la guitarra en la mano, solos o en grupos. Por ello, el payador es un personaje muy típico del Río de la Plata y ha dado lugar al nacimiento literario de un personaje como Santos Vega. La parábola de este poema es la payada con el diablo y la muerte final del cantor-payador. Puede ser tomada como el significado de la inevitable muerte de este canto y su confrontamiento lírico y musical, por la acción del progreso material, que implicó de manera directa el ingreso al nivel de vida de nuevas formas, al mismo tiempo que señala la desaparición física del gaucho cantor, con toda la herencia cultural del negro y del indio sublimadas en el mestizo que es el gaucho. Además, de la payada de Santos Vega, ha quedado en las páginas de la literatura nacional la de Martín Fierro y el negro. La derrota de este, también puede ser tomada como un signo premonitorio del destino final de la raza negra, en una civilización de blancos: su derrota cultural y su desaparición física.

A la influencia o herencia aborigen, mencionada antes, por ser la payada original un fenómeno cultural agrario y rural, hay que agregar la influencia de los negros con sus confrontaciones tamboriles -a los que hacen alusión las fuentes hispanas, ya enunciadas- por el sonido monocorde durante horas. Es lo que Néstor Ortiz Oderigo llama los diálogos organográficos, que terminaban cuando un contrincante dejaba fuera de combate al contendiente.

No es fortuito que ante la poca penetración de los negros en la literatura que podemos llamar blanca, expresada en la novela y el periodismo, sus mejores creadores literarios, volcados en la veta poética hayan logrado destacarse en la poesía payadoresca, a la que se debe agregar la colaboración periodística en prosa, pero en este caso como seudópodo, reafirmando sus valores payadorescos. Los libros publicados que llevan el nombre de payadores son para reafirmar sus condiciones de contendores versales y no como prosistas probados.

Otra particularidad hay que hacer notar respecto a todos los payadores en general, y a los de color, en especial. Es la de haber incursionado en alguna etapa de su trayectoria, como compositores de música o letristas en el tango, en la época en que éste era semiurbano y semirural, por estar en la etapa de definición desde la payada, la milonga y el tango ciudadano. Ello indica que los payadores de la campaña, o sea, desde los pueblos de la campaña, se fueron acercando, cuando no afincando, en las grandes urbes como fueron Santa Fe, Córdoba, Rosario y Buenos Aires.

Sin pretender hacer una lista totalizadora se dan a continuación breves biografías de los más destacados payadores que tienen raigambre africana:

ACOSTA GARCÍA, LUIS

ALFARO, ANDRÉS

BARRERA, RAMÓN

BETINOTI, JOSÉ

CAGIANO, ANTONIO A.

CAZÓN, HIGINIO

CEPEDA, ANDRÉS

CURLANDO, FEDERICO

DAMILANO, JUAN

DAVANTES, TOMÁS M.

DÍAZ, MAMERTO

DORREGO, CELESTINO

EZEIZA, GABINO

FERRETI, CONSTANTINO

GARCÍA, JUAN J.

GARCÍA, LUIS

HIDALGO, FÉLIX

JEREZ, PABLO

JUÁREZ, FELIPE

LUNA, PANCHO

MANCO, SILVERIO

SUÁREZ, RUDECINDO

TREJO, NEMESIO

MARTÍN: sobre este payador moreno es más lo que se ignora que lo que se sabe de su vida. Así por ejemplo se sabe que era conocido por el apodo de Matilibimbe y que sostuvo una payada con el payador Agapito, posiblemente bajo la carpa de un circo. El resto de su actividad se desvanece en la ignorancia de hechos probatorios.

RAMÍREZ: Con este payador moreno se repite la circunstancia ya dicha en el caso anterior, es más lo que se ignora que lo que se sabe. Se lo ubica como afincado en la zona de Dolores, Buenos Aires, donde trabajaba en tareas rurales, las que dejaba para celebrar payadas en los partidos cercanos. Así se menciona la payada con el manco Baigorria, ya citado antes, en el ex partido de El Vecino, hoy General Guido.

Quedan otros nombres para incluir en esta lista somera, como Pancho Luna de quien se hablaba en la época rivadaviana o Valentín Ferreyra, de la zona de 9 de Julio, Buenos Aires, para el filo de la federalización de Buenos Aires, pero la enorme ausencia de datos creibles y comprobables, hace que se dejen sin mencionar.

Una curiosidad posible de apuntar, es la referida al homenaje popular brindado a los negros de la ciudad de Buenos Aires. Se estima que sus calles, plazas y parques están adornados y embellecidos por unas 2.000 estatuas u obras de arte. De ese número sólo tres corresponden a negros. Uno es el recordatorio de la esclavitud, otro el de Falucho y el tercero de Gabino Ezeiza.

Una variante en la poética popular la constituyen los versos de los pregoneros. Esta actividad es muy antigua data, conociéndose su actividad en las ciudades griegas y romanas, pero fue en la Edad Media, donde tuvieron un apogeo inusitado. En la época del dominio español el pregonero callejero, adquirió los perfiles de la actual publicidad televisiva, pues al mismo tiempo que mostrar la mercadería, decían en palabras muy directas las virtudes y el precio de los pregonado. Por ello, en las viejas crónicas virreinales se encuentran menciones de pregones de todo aquello que podía ser consumido por la población, ya fuera la carne, como el agua traída del río, el pan, la leche o la mazamorra, y también profesiones como la de hormiguero, jardinero, trenzador, frutero, pocero, etc.

Han quedado reflejados en las litografías de Bacle o en los cuadros de Vidal o de Pellegrini, haciendo el pregón y vendiendo al menudeo. Por las noches esos pregoneros de mercaderías eran reemplazados por los pregones de los serenos, que además de dar las condiciones climatológicas, daban con la afirmación de Sereno, la tranquilidad para seguir durmiendo o descansando. Con el correr del tiempo y el avance material, fueron reemplazados los pregones por los carteles, pues ya el nivel de alfabetismo hacía posible la lectura de los mismo. Quedaron como resabio los negros y negras que vendían y pregonaban por las calles la mazamorra, las tortas y los pasteles, intentando reunir el dinero necesario para el cotidiano vivir. Estos a su vez fueron desapareciendo por sucesión biológica y adelantos técnicos.

Tangueros de Sangre Negra:

Carlos Posadas

El primer hombre negro que llegó a América lo hizo como explorador y no como esclavo: fue don Alfonso Prieto, piloto de la Pinta con Pinzón y Colón. Esto lo apunta Marcos de Estrada en su interesante estudio titulado Argentinos de origen africano, que editara Eudeba en 1979.
Es que la trata -o sea el tráfico de negros para venderlos como esclavos- comienza a partir del siglo XV (en 1693 aparece la primera referencia sobre la esclavitud en el Río de la Plata) alcanzando una inconcebible magnitud durante los últimos años del siglo XIX. Diversos autores (Du Bois, Ducasse, entre ellos) estiman que durante este lapso de trescientos años, más de ciento cincuenta millones de personas fueron arrebatadas de su Africa natal.
No resulta fácil saber con exactitud el origen de los negros que, como esclavos, llegaron al Río de la Plata.
Según Bernardo Kordon 1- tanto en Brasil, como en Uruguay y en Buenos Aires, desaparecieron los documentos más importantes del tráfico negrero. No obstante se ha aceptado que los negros porteños procedían mayoritariamente del Congo y de Angola: eran los llamados bantúes.
También existen marcadas diferencias entre los diversos investigadores, acerca de la cantidad de negros esclavos llegados a nuestras costas. Ricardo Rodríguez Molas
2- habla que «posiblemente no menos de doscientos mil esclavos ingresan en los doscientos treinta años posteriores a 1580, por los puertos de Buenos Aires y Montevideo...», aunque el empadronamiento de 1744 y los censos realizados en 1778 y 1810 arrojaban cifras exiguas para nuestra ciudad.
 En 1744 la proporción de negros respecto del total de la población de Buenos Aires, era del 14,1 % (1.701 negros, mulatos y zambos), porcentaje que llegó al 29,6 % en 1810 con un total de 11.837.
En las décadas siguientes esta participación sufrió distintas oscilaciones. Hacia 1822 la cantidad se había incrementado a 13.685 personas (8.795 morenos y 4.890 pardos); por 1836, según el censo mandado a realizar por Rosas, la cifra llegaba a 14.906, calculándose que a principio de los años cuarenta, el número de pardos y morenos rondaba los 20.000.
Pero es muy interesante remitirse al censo de 1887 ordenado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires que distinguió entre la población blanca y la de color. Los guarismos revelan que, para entonces, solos existían 8.005 negros y mulatos en la ciudad de Buenos Aires, sobre un total de 430.000 habitantes.
Y otro dato a considerar, es la memoria del censo realizado en 1895, donde se expresa que se resolvió no estudiar la composición étnica de la población porque el corto número de negros, mulatos e indios civilizados lo hacía irrelevante.
Pero, sea como fuere, la sangre negra influyó en el desarrollo de distintos oficios y profesiones en la Argentina y también enalteció los cuadros militares de la patria en sus guerras emancipadoras. También es innegable su presencia en algunos patrones culturales de ambas márgenes del Plata. A uno y otro lado del ancho río se cultivaron danzas negras como la calenda y la bambula, el candombe y la chika y se oyeron los ecos de tambores y tamboriles, de mazacollas y marimbas, de hueseras y tacuaras. En danzas como el malambo -nombre de origen africano- y la milonga -voz de idéntica procedencia- se observan características acerca de cuya africanía resulta ocioso discutir.
Sin embargo no es posible una afirmación tan rotunda respecto de la génesis del tango criollo. Vicente Gesualdo en su monumental obra Historia de la Música Argentina (Beta 1961, vol. 2) recorre las diversas etimologías de este vocablo que, a pesar de su innegable sonoridad africana, aparece también en la literatura del medioevo español y en el lenguaje de diversos pueblos europeos y americanos. A ese respecto dice Vicente Rossi  que podría publicarse un respetable volumen con los supuestos oríjenes (sic) del Tango, descubiertos por nuestros cronistas y los de todas las lenguas más o menos vivas. No quedaría un solo rincón de la tierra sin citar. Para este autor el tango proviene de la música negra a través de la milonga montevideana.
Pero no es motivo de esta nota discutir los orígenes del tango criollo, aunque vale apuntar -al menos para incitar a la reflexión- que su gesta se produjo simultáneamente a la de otras manifestaciones urbanas: el fútbol, el teatro, la literatura y las artes localistas. Esto, en principio, nos estaría indicando la improcedencia de intentar su estudio al margen de todo ese proceso de auténtica raigambre popular.

Los POSADAS
Los primeros músicos del tango criollo debieron ser cuasi ambulantes como dice Fernando Assunçao  aunque no carentes de verdadero virtuosismo. Muchos nombres se perdieron en la memoria del tiempo; otros perduran sin demasiada certidumbre sobre su existencia (el negro Casimiro, por ejemplo). Pero al mismo tiempo hubieron músicos y compositores de reconocida trayectoria, cuyas obras fueron preanuncio de la gran renovación musical ocurrida décadas más tarde.
Entre ellos se encuentra Carlos Posadas, hombre de raza negra -violinista, pianista, guitarrista, compositor y director- miembro de una familia de destacados músicos con sólida formación académica.
Fue Carlos Posadas quien inauguró esa línea de evolución estética que reconocemos en la obra de Agustín Bardi y José Martínez, entre otros. Ya en sus primeras composiciones -El Toto, El Taita, El Calote- aflora esa inventiva musical que define a sus composiciones más perdurables: Jagüel y El Tamango.
Como ejecutante del tango tuvo muy poca actuación. Se anotan algunas orquestas que dirigiera desde el violín o desde el piano en bailes de carnaval y en ciertos escenarios porteños. Su verdadera trascendencia y su definitivo aporte al tango, está en su trayectoria de compositor.
Carlos Posadas nació en Buenos el 2 de diciembre de 1874 y murió a los 44 años de su edad el 12 de noviembre de 1918. Era uno de los hijos de Manuel Posadas, periodista argentino de origen africano, nacido el 18 de octubre de 1841 y de Emilia Smith, también morena.
Don Manuel tuvo verdadera pasión por la música y en su adolescencia tomó clases con el profesor Silveira, destacada personalidad de aquel entonces. Pero también fue guerrero del Paraguay. Enrolado en el 2º batallón del 3er. regimiento al mando del coronel José María Morales, se ganó meritoriamente el grado de sargento. Después acompañó a Mitre en su intento revolucionario de 1874 y otra vez en la revolución de 1880 estuvo al lado de su admirado coronel Morales peleando en los combates de Barracas y Puente Alsina. Empuñó el fusil en la revolución del 90 al lado de los sublevados del Parque de Artillería. Fundó periódicos y colaboró asiduamente en el diario La Nación recién lanzado por Bartolomé Mitre. Dos de sus hijos -Carlos y Manuel- transitaron caminos de la música. (Tuvo un tercer hijo llamado Luis María, ajeno a esta actividad).
Manuel, nacido en 1860 (por ende, catorce años mayor que Carlos) fue el primero en mostrar su vocación. Don Manuel padre -con la muy presumible ayuda de Mitre- pudo enviarlo a estudiar a Europa con el violinista belga Eugene Ysauye. Llegó a ser primer violín del Teatro Colón, profesor del Instituto Nacional de Ciegos y, nada menos, que maestro de Juan José Castro. También dirigió grandes orquestas que animaron bailes del carnaval de principios de siglo. El diario «La Tribuna» del 11 de febrero de 1903 comenta al respecto: «El Politeama Argentino presentará en los próximos bailes una innovación que será recibida seguramente con satisfacción por el elemento bailarín. La empresa se ha ocupado especialmente de organizar una orquesta de 40 profesores en su totalidad argentinos, bajo la dirección del maestro Manuel Posadas...»
Fue, por supuesto, quien guió los primeros pasos de Carlos en el aprendizaje del violín y en los secretos de la composición musical.
Carlos se casó con Mercedes Sumiza y tuvo varios hijos: Manuel Carlos, Luis María, Emilia, Haydée, Delia, Adela y Julia. Como violinista actuó en algunas orquestas con repertorio clásico y hacia 1917 fue concertino en la del teatro Avenida dirigida por el maestro Penella que interpretaba especialmente operetas y zarzuelas en boga.
Como guitarrista -instrumento del que era eximio ejecutante por heredada vocación paterna- trabajó en el Teatro Opera en la famosa compañía de Madame Rassimi.
Con los hermanos Juan José y José María Castro, Carlos Posadas solía actuar frecuentemente en servicios religiosos. Y vale decir que Juan José Castro, en nombre de esa amistad, le dedicó su excelente tango ¡Qué titeo! También supo presentarse, con un trío que integraba junto a Ennio Bolognini en celo y Pizzapia en piano, en las primeras salas cinematográficas de la ciudad.
Según Ulyses Petit de Murat  muchos formadores importantes en la evolución tanguística pasaron por lo de Hansen, (entre ellos) el autor de El Jagüel y Cordón de Oro, (quien además) amenizaba las farras en lo de Laura.
Idéntica es la opinión de Néstor Ortiz Oderigo : «... al promediar el siglo diecinueve durante un vasto lapso, el arte sonoro y los músicos afroargentinos, sobre todo los pianistas, monopolizaron o poco menos, las famosas «academias de baile»... ¿Algunos nombres? El ya legendario Alejandro Vilela, Tiburcio Silbarrio, Rosendo Mendizábal, Harold Phillips, Juan Santa Cruz, el Negro Posadas...»
Tuvo asimismo una destacada labor docente en la formación de músicos e instrumentistas; entre sus discípulos se cuenta, entre otros, la renombrada concertista María Luisa Anido.
Carlos Posadas mantuvo una larga e inalterable amistad con grandes músicos tangueros: Juan Bergamino -el autor de Joaquina- era el padrino de su hijo Carlos; con el violinista Ernesto Zambonini, «El Rengo», solía encontrarse en el café El Maratón de Costa Rica y Canning; con Maglio (a quien le escribiera en el pentagrama muchas de sus brillantes composiciones) solía reunirse en el famoso Garibotto de Pueyrredón y San Luis, donde actuaba el inefable Pacho por 1910. (Llegué a conocer este almacén llevado por mi padre en inolvidables mediodías domingueros).
Su obra revela -como dije- una inspiración tan singular, que lo coloca entre los autores de mayor originalidad creativa en toda la historia del tango. Fue el precursor de esos tangos que rezuman pampa, que trasuntan un hálito campero inspirados, quizás, por el criollismo porteño de su padre que jugó su pluma y su pellejo por la causa de Buenos Aires, en las horas de la organización nacional. En la línea creativa que tuvo ilustres continuadores en Bardi, Martínez, Firpo, Filiberto y, en nuestros días, Horacio Salgán.

La obra de Carlos Posadas

No resulta fácil compendiar la obra que dejó Carlos Posadas. Algunas composiciones figuran en los registros de la Biblioteca Nacional; otras surgen de las partituras y de las etiquetas de las primeras grabaciones; algunas más aparecen en la memoria de sus contemporáneos en distintos reportajes. El siguiente listado, seguramente incompleto, da testimonio de su rica fecundidad.
Tangos: Una primera serie de ocho composiciones numeradas correlativamente al modo que lo hacía Américo Spátola entre otros y que fueran editadas por J. A. Medina e Hijos:

Nº 1- El Toto (a mi sobrino A. Valdez, hijo)
Nº 2 - El Taita
Nº 3 - El Calote
Nº 4 - La Llorona (a la señorita Aída Campos)
Nº 5 - Igualá y Largá
Nº 6 - Si me querés, decime
Nº 7 - El Gringo (dedicado a Juan Bergamino)
Nº 8 - El Talero

Posteriormente compuso:

* Cordón de Oro (a mi distinguido discípulo y amigo Alberto Cattáneo)
* Don Héctor (al señor Héctor Rodríguez)
* El Biguá (a los señores Luis y Pedro Zabalía)
* El Chacarero (a mi querido amigo Juan B. Martínez)
* Guanaco (al señor Honorio Valdéz)*
* Jagüel (a mi estimado amigo Teodoro Argerich)**
* El Tamango (al amigo Carlos Garibotto)
* Tímido (al jockey Francisco Liceri)
* El Ventilador (al señor Ricardo Galup Lanús)
* Enriquito (a mi amiguito Enrique Klappenbach Piñeiro
* Fatal herida
* Indio Muerto
* La Tacuarita (al amigo Carlos La Rosa)
* Pituca
* El Retirao (al amigo Argentino Tarantino)***
* Teodorito (a mi amiguito Teodorito Argerich)
* Un Reculié (al discípulo y amigo Alfredo M. Ferré)
* Marta (al señor Alberto Caprile)
* El Flaco (a mi discípulo y mejor amigo Bernardo Bulando)
* Mi Doctor
* Mi Porota (a mi querida hija Haydée Enriqueta)
* Mi Ricurita
* Qué Parada
* Tené Paciencia
* El Simpático (al simpático compositor Agustín Jaurigue)
* Catita (al señor Aristóbulo J. Delfino

Rubén Pesce 8 cita además como inéditos:
* Cuarteto Pacho
* Nicucho
* La Pera de Cesáreo
* Cuartelera
* El Protegido
* Mi Compadre

Mazurca: * Mi Comadre
Vals: * Pitita (inédito según Rubén Pesce)

Francisco Canaro en Mis Memorias, pág. 71 le adjudica a Posadas la autoría del tango Quiero Papita. Presumiblemente se trata de un error.

No hay un juicio definitivo sobre la ascendencia negra del tango. Como bien dice José Luis Salinas Rodríguez  la etimología del vocablo identifica un baile negro, pero la gestación del tango criollo no puede ser desvinculada del cuadro social de la época: «El nuevo género que estaba dando sus primeros pasos en los arrabales de Buenos Aires y Montevideo durante el último tercio del siglo XIX, todavía difuso y movedizo, pero ya con vida propia, también habría de difundirse como tango».
Lo innegable es que, en los días fundacionales, hubo muchos negros y pardos vinculados al tango en ambas márgenes del Plata, lo que hace verosímil alguna influencia de la milenaria cultura afro, proveniente de reinos, imperios y señoríos que se remontan al siglo VIII a. C.
Sin embargo, muy pocos son los nombres que trascendieron con significación. De todos ellos Carlos Posadas fue el único que alcanzó a producir una obra tan original, criolla y perdurable como la comentada. Lamentablemente muy pocas de sus obras fueron llevadas al disco. A continuación figuran algunas de las grabaciones más conocidas

Cuarteto Criollo La Armonía: El Jagüel (1913 - Disco Sonora Nº 7018 - Matriz 28545).
Aníbal Troilo: Cordón de Oro (18/7/41), El Tamango (23/10/41) y Retirao (10/7/57).
Carlos Di Sarli: El Retirado (sic 11/12/39, su primer registro para el sello Victor) y El Jagüel (4/11/43, 9/52, 23/2/56).
Juan D’Arienzo: Cordón de Oro (23/10/67), El Jagüel (23/10/67) y El Tamango (16/8/67).
Horacio Salgán: Retirao.
Trío Federico, Berlingieri, Cabarcos: Retirado (1972).
Los Señores del Tango: El Jagüel (26/9/62).
Tango x 3: Retirao (R. C. A. - CAS 3329).
Ernesto Baffa: Cordón de Oro (Polydor 2387108-A).


Fuente: Rricardo A. Ostuni: negros en el río de la plata

Los esclavos y sus aportes


APORTES DE LOS NEGROS EN LAS FUERZAS ARMADAS

Antes de entrar en este tema, es necesario decir que en las Guerras de la Independencia Americana, y en las luchas civiles de cada una de las naciones que se formaron al terminar el dominio español, los negros, los indios y sus descendientes, considerados castas, fueron reclutados para luchar en todos los bandos que se enfrentaron, por algo más de medio siglo. Por ello pelearon negros contra negros, indios contra indios, de la misma manera que lo hicieron contra el blanco dominador.

Por ello es que desde muy remota época durante el dominio español el indio americano y el negro esclavo, junto a sus descendientes, fueron incorporados a las fuerzas militares en calidad de auxiliares, que para la época referida era la equivalencia de peones, pues sobre ellos recaían las más pesadas y rudas tareas.

Inicialmente las fuerzas militares tuvieron la misión de garantizar la integridad y la vida de los centros urbanos donde se asentaban la administración y el comercio. Luego debieron agregar la tarea de mantener las rutas que unían esos centros poblados.

Principalmente la defensa se constituyó con cuerpos integrados por los vecinos considerados aptos para el servicio de las armas. Así permaneció la situación hasta el último tercio del siglo XVIII. Para esta última fecha, se hicieron llegar tropas veteranas en las guerras europeas, pero cuyo arribo dependía de la situación de paz o guerra en que se encontraba la metrópoli española. Por ello y poder suplir las momentáneas falencias se determinó la existencia de las llamadas unidades fijas.

Para 1664, la guarnición de Buenos Aires tenía 395 plazas. De ellas 77 estaban formadas por mulatos y negros. En 1570, una Real Orden disponía la obligación de organizar a la población civil para que acudiera en defensa del territorio. Por ello el sistema se acercaba bastante al servicio militar obligatorio. En 1607, se dispuso la formación de cuerpos milicianos que ayudaran militarmente a levantar atalayas a lo largo de las costas del Río de la Plata, lo mismo que sobre la desembocadura del Riachuelo. Esas atalayas debían servir para mantener una vigilancia sobre las aguas del río para avistar y prevenir la presencia de naves enemigas, dado que la ausencia de barcos para patrullar el río era afligente. Esos efectivos milicianos fueron escasos y muy mal armados, por lo que su tarea, además de inútil resultó cansadora, desalentadora y desgastante. Se trató de mitigar esta deficiencias del medio castrense, trayendo de España 200 soldados veteranos con su correspondiente munición, armas y uniformes, de acuerdo a los solicitado por el gobernados Pedro E. Dávila. Sobre la base de esa cantidad de veteranos se formaron las tres primeras compañías a sueldo, para completar el aspecto defensivo, agregando las milicias vecinales. En 1663 la cantidad de hombres veteranos y a sueldo se elevó a 300 y once años más tarde había para defender a Buenos Aires y su región circunvecina los 300 veteranos mencionados, una compañía de milicias de caballería y otra de infantería, ambas armadas con lanzas y adargas, se agregó una guardia de caballería para custodia del gobernados. Complementaban este plantes militar formado por blancos, tres compañías de indios, negros y mulatos. Estos cuerpos tenían como armas lanzas y desjerreteadores.

Para 1680 con el objeto de culminar la expulsión de los portugueses de Colonia del Sacramento, se formaron cinco compañías de caballería y seis de infantería, con un total de 850 plazas. Sobre esa cifra, los criollos o gauchos podían llegar a integrar el 50%, siempre que no tuvieran en sus venas sangre africana ni india, o sea que no fueran mulatos o mestizos (castas).

Para 1705 tenía Buenos Aires una fuerza militar de 821 veteranos, 600 milicianos y 300 negros, indios y mulatos. Para 1765, durante el gobierno de Ceballos había en Buenos Aires, un batallón de voluntarios de españoles residentes en Buenos Aires que llegaban a ser en total 800 hombres. Un regimiento provincial de caballería, que sumaban 1.200 hombres. A ellos, que eran blancos, se agregaban 300 pardos, un cuerpo de indios ladinos a pie y a caballo que llegaban a las 300 piezas. No llegando a superar los 450, de acuerdo a la información suministrada por Torre Revello.

Paralelamente se formó un cuerpo de hombres para atender las urgencias de la frontera interior que llegó a tener en el mismo tiempo de Ceballos 2.000 plazas. Sobre la relación étnica de este grupo militarizado hay muchas versiones, pues si bien se habla casi siempre de gauchos, se dejan de lado las mezclas de sangres que había o podía haber en cada uno de ellos.

En la época de gobierno de Vértiz, 1771, los veteranos eran en total 2.500, divididos en varios regimientos que llevaban el nombre de su región de origen (Mallorca, Cataluña, etc.). Para ese entonces las fuerzas veteranas españolas se habían refundido con las llamadas fijas. A esas cifras anteriores hay que agregar 651 que correspondían a los dragones, artilleros y maestranza, pero el mantenimiento de estos cuadros (veteranos, milicianos o auxiliares) no era fácil de obtener.

El elemento criollo era muy proclive a la deserción llevándose todo lo posible. A ello hay que agregar que el llamado elemento veterano de origen español no siempre era el mejor, ya que en el enganche realizado se alistaba a vagos, confinados a galeras y desertores.

Desde la iniciación de la ocupación territorial hasta la primera invasión inglesa, no hay en la documentación posible de consultar en el A.G.N. una estimación parcial o total de la cantidad de negros y sus descendientes que prestaron servicios como auxiliares (no combatientes que tenían la misión de acarrear y acercar bagajes, municiones o retirar heridos) o como soldados de combate, que no los hubo. Esa ausencia se repite en la abundante bibliografía histórica y literaria, editada hasta la fecha.

Abundan sí nombres aislados de protagonistas de actos repudiables o heroicos, pero no pasan de ser menciones anecdóticas. Ello da para pensar que el número de negros alistados como auxiliares, si bien ha de haber sido considerable, por el gran número de ellos, su merma por muerte en acciones de combate, no ha de haber sido considerable, ya que ni en los libros de las iglesias o parroquias, como tampoco en los libros de cementerios aparecen anotaciones que hagan pensar de manera contraria. Lo mismo ocurre respecto a los hechos acaecidos durante la primera invasión inglesa de 1806. Lo rápido y sorpresivo de la acción sumada a la escasez de fuerzas para oponerse y la inercia diligencial, hicieron que la cantidad de bajas fueran relativamente escasa.

Todo lo contrario corresponde anotar respecto a la segunda invasión de 1807. Hubo tiempo de prepararse para una segunda eventualidad. A las compañías de Pardos y Morenos, existentes desde 1801, con oficialidad blanca, que era la norma vigente en la época, se agregó el cuerpo de voluntarios indios, pardos y morenos, que tenía 898 plazas.

Se estima como cierta la cantidad de 7.882 soldados intervinientes en la segunda invasión y que la principal acción de guerra tuvo lugar el 7 de julio de 1807. Los hombres de color asistidos en los Hospitales de los Betlemitas, de la Residencia, de San Francisco y de San Miguel (en total cuatro hospitales), para el 19 de julio eran 18 negros heridos y 8 pardos en la misma condición. Tres días más tarde esas cifras eran de 24 negros y 9 pardos heridos. Esto da un total de 59 hombres heridos en el combate. En cuanto a los muertos contabilizados después del combate de la fecha precitada, sumaban 35. Si hacemos una relación porcentual entre heridos y muertos entre la población de color que luchó en Buenos Aires hemos de ver que no da para hacer recaer el peso de la responsabilidad de la reconquista en los hombros y las espaldas de los heridos y muertos de esos hombres de color.

Considero como mucho más acertadas y ajustadas a la realidad de lo ocurrido las palabras del teniente general Whitelocke cuando decía: que la clase de fuego al cual estuvieron expuestas la tropas fue en extremo violento. Metralla en las esquinas de todas las calles, fuego de fusil, granadas de mano, ladrillos y piedras desde los techos de todas las casas, cada dueño de casa defendiendo con sus esclavos su morada, cada una de estas era una fortaleza, y tal vez no sería mucho decir que toda la población masculina de Buenos Aires estaba empleada en la defensa. (H.N.A. Vol. IV, 2a sec., pág. 470, Bs. As., 1938).

Pero ha de ser después de 1810 en que la población de color ha de tener abiertas las puertas para ingresar a las fuerzas armadas. Conviene aclarar que lo hizo por tres condicionantes insoslayables en sus respectivos momentos históricos. Lo hizo por compulsión, por voluntad, y por tener otro destino que lo sacara de la esclavatura.

La documentación histórica del período hispano indica reiteradamente la decisión voluntaria de negros esclavos para servir en las fuerzas armadas. Al respecto conviene aclarar que el negro esclavo fue propiedad del blanco y por ello estaba carente de la libertad de decidir sobre su vida personal. Esa indicación de voluntad para ingresar, se refiere, sin mencionarla, a la voluntad patronal para permitirla, no a la del esclavo. Por ello, cuando revistaban como auxiliares y luego como soldados de combate, dependieron de la voluntad del patrón.

El Estado, y en caso especial de Buenos Aires hasta 1810, el Cabildo dispuso que los propietarios de esclavos los facilitaran en calidad de cedidos o prestados, para ser luego reintegrados a sus respectivos dueños, cuando el evento militar hubiera cesado. En ese panorama general, existió la excepción formada por negros libertos que solicitaron a la autoridades la incorporación a las tropas. Esas excepciones figuran en las listas de revistas de los cuerpos formados en la tropa con hombres de color, a partir de 1806 en adelante.

Si bien hasta 1806 la incorporación de esclavos, o gente de color, a las fuerzas armadas fue esporádica y temporaria, a partir de 1810 ha de transformarse en sistemática y sin término real de finalización.

Continuando el espíritu de estricto control demográfico de la época hispana, reflejado de manera muy reiterada en las actas del Extinguido Cabildo de Buenos Aires y que podemos simplificar con dos palabras vagos y mal entretenidos. Bajo esta designación genérica se incluyó a todos aquellos que no tenían trabajo ni domicilio conocido, sin distingo de etnia. Por ello gauchos, indios, negros y la infinita gama de castas que buscó refugio en la libertad de la pampa, al ser apresados, fueron emitidos a servir en los fortines de la frontera interior. A partir de 1810 ese destino varió, pues se los envió a engrosar los ejércitos que marcharon y combatieron en el Alto Perú, Paraguay y la Banda Oriental. No hay una estadística confiable sobre la cantidad de hombres descendientes de manera directa o indirecta de África, en los ejércitos que posibilitaron la Independencia entre los años que van de 1810 a 1823, pero ha de haber sido considerable, considerando que la población de color formó un tercio de la población que existió, si bien presentó indicios de decrecer.

Por ello no es de sorprender que en la batalla de Sipe-Sipe, fueran liquidados casi por completo dos regimientos de negros (algo más de 1.000 hombres). Esa muerte masiva se ha de reiterar con los negros reclutados para el Ejército de los Andes que estuvieron en campaña entre 1816 y 1823, combatiendo en Chile, Perú y Ecuador, de manera que de los 2.000 soldados negros que iniciaron el cruce de los Andes, fueron repatriados en la segunda fecha indicada, 143 soldados de color. Esa merma se explica al saber que en la batalla de Maipú, los negros enganchados provenían de los cañaverales tucumanos, muy hábiles en el manejo del machete para cortar la planta. Recibieron la orden de cargar a las tropas realistas provistas de armas de fuego. Lo hicieron blandiendo los machetes y al grito de: querré achucha, Tomá Pachuca. Rompieron las filas de los soldados veteranos y sembraron el terror por la furia puesta en cortar cabezas de españoles. Murieron más del 86% en el combate, pero se ganó la primera batalla decisiva de la campaña de Chile. Con el mismo ímpetu siguieron combatiendo los otros negros en el resto de la campaña libertadora.

Fue costumbre complementar regimientos o batallones de blancos con cuerpos de negros. Pasada la contingencia esa fuerza negra fue separada y absorbida por cuerpos de negros ya existentes, como el llamado Regimiento de Castas que incluía indios, negros y castas.
Los sobrevivientes de la Guerra de la Independencia, blancos y negros no fueron dejados para que vivieran la vida civil. Se los asimiló casi de inmediato para integrar el ejército que intervino en la Guerra con el Imperio de Brasil. Cuando esta guerra terminó, los sobrevivientes fueron absorbidos por las guerras civiles entre unitarios y militares. Las memorias dejadas por Paz, La Madrid, Ferré y otros protagonistas de este gran desencuentro nacional, tienen alusiones y referencias reiteradas sobre el desempeño de negros, veteranos de las guerras antes mencionadas. Rosas los reunió para formar el Batallón Provincial y el Batallón Restaurador.

A pesar de las precariedades y de los peligros reales que amenazaban a la Nación que luchaba por formarse, los propietarios de esclavos no cesaron en sus argucias y artimañas para no tener deterioros en sus patrimonios. Todo esclavo que ingresaba al ejército, significaba una merma en los ingresos que obtenía con el trabajo que hacía para la familia o el alquiler que dejaban de percibir.

Por eso es posible encontrar en la documentación del A.G.N., numerosas notas solicitando excepción respecto a los negros que se poseían, pues de su trabajo vivía la familia propietaria. Otras notas son para procurar la devolución del esclavo por haber vencido el tiempo de cesión o préstamo. No faltan las contracaras de esta solicitudes, pues hay denuncias sobre propietarios que niegan tener esclavos, pues los mantenían casi totalmente encerrados en sus domicilios, haciéndoles producir artesanías menores que luego se vendían entre el vecindario urbano. Otros propietarios más prácticos enviaron a sus esclavos a trabajar en las estancias, logrando de esta manera mano de obra y soslayar la obligación de perder una parte de su propiedad.

En la batalla de Caseros se enfrentaron muchos negros, pues estaban alistados en ambos bandos y con posterioridad tanto el Estado de Buenos Aires como la Confederación Argentina contaron con hombres de color que nuevamente resultaron adversarios en Cepeda y Pavón. Terminada la guerra civil y lograda la unidad nacional, los veteranos salvados de las guerras anteriores, fueron alistados para luchar en la Guerra de la Triple Alianza. En esta guerra, nuevamente, los negros debieron enfrentarse, pues eran parte de los ejércitos.

En ella se agregó a la ferocidad y miseria de la guerra, la avaricia de algunos sectores del Brasil, que intentaban robar a los prisioneros, para remitirlos como esclavos a sus facendas o venderlos como tales en el mercado clandestino que existía en el interior agrario. De esas intentonas de secuestros, debían cuidarse los blancos y los negros argentinos y uruguayos, como consta en los documentos publicados en el Archivo Mitre, ts. V y VI.

El fin de esta guerra, salvo episodios muy aislados, da término al via crucis del negro en las fuerzas armadas. En años posteriores y ya en plena paz, iniciando la Nación el camino del progreso material, era común y hasta normal, encontrar en las calles de Buenos Aires a viejos negros que mendigaban la ayuda pública para poder subsistir, o vendían mazamorra, pan casero, pasteles o empanada hechas por sus mujeres negras.

Eran hombres que presentaban viejas cicatrices faciales, impedimentos locomotrices o estaban físicamente tan disminuidos o destruidos que no podían realizar ni siquiera la tranquila tarea de vigilancia nocturna. Su número ha de haber sido despreciable, pues las autoridades municipales dispusieron la inauguración para 1867 del Asilo de Inválidos para recoger a los veteranos de nuestras guerras. Estaba ubicado en la esquina de las calles Salta y Caseros.

Se incluyen a continuación algunas biografías de negros que se destacaron en su paso por las fuerzas armadas argentinas.

BADÍA, GREGORIO

BARBARÍN, MANUEL MACEDONIO

BARCALA, LORENZO


CAMPANA, JOSÉ CIPRIANO

CABRERA, NICOLÁS

GAYOSO, FERMÍN

FALUCHO

IBÁÑEZ, ANDRÉS

IRRAZABAL, PABLO

LEDESMA, CARMEN

MALDONES, ESTANISLAO

MALDONES, ESTANISLAO (H)

MANSILLA, FELIPE

MORALES, JOSÉ MARÍA

NARBONA, JOSÉ

PATIÑO, JUAN

PESOA, INOCENCIO

SOSA, AGUSTÍN

SOSA, DOMINGO

TENORIO, JOSEFA

THOMPSON, CASILDO

THOMPSON, CASILDO G.

VIDELA, ANTONIO

Daneses en Argentina

Los primeros daneses se establecieron en el sur de la provincia de Buenos Aires, en Tandil, Tres Arroyos y Necochea. Se dedicaron a tareas agrícolas y ganaderas. La congregación protestante de Tandil, la primera que se estableció en el país, fue fundada el 27 de octubre de 1864, día en que se asentó el primer bautismo a cargo de Juan Fugl en el Libro de la Congregación Protestante de Tandil. Fugl llegó a la Argentina en 1844, nació en Horslunde, Dinamarca el 24 de octubre de 1811 y falleció en Copenhague el 25 de enero de 1900.
Sus padres eran Cristen Nielsen Fugl, un labrador que arrendaba campos y Mette Olesdatter. Tuvo que trabajar como aldeano y labrador en una estancia. Se enfermó de tifus a los dieciocho años de edad y posteriormente de hepatitis, enfermedades que casi le provocaron una muerte temprana. Una vez curado, ingresó al Seminario de su localidad con el puesto de mucamo y caballerizo, ahorró dinero y le surgió la idea de estudiar. A pesar de las resistencias del obispo de Lolland-Falster, R. Möller, quien decía que quería estudiar para tener un mejor empleo, de puro ambicioso logró ingresar en el Seminario de Snedsted en 1835. Egresó en 1837 con el título de maestro y altas calificaciones.
Fue uno de los primeros inmigrantes de la ciudad argentina de Tandil.
Tenía 33 años, y un espíritu aventurero. Marineros amigos le habían hablado de un gran país, en los confines del mundo.

Llegada a la Argentina

Fugl llegó a la Argentina a fines de 1844 junto a tres personas: un médico amigo de apellido Jacobsen, con quien leyó en el periódico Berlinske Tidende un artículo acerca de un marino que viajaba frecuentemente a la Argentina, y Christopher Holer, quien fue recomendado a Fugl por sus padres, que lo conocían de su trabajo en una escuela de la isla de Falster. Saxild, un médico de Dinamarca residente en Buenos Aires, les hizo una carta de recomendación.

Saxild fue una fuente de información y económica para los recién llegados a pesar de que el trato no fue del todo cordial. Se hospedaron en una pensión aledaña al puerto. Allí hicieron contactos con unos marinos connacionales suyos y otros alemanes para emplearse en la ciudad de Buenos Aires, gobernada en ese entonces por Juan Manuel de Rosas. Consiguieron después de varios intentos un empleo como peones de campo en la chacra de Beider, un inmigrante alemán. Este señor prometió asociarlos como agricultores aparceros, cosa que no cumplió en el tiempo estipulado. Fugl se asoció entonces con Gjersing, quien arrendaba una chacra lechera al norte de la ciudad, y trabajó como lechero. Una anécdota que se recuerda es que confundió la palabra peso por beso y le vendió a una dama un litro de leche a cambio de un beso.

A principios de 1846 dejó de lado la sociedad con Gjersing y volvió a encontrarse con Jacobsen, con quien arrendó una chacra agrícola en Maldonado; este emprendimiento duró poco porque Jacobsen optó por ejercer su profesión como médico rural en el interior de la provincia de Buenos Aires. Fugl lo ayudó económicamente para que pudiera instalarse con su familia en la campaña del sur. La amistad continuó y, cada cierto período de tiempo, se encontraban en Buenos Aires, donde Jacobsen se proveía de medicinas.8

Llegada a Tandil

Fugl pensó que tenía que hacer lo mismo que su amigo si quería conseguir campos agrícolas: mudarse a las pampas. Primero se estableció en Barrancosa, donde se dedicó a la carpintería y conoció a la viuda de Mosqueira, quién se atendía con Jacobsen y vivía en Tandil. Esta señora conocía a Felipe Vela, que tenía estancias, y a quien Rosas había nombrado juez de paz. En ese entonces el gobierno estaba haciendo campaña para colonizar la zona de Tandil y ofrecía tierras a los colonos a cambio de sembrar trigo; Fugl aprovechó la oportunidad a finales de 1847 y se radicó en el entonces pueblo, donde construyó una casa de paja y barro y trabajó como agricultor. Vela le otorgó una estancia de cuatrocientas varas.

Fugl regresó a Barrancosa y más tarde a Buenos Aires, donde se alojó en la casa de Gjersing. Invirtió sus ahorros en bienes no perecederos para revenderlos en el pueblo. En compañía de un panadero apellidado Jorgensen inició el regreso a Tandil, a donde llegaron en marzo de 1849. El comandante Parejas le asignó a Jorgensen una chacra vecina a la de Fugl. Como los daneses construyeron sus casas de forma diferente a lo que se hacía en el lugar, recibían visitas de curiosos entre los que se encontraba el dueño de la pulpería, Narciso Domínguez.9 Los agricultores no eran muy comunes en esta zona, había gauchos, ganado y malones. Fugl fue el primer agricultor danés de la zona y el primero en sembrar trigo, tuvo que construir surcos y alambrados, que no se conocían en ese entonces en esta zona, y además hacerle a frente a los gauchos, a sus animales y a los malones, para que no arruinaran sus sembradíos.

Trayectoria como comerciante y agricultor

Casa donde vivió.

Fugl y Jorgensen comercializaban los productos que traían de Buenos Aires en el campo a cambio de cueros, plumas y cerdas, que a su vez revendían en la pulpería de Domínguez, quien los contactó con unos estancieros dedicados a la siembra de trigo. Estos estancieros le vendían fanegas para semilla, pero Jorgensen se fatigó de esta vida y regresó a Buenos Aires. Fugl se desempeñaba como carpintero o comprador de cueros para Domínguez mientras esperaba los resultados de la cosecha.9 El comandante Parejas le consiguió trabajo de carpintero en la estancia de la familia Gómez. Fue recibido por Ignacio Gómez con una advertencia:10
Si ha venido a este país a vivir, entonces fíese de usted mismo y no de otros. Además tiene que respetar y obedecer a las autoridades, así al señor juez de paz don Felipe Vela, al señor alcalde don Daniel Arana, al comandante don Rosendo Parejas (...), al señor teniente alcalde don Ramón Zabala, y a mí que he sido alcalde...

En 1856, el entonces presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento, aprovechando su profesión docente le encargó que fundase una escuela en la ciudad, tarea que finalizó en 1857.11 Fue la primera escuela de la ciudad y por ese motivo se la denominó Escuela Nro. 1, actualmente la Escuela Nro. 1 «Manuel Belgrano».12 En la esquina de Maipú y 9 de Julio estableció, en el año 1874, la primera panadería de la ciudad. La construyó él mismo en forma contigua a su casa. El frente medía ochenta metros de largo, las paredes eran de color blanco, el techo estilo colonial de tejas rojas y las ventanas en forma de ojiva de color verde. Allí vivió con su esposa y una pequeña hija llamada Valgerda.13

Inicio de la construcción del molino de viento y primera visita a Dinamarca

Vista del molino hidráulico.

En 1850 inició la construcción de un molino que accionó con energía hidráulica, alimentado con el agua de un arroyo que cruza la ciudad. Aún hoy se conserva un sector del edificio refaccionado. También construyó con piedras extraídas a golpes de martillo de los cerros cercanos la primera tahona14 tirada con mulas, con dos muelas con las que realizó la molienda de cereal. Viajó a Dinamarca en 1858 para buscar herramientas y planos para construir el futuro molino. Allí contrajo matrimonio con Dorothea, una sobrina suya. Domínguez quedó a cargo de las propiedades de Fugl durante su ausencia, que a esa altura ya incluían varios solares y chacras.

En 1862 construyó un terraplén de tierra y piedra con el objetivo de que la corriente de agua pusiera en funcionamiento el molino. Surgió un inconveniente, una tormenta de verano provocó una inundación y el desbordamiento del arroyo destrozó el trabajo de meses, que debió ser iniciado nuevamente. Una vez en funcionamiento, se colmó la capacidad del molino.

Último período en Tandil

Regresó en 1873 junto a su esposa Dorothea y muchos connacionales que vinieron con él para intentar probar suerte en la ciudad, por lo que se afirma que es el fundador de la primera colonia danesa en la localidad; actualmente es una de las más grandes del mundo. El matrimonio se instaló en una casa contigua a la panadería. Varios de los inmigrantes que llegaron con él se radicaron en Necochea y Tres Arroyos, ciudades donde varios agricultores son daneses. Fugl los ayudó a que se radiquen en la zona y que tuvieran su misma suerte. Fue criticado por brindar este tipo de ayuda; en sus memorias se puede leer:
"....es una experiencia muy conocida, que cuando se quiere ayudar o servir a otros, el pago es el desagradecimiento no solo de quienes se ayuda, sino de los que están próximos...y entonces es fácil afirmar que “ese loco podía no haberse metido, pero quería hacerse notar” así me ha pasado en muchos casos, y este viaje de regreso no fue la excepción..."

Con Fugl y su señora entraron al país dieciséis personas; uno solo con su familia, los restantes eran solteros. Algunos trabajaron con él como peones en sus chacras o construyendo el molino.

Frente de la Iglesia danesa de Tandil.

Con el transcurso de los años, los inmigrantes solteros mandaban a buscar a sus novias, las familias a sus consanguíneos y éstos a sus amigos, lo que provocó un flujo migratorio entre los años 1860 y 1870 entre los archipiélagos sureños de Dinamarca (especialmente Mon) y Tandil. Fugl les ofrecía algunas casas que poseía en sociedad con Filip Mackeprang (el rubro inmobiliario fue otra fuente de ingreso para los Fugl), les prestaba dinero o les daba recomendaciones para que consiguieran un empleo. Una de las personas que les brindaba trabajo a los inmigrantes que recomendaba Fugl era Ramón Santamarina, futuro compañero político del danés.

Como los daneses que llegaron con Fugl no consensuaban del todo con la doctrina de la Iglesia Católica, proyectaron la formación de una Iglesia Luterana en este país. Los primeros oficios religiosos se realizaron en los domicilios particulares de los recién arribados. Como no había un pastor de esa religión, era Fugl quien los presidía actuando como Ministro de Dios en bautismos, casamientos y sepelios. En 1870 le solicitaron a su Rey que nombre un pastor en este pueblo. El pedido se cumplió con la llegada de Oscar Meulengracht, quién inauguró en 1877 el templo de esa religión en la calle Maipú 599, su ubicación actual.

En 1873 le ganó por un voto (360 a 359) a Ramón Santamarina y asumió la intendencia de la ciudad, siendo el primer intendente de origen danés de la Argentina. Además, hasta que regresó a su país natal, fue juez de paz, concejal y presidente de la Comisión de Educación.

En 1890 regresó a Dinamarca y se radicó en Copenhague, en una villa de Østerbro a la que llamó «Villa del Tandil». Allí, redactó sus memorias a los 73 años de edad y prestó ayuda a todo aquel que quiso emigrar a la Argentina.3

Trayectoria política y social

Las buenas relaciones, y algunos conflictos con los miembros del poder y prósperos comerciantes lo introdujeron en la política local, ayudado además por su crecimiento económico y educación. En 1850 se formó la primera Comisión Municipal de Tandil, contando entre sus miembros a Narciso Domínguez como comisionado de obras públicas.

En el año 1854 ya era miembro de la Corporación Municipal y, junto a Narciso Domínguez, establecieron un servicio de transporte mediante diligencia entre Tandil y la ciudad de Dolores.

En el año 1855 los malones atacaron la ciudad, por lo que Fugl y Domínguez se dirigieron hacia la estancia de Díaz Vélez, el jefe de milicias, exigiendo mayor protección para el pueblo." Fugl declaró en esta ocasión:
Al fin de cuentas, los soldados que llegaron no habían resultado mucho mejor que los salvajes, pues en las casas abandonadas que encontraron, robaron todo lo que pudieron y les fuera útil. Resultaba notorio que la Guardia Nacional por lo general llegaba después de que los indios habían hecho los peores destrozos."

Posteriormente, en 1857, fue nombrado procurador municipal (el cargo lo habilitaba para reemplazar al presidente de la Corporación ante un eventual fallecimiento) y encargado de educación y obras públicas.

A pesar de que la población de connacionales suyos era importante en ese entonces, la mayoría de los contactos que establecía Fugl eran con personas de otras nacionalidades. Igualmente, tuvo relaciones comerciales con sus pares. Pedro Nielsen fue su socio en una de sus chacras y tuvo su panadería alquilada durante el tiempo que Fugl regresó de visita a Dinamarca. Fue garante en un crédito a Manuel Eigler en la sucursal del Banco Provincia de la ciudad de Azul, para que este pudiera establecer su almacén de ramos generales.

Iglesia danesa de Tandil.

Su esposa anotó en su diario que Fugl prefirió minimizar las relaciones con sus connacionales. Invocó en el escrito con frecuencia las reuniones con la familia Mackeprang, los encuentros con los Nielsen o los Mathiasen y la sociedad económica y política con Eigler. Para sus compatriotas, sin embargo, sirvió de punto de referencia como se demostró en 1868, cuando lo nombraron presidente de la Sociedad Protestante que los daneses formaron junto con los ingleses y alemanes locales. En 1875, ya de regreso definitivamente en Dinamarca, intercedió ante las autoridades religiosas para que nombraran un pastor para la iglesia recién conformada.

Matrimonio y vida familiar

Cuando regresó de visita a su país natal, Fugl se encontró con que sus padres habían fallecido y que las epidemias que azotaban la zona habían terminado con las vidas de varios sobrinos. Durante este período que estuvo de visita en Dinamarca, Fugl se hospedó en la granja de su hermana Anne Kristine Fugl y su cuñado Hans Larsen Sangskor. Con Anne Kristine el asunto había sido distinto, las dos hijas mayores habían contraído matrimonio con granjeros de la zona y habían tenido descendencia. Dorothea era la hija menor, por lo que había sido elegida para cuidar a sus padres, lo que le impedía casarse.23 Tuvo largas conversaciones durante la noche con la hasta entonces sobrina. El tema de conversación predilecto de la joven era sus deseos de conocer el mundo, en contra de los deseos de sus padres y hermanos, que decían que tenía que hacerse cargo de sus progenitores hasta sus fallecimientos y después contraer matrimonio con un lugareño. En contra de este mandato, la joven se casó con su tío el 25 de junio de 1859 teniendo veintiún años y se mudó a la Argentina, cambiando radicalmente su destino.

A fines del verano de 1860, el matrimonio regresó a la Argentina, arribando el 2 de marzo y prolongándose la estadía hasta el año 1875, fecha en la que regresaron definitivamente a Dinamarca. El matrimonio se manejó de una manera tradicional para esa época. El marido, con una estancia anterior de doce años en la zona, tenía obligaciones políticas, económicas y sociales que lo obligaban a estar fuera de su hogar durante prolongados períodos de tiempo. Ella se encargaba de las tareas del hogar y del sustento de una vida familiar fuerte, lo que derivó en una reclusión más acentuada en su hogar. Sin embargo, hasta que nació el primer hijo, acompañó a su esposo en la vida social. Salían a caminar por los cerros con amigos e iban a misa, entre otras actividades.
Durante estos años Fugl fue juez de paz, concejal y presidente de la Comisión de Educación. En numerosas ocasiones el Coronel Benito Machado, comandante de la frontera sur, los invitaba a cenar, a mirar el corso desde la ventana del hogar de Narciso Domínguez, el pulpero local con quién compartió el gobierno municipal o a participar de los festejos del 25 de Mayo.
Hijos
En noviembre de 1860 nació su primer hijo. Este hecho provocó que Dorothea no pudiera dedicarse de lleno a la vida social, como ocurrió el 25 de mayo de 1861 cuando escribió:
¡Como deseaba estrenar aquel sombrero que la señora Sommer me había mandado por correo en el paquete con las compras de Buenos Aires! A último momento el niño se puso malo y Fugl se tuvo que ir sin mí.

El niño se llamó Hans Cristino y fue el único varón de la familia. Su madre se dedicó a la crianza y protección del niño, así como de sus hermanas que vendrían posteriormente y el padre a la educación y disciplina. El pequeño asistió a la escuela de varones de Tandil pero, a pesar de que sus padres participaron en la formación de las escuelas locales (él como encargado de la comisión de educación y ella como Inspectora Corresponsal de la Sociedad de Beneficencia a cargo de la escuela de niñas), su padre afirmaba que la educación que su hijo podía recibir en el pueblo era precaria y deficiente. Él mismo reforzaba las clases. Así es como decidieron enviar a Hans a Copenhague, para que recibiera allí la educación secundaria. En abril de 1871 emprendieron el regreso a Dinamarca, que los padres y hermanos de Dorothea estaban esperando.

En julio de 1865, fecha en la que ya había nacido Meéta, nació Anne Kristine, homenajeando a la abuela materna, pero se contagió de tos ferina y vivió solo doce días. En 1866 nació Elena, con dificultades intestinales, pero logró sobrevivir. En 1868 otra muerte los volvió a golpear según expresa la madre:
Hoy nació nuestra cuarta hija, sana y fuerte pero con poco deseo de mamar. Estaba muy quieta y durmiendo. Pero entonces vino el mal de los siete días con sus calambres horrorosos, hasta que por fin expiró. Nunca podré olvidar su pequeña y tan suave manito, que se aferraba a mi dedo y su boquita que palidecía ante el ataque de tos. Fugl la bautizó con el nombre de Hulfrida.

En 1868 nació otra niña, a la que volvieron a bautizar como Hulfrida, siguiendo la tradición de la época, pero solamente vivió poco más de un año. En Dinamarca falleció Meéta con ocho años de edad, víctima de una epidemia de difteria que afectaba a la isla. Un mes después sucedió lo mismo con Elena, contagiada de su hermana. En abril de 1872 nació Valgerda concebida en una «época de dudas, tristeza y confusiones».

Dorothea reaccionó moderadamente ante el fallecimiento de sus hijas. Fugl, al contrario, con mucha tristeza y dolor, según expresó cuando falleció la segunda Hulfrida:
Cuando perdimos a las dos nenas con sólo poco días de vida me parecía que era lo más triste que me había ocurrido y me podría ocurrir, pero ahora sentía que era mucho más difícil separarse de la pequeña Hulfrida, que entendía nuestro amor y se sentía querida por todos.

Su fe religiosa estuvo en duda sobre todo con las muertes de Meéta y Elena. Se supone que Fugl recordaba aquellas experiencias mientras que Dorothea se distraía redactando un diario, actividad que interrumpió durante la visita a Dinamarca y que reinició en 1875, ya de regreso definitivo en Copenhague. La única referencia que hizo respecto a la epidemia de difteria fue en 1910, cuarenta años después de sucedido, cuando escribió:
"Fue una gran alegría al regreso encontrar a mis queridos padres y hermana, pero poco después mi felicidad fue empañada por la desgarradora pérdida de nuestras dos queridas hijas: Meéta y Elena (...) aunque prefiero no referirme a los detalles que de todas formas no me es posible olvidar."

Fallecimiento

Muela del molino.

Fugl sufrió en su vejez de ataques de cálculos biliares. El 15 de enero de 1900 después de desayunar tuvo dolores en el lado derecho de su cuerpo y vomitó en varias oportunidades. La familia le brindió asistencia básica mediante paños calientes y dosis de opio esperando la llegada de un médico. Estuvo con esos síntomas varios días hasta que se alivió la dolencia pero aparecieron dolores en el vientre e hipo. El día 25 de ese mes llegó el desenlace cuando la respiración se hizo cada vez más lenta y el pulso empezó a detenerse. A las 21:30 falleció. Su entierro fue el 31 de enero previa ceremonia religiosa en la iglesia de Frederiksberg.

Legado y homenajes

En Argentina se conservan sus memorias, en donde escribió en un párrafo " ...por eso entrego estos cuatro tomos y los pongo a su disposición, para que los conserve después de que yo desaparezca..
En la ciudad de Tandil se conservan las muelas de piedra que fabricó, su monumento con vista al Lago del Fuerte inaugurado en 1964, ante la presencia de la princesa Benedicta de Dinamarca. La casa donde vivió fue demolida por cuestiones edilicias y una avenida de la ciudad lleva su nombre. En Dinamarca queda su tumba en el cementerio Garnison de Copenhague, aunque se desconoce la ubicación exacta de la misma.

El primer pastor, Oscar Meulengracht, llegó de Dinamarca a Tandil en 1876, dos años después que Fugl y su familia regresaron definitivamente a su país de origen. Fugl había llegado a la Argentina con el propósito de enriquecerse; cumplió con su objetivo. Antes de este pionero, dos médicos daneses recorrieron Buenos Aires en 1830. Uno de ellos, de apellido Fürst, murió durante una epidemia de cólera

viernes, agosto 28

La pulperia, antepasado de la Cafeteria?

Barrio de Belgrano: de la pulpería al café

Por Enrique Mario Mayochi y Jorge Raúl Busse *


El barrio de Belgrano, hasta 1888, partido de la provincia de Buenos Aires, tuvo su café –deberíamos decir cafés porque hubo va¬rios antes de que el pueblo existiera. Era una pulpería, le¬vantada donde ahora funcio¬na una agencia de la Banca Nazionale del Lavoro, en la esquina noroeste de la aveni¬da Cabildo, o sea donde hacía una curva el antiguo camino del Alto.

Ubicada frente a la quinta o chacra de Maciel, se llamaba La Blanqueada porque sus paredes lucían exteriormente encaladas con las conchillas que se extraían del antiquísimo yacimiento situado en torno de las Barrancas, lugar conocido por La Calera, que era otro punto de referencia para el paraje, a mitad del camino de San Isidro. Con el correr de los años, la pulpería pasó a ser el centro de un reducido caserío conocido por Las Blanqueadas por mostrarse el conjunto también de color blanco.

No sabemos desde cuándo existió, pero ya estaba allí en las primeras décadas del siglo XIX, como pulpería, almacén y "alto de carretas". Así lo señala la recordada historiadora Elisa Casella de Calderón en el N° 6 de Buenos Aires nos cuenta: "Las carretas que iban al norte en busca de melones, sandías, zapallos y frutas de sets montes, sobre todo duraznos, con que proveer a Buenos Aires, se detenían allí después de haber cumplido lo que daba en llamarse 'medio día de carretas'. Esta expresión se usaba para determinar que, partiendo de Plaza Lorea en las primeras horas de la mañana, llegaban al mediodía a la actual plaza Pueyrredón en Flores, en tanto que las que iban hacia el norte lo hacían en el mismo tiempo hasta llegar a Las Blanqueadas. Ambos tramos cubrían una distancia de 9 km (unas dos leguas) cada uno".

En sus orígenes, la pulpería belgranense debió haber sido muy modesta, como muchas de sus iguales: un rancho con un interior descuidado, poco limpio, dotado de precaria iluminación artificial, con rejas y mostradores, mesas y bancos rústicos, y casi seguramente sin ventanas y con una sola puerta por razones de seguridad. Allí, el viajero, podía refrescarse con sangrías, vinagradas o naranjadas, o calentarse con vino o aguardiente. Durante el tiempo de detención, se solía jugar al truco o se arrojaba una taba. Por ser lugar de reunión dominical, había cerca una cancha para carreras cuadreras, mientras en su interior se dejaba escuchar una modesta guitarra.

Recordemos lo dicho por José Hernández en su poema inmortal: "Migala en las pulperías / era, cuando había más gente, / ponerme medio caliente, / pues cuando puntiau me encuentro, / me salen coplas de adentro / como agua de la vertiente".

La Blanqueada no fue la única pulpería de la zona, pero sí la principal. Por eso decíamos al comenzar que en Belgrano hubo más de un café antes de que realmente los hubiera. Para mediados del siglo pasado se mencionan, entre otras, a Las Palomitas, cerca del arroyo Medrano (actualmente, avenida García del Río), y La Figura, próxima a la chacra de Diego White, en torno a la actual estación ferroviaria Rivadavia. Ninguna de ellas existía al comenzar el siglo actual, aunque en sus primeras décadas todavía quedaban parte de los edificios de Las Blanqueadas.

Los primeros cafés

Mientras subsistían algunas pulperías, que con los años se transformarían en almacenes con despacho de bebidas o fondas, habría surgido el primer café, auténticamente café, del flamante pueblo de Belgrano, fundado en 1855. Fue el Café de Vergés o Bergés, con tilde o sin ella según se prefiera, situado a la vera de la calle juramento, quizá ocupando parte de la plazoleta Joaquín Sánchez (famoso subintendente del barrio), que se halla entre las calles Vuelta de Obligado y la casi inexistente calle curva José María Saltaste Isla (antiguo vecino y juez de Paz).

Fue por un tiempo punto de referencia para el servicio de la diligencia La Golondri¬ na, de don Juan Callaba, que llegaba procedente de la pla¬ za de la Victoria, y desde allí retornaba. ¿Habrá sido este café distinto del almacén y café de J. Gas¬telon (o Gastelou) del que, en 1857, nos ha¬bla un aviso del dia¬rio Los Debates para anunciar un servicio de diligencias que partían del Café de la Paz, sito en la prime¬ra cuadra del Paseo de Julio, para llegar al antes mencionado, ubicado en la calle Real, hoy Cabildo?

No nos animamos ni a afirmar ni a negar. Se sabe que el antiguo café de Vergés se transformó allá por 1875 en el salón restaurante del vecino Hotel Watson, el más importante del pueblo. Lo cierto es que el lugar sigue siendo propicio para instalar cafés y restaurantes, como el Sasha Bar y el Marco Polo, ambos instalados en lo que queda del antiguo hotel, y el frontero café La Recova, que llega hasta Juramento.

Fondas, almacenes y despachos de bebidas

Sigamos con las últimas décadas del siglo pasado. En la calle Arcos y junto al arroyo Vega (ahora calle Blanco Encalada) estuvo frente a uno de sus vados la pulpería o almacén El Globo, con despacho de bebidas y cancha de bochas. Allá por 1895 era su propietario don Alejandro Boracchia; después cambió su nombre por El Buen Humor. En 1950 era su dueño Pío Parodi y el local fue demolido en la década de 1980. Su postrera dirección fue Arcos 2393/2399.

Otra pulpería o almacén con despacho de bebidas- hubo en La Pampa 1801, esquina Vidal, con el nombre de Superbe Génova; era su dueño en 1920 don Domingo Juliano y después lo fue un vecino conocido por don Pancho. El local subsistió hasta la década de 1980. Por 1894, la fonda y café Las Piedras, de J. B. Caprile, estaba en Cabildo y Blanco Encalada, junto al arroyo Vega. Tomás López era propietario en 1895 de una fonda transformada en café, ubicada en Santa Fe 3701 (antigua numeración), esquina Castelli (desde 1956, Mariscal Antonio José de Sucre). Con los años pasó a ser el Restaurante Belgrano, también recreo y pensión, cuyo dueño en 1920 era Pedro Demegana, para tomar en 1925 el nombre de Parrilla Criolla, de Donamari y López. A comienzos de este siglo, en la esquina noroeste de 3 de Febrero y Olazábal había un almacén y fonda cuya clientela estaba formada en gran parte por los feriantes instalados en la segunda de las calles nombradas. En la década de 1920 tenía por nombre E1 Normal, suponemos que por su vecindad con la flamante Escuela Normal N° 10, instalada desde 1915 en la casa que fue propiedad de Lucio Victorio Mansilla.

En El Gallo, almacén con despacho de bebidas y café, situado en Juramento y Vidal, se detenía el tranguasito, vehículo de tracción a sangre que iba y venía a la estación Belgrano C. Ante de iniciar la marcha o mientras descansaban, el mayoral o conductor y el guarda o vendedor de pasajes, casi siempre una pareja de italianos, jugaban a la brisca con otros parroquianos.

Corría 1930 cuando el antiguo vecino Manuel G. Conforte publicó el simpático libro Belgrano Anecdótico. En él evocó al Café de la Punta Chica, situado a una cuadra de El Gallo, en juramento y Cramer. Estaba instalado, dice, "en una vieja casita de estilo netamente colonial, edificio de dos plantas, siendo el piso bajo, tan bajo, que alzando los brazos casi podían tocarse los balcones de rejillas que sobresalían en ambas calles". Tenía, agrega, dos puertas de acceso, "una al lado de la otra, una por Cramer y otra por Juramento, separadas tan sólo por un grueso puntal de quebracho". Si bien no tenía cartel alguno que lo identificase, su nombre según Conforte "provenía de haber sido ese el lugar más avanzado del núcleo de población, cuando del otro lado existía el primitivo Circo de las Carreras". Precisemos que éste, establecido en 1857, estaba limitado por las actuales calles Cramer, La Pampa, Melián y Mendoza, o sea en el área que corresponde al subbarrio Belgrano R. Finalmente, transcribimos la descripción que hizo Conforte: "A él concurrían guitarreros y payadores de fama, los mejores jugadores de truco, los más hábiles jinetes allí se concertó más de una carrera cuadrera en las que sabía tomar parte la muchachada. El Café de la Punta Chica, siempre lleno de público, permanecía abierto hasta altas horas de la noche".

También le corresponde a Conforte anoticiarnos acerca de otro almacén' devenido en café: "Entre los comercios de la vieja calle Real (Cabildo) merece los honores de un párrafo aparte el antiguo Almacén de Merello Hnos., que durante tanto tiempo jugara un rol tan importante en la historia de Belgrano viejo". Se estima que comenzó a funcionar alrededor de 1880, haciéndolo en una vetusta casa sita en la esquina de Cabildo y Olazábal. Según el autor mencionado, el comercio ya transformado en café se denominaba en 1930 La Brasileña, para llamarse después Quita Penas.

Allí se detenían los con¬ductores de carretas que, car¬gadas de frutas, se dirigían al Mercado de Abasto. No eran a esa hora los únicos parroquianos porque, como dice Conforte, "transnochadores y bohemios tenían en el almacén de Merello Hnos. donde matar el tiempo en las largas noches invernales, cuando no había dónde pasarlas, y aún aquéllos que sin ser ni lo uno ni lo otro los sorprendía ya muy entrada la noche en la calle, de regreso de un baile o de una fiesta cualquiera, acudían también allí al recordar el buen matambre arrollado, especialidad de la casa, así como el rico vino Barbera que éste importaba directamente". Cabe recordar a tres asiduos concurrentes, que habitualmente no consumían ni fiambres ni vino, sino humeantes tazas de café con leche: el poeta Diego Fernández Espiro, el pintor Martín Malharro y el periodista y escritor Roberto J. Payró.

Demos final a este capítulo con breves menciones a otros comercios del ramo: en juramento 2502, haciendo esquina con Ciudad de la Paz, estaba la fonda y almacén de Blanco Hermanos, lugar preferido por los puesteros del cercano mercado, los que constituían mayoría entre sus parroquianos. Cerró sus puertas en 1978. En Moldes y juramento tenía su espacio la fonda La Buena Sopa, donde, seguramente, no faltaban ni el pan ni el vino para acompañarla.

En esta lista de comercios que combinaban almacén con despacho de bebidas, bar y café, siempre con algo de fonda, merece coronarse con Il Piccolo Torino, fundado en 1874 por J. Cordo en la esquina sudeste de Rivadavia y Cerrito (desde 1893, Echeverría y Cuba), donde actualmente funciona la Confitería Zurich.

Allí se realizó en marzo de 1879 una reunión de vecinos para echar las bases de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos de Belgrano, creada el 13 del mes siguiente, al presente la entidad más antigua del barrio

Cafés y más cafés

Tras el café de Vergés o Bergés y el de Gastelou ya mencionados, con el correr de los años fueron apareciendo muchos otros como resultado de la transformación de antiguas fondas o almacenes con despacho de bebidas, los más como comercio de primera mano. Evocaremos algunos por ser prácticamente imposible mencionarlos a todos.

De los surgidos en el siglo pasado, dejando para más adelante los propios del Bajo de Belgrano, comencemos por el Café de los Gianni, Cabildo y Blanco Encalada,

que por 1890 tenía salón de baile y orquesta. Sigamos con el Washington, instalado por 1875 en 25 de Mayo 130 (antigua numeración). A muy poca distancia de allí, en el 108 (siempre de la actual Cabildo) don José Finollo inauguró el 1° de junio de 1890 el café denominado Nueva Confitería Belgrano. La confitería, bar y restaurante Jóvenes Unidos, con servicio de viandas a domicilio, comenzó a funcionar el 10 de agosto de 1896 en la esquina de Olazábal y Vidal.

En 1890, Ramón Morado era propietario de una fonda, bar y confitería en Santa Fe 7679 (ahora Cabildo al 2200). En 1895 ya existían el despacho de bebidas o bar de Luis Pessino, instalado en Santa Fe 7586; el café y bar de Juan Luera, en Blanco Encalada 1762, de la antigua numeración, y el café con billares de Miguel Farrante en Santa Fe 7315. Por su parte, Francisco Cichero tenía en 1897 una fonda y bar en Santa Fe 7699, esquina de la actual Olazábal. Un año después funcionaba en General Paz 2175 el café con billares de don Serafín Fernández.

En las primeras décadas de este siglo existían numerosos cafés, entre ellos el precursor bar biógrafo London, de José Fernández, Av. del Tejar (desde 1991, Ricardo Balbín) y Blanco Encalada, donde para evitar "mirones colados" la consumición era obligatoria. En 1915 tenía abiertas sus puertas Lago di Como, de innegable origen itálico, en Olazábal 1667, con cancha de pelota, bochas, café y billares. El Siglo, que alrededor de 1915 estaba instalado en Cabildo 2149, siendo su propietario G. Rodríguez. En 1925 fue comprado por José Ronderos, cuyo nombre llevó desde entonces. Era el típico café, con chocolatería, bar y confitería, donde también podía jugarse al billar, al ajedrez, al dominó y a las damas, todo ello en medio de las nubes de humo nacidas de empedernidos fumadores. Sus instalaciones y mesas eran de madera lustrada, siendo las sillas de las denominadas vienesas por su esterillado, y lámparas de vidrios de colores colgadas en el sector de las carambolas y las tres bandas. Lugar predilecto de practicantes de juegos de salón y de las muchachadas del barrio, fue demolido en la década de 1960. En su lugar, se instaló primero el supermercado Los Carritos y después, una pizzería.

En 1916 ya funcionaba Matti, un bar y café con billares sito en Cabildo 2349, propiedad de César Matti. Donde hoy se halla una su¬cursal del Correo Argentino, en Cabildo 2349 estaba el Café Antiguo Derby, donde el billar se alternaba con el tan¬go, en mu¬chas ocasio¬nes ejecuta¬do por una orquesta de señoritas. Fue sucesor del bar y restaurante El Derby, que en 1913 funcionaba en Cabildo 2555.

El Paulista, en Cabildo 2120, mostraba su frente pintado de rojo, como era propio de todas las sucursales de la empresa homónima. Era el café por excelencia, siempre colmado de clientes que, en torno a mesas de madera, ocupaban sillas vienesas esterilladas, como era moda setenta años atrás. Agréguese a la lista el Gran Café Helios, que en 1915 ya existía en Cabildo 1978, y La Perla de Belgrano, en Cabildo 2450, que en el año indicado era propiedad de José Servante y que antes lo había sido de Calonge y Serrate, para serlo en 1916 de Paulino Gallego y Cia. Como dato curioso, digamos que en una edición de 1916 del semanario El Heraldo de Belgrano se anunciaba que el café y bar de Luis A. Terragno y Ricardo O. Bergallo ofrecía por $ 1,20 el "Gran Bife Terragno, con fiambre, media botella de vino o medio litro de cerveza, postre, café o té...”.

Dos cafés bien conocidos existían en Cabildo y Federico Lacroze. En la esquina de la primera estaba Hadas de Oriente, situado enfrente del cine Las Familias, y en el 801 la confitería Apolo, cuyo bar y cafetería daban sobre Federico Lacroze, mientras que el sector para familias, como se decía por entonces, salía a Cabildo. En sus primeros tiempos tenía mesas de maderas finas y sillones de cuero marrón, luciendo paredes revestidas de maderas y grandes espejos, lo que le daba cierto aire de distinción. La Apolo, como se la llamaba, fue la confitería de mayor distinción de ese sector del barrio. Subsistió hasta fines de la década de 1980. Por la curiosidad de sus nombres, mencionaremos a Sol y Sombra, café y confitería ubicada en Ciudad de la Paz 2151, y a Sí, de iguales características, en Mendoza al 2400.

Son de inevitable mención dos cafés de la zona de Las Cañitas. Uno es La Flor de Belgrano, en Luis María Campos y Teodoro García, de tan larga data como para llegar casi hasta nuestros días, aunque últimamente había perdido sus antiguas características por haber modernizado sus instalaciones con iluminación casi "al giorno". Fue por muchos años reducto de jóvenes radicales, que frecuentemente hacían objeto de burlas al presidente Agustín P Justo cuando los domingos pasaba por allí en sus caminatas matinales. Sigamos con La Copa de Oro, en Olleros 1667, un café que habiendo nacido casi con el siglo, fue centro de reunión para cuidadores de caballos, empleados del Hipódromo Argentino y carreristas. Hasta allí solían llegar, desde el stud ubicado enfrente, en Olleros 1664, Francisco Maschio y Carlos Gardel, cuidador aquél y dueño éste de Lunático, un caballo que perdió más carreras que las que ganó. Los acompañaban el cantor Razzano y el jockey Irineo Leguisamo, tras haber comido todos un gran asado y jugado al truco en el stud, el cual en 1960 era conocido por La Pomme. El café, de propiedad de Aniceto Fernández, perduró muchos años y al presente es un restaurante que mantiene su nombre original.

Antes de dejar el Alto de Belgrano, tengamos un recuerdo para Nicanor, el café de Cabildo y Juramento, en cuyo interior lucían una moderna barra de fórmica y plantas que lo ambientaban y alegraban.

Recordemos también a La Palmera, el café, bar y cervecería de don Luis Dordoni, que ya estaba en Cabildo 2569 allá por 1930. Su nombre se originó, en una enorme palmera existente en el jardín situado en el frente. Jockey Club se denominó en la década de 1930 un café situado en Cabildo 1902, esquina Mariscal Antonio José de Sucre. De la misma época fue Sportman, bar y café con billares sito en Cabildo 849. Muchos nostalgiosos aún evocan el Mignon, que en la década de 1940 se estableció en Cabildo 2099, esquina Juramento, y subsistió hasta su demolición en 1980. Su amplio salón estaba muy bien decorado y dotado de mesas de madera lustrada y butacas de cuero de color verde. Junto a la pared que daba a Juramento estaba la barra y en la de Cabildo los grandes espejos. Un café de elegante aspecto, con mucho de confitería, fue Salamanca, situado hasta 1992, en que cerró, en la esquina de Cabildo y La Pampa. La Posta, subsistente con el nombre de Mi Lugar, fue instalado en Ciudad de la Paz y Juramento, en el solar donde en el siglo pasado vivió José Hernández durante su primera estada en Belgrano. El barrio también tuvo en Federico Lacroze 2720/24 a Los 36 Billares, igual que su homónimo del centro de la ciudad, instalado en un gran salón en cuya parte posterior se distribuían numerosas mesas de juego. Allá por 1960 eran sus dueños López, Casarreal y Cia., y ahora el comercio tiene por nombre Los Billares. Cerca de este café, en Federico Lacroze 2362, estaba en la década de 1950 su similar La Linterna, que ahora, con su local totalmente refaccionado, se llama Charlotte. Recordemos por último, a El Nacional, de propiedad en 1930 de Donamari, López y Cardozo, dotado de bar, billares, y reservado para familias. Estaba ubicado en Cabildo 1902, esquina Mariscal Antonio José de Sucre.

Los muchos cafés del Bajo de Belgrano

En su libro Belgrano, de 1962, dice el vecino, dirigente político e historiador Héctor Iñigo Carrera, que en el siglo pasado llegaba el Río de la Plata hasta la estación ferroviaria Belgrano C, pero que, con admirable perseverancia, las toscas y las tierras inundables fueron ganadas por el sistema de polders, o sea rellenadas artificialmente, como se hizo y se sigue haciendo en Holanda y Bélgica. Agrega que las vías ferroviarias constituyen la división entre el Alto y el Bajo, constituyéndose la estación Belgrano C en "el pórtico" de éste. Por su parte, la profesora Elisa Casella de Calderón completa lo dicho expresando: "del otro lado de las vías, cuando se alzaban las barreras, se penetraba en otro mundo, con su malevaje y sus guapos, donde se hacía 'culto al coraje"'.

Subbarrio o barrio propiamente dicho, el Bajo hoy luce modernizado, renovado, pujante, cambiado en sus viviendas, en sus comercios, en sus calles y hasta en los árboles que en ellas crecen. Por ello, ya nadie puede ver allí ese mundillo de pescadores, obreros de las fábricas lugareñas, jóvenes y adultos que hacían del turf la razón de su vida, como trabajadores, peones, cuidadores y jockeys, o en otros casos como "burreros". Estos llegaban desde todos los barrios hasta el Bajo para jugar sus pesos a veces el salario recién cobrado a las patas de un caballo, repartiéndolos entre las ventanillas del Hipódromo Argentino y el Hipódromo Nacional, su menguado rival. Lo dicho explica la multiplicación de fondas, cafés y bares genéricamente cafés en el Bajo, donde hoy todavía pueden verse algunos rastros de lo que fue.

Quizá para terminar de entender cómo era el Bajo, sea menester recurrir a los versos de Carlos de la Púa, quien en su Bajo Belgrano nos dice así: Barrio de timba fuerte y acomodo / pasional de guitarras altiyeras / yo he volcado el codo / de todas tus esquinas / con una potranca res, josefina, / que hoy se inscribe / en los handicaps de fondo. // Bajo Belgrano, sos un monte crioyo / tayado entre las patas de los pingos. / Creyente y jugador, palmas el royo / en las misas burreras del domingo." Más adelante esta tríada definitoria: Bajo Belgrano, / patria del portón, / sos un barrio / querendón.

En una evocación de los cafés del Bajo Belgrano es inevitable comenzar por La Papa Grossa, aunque estrictamente no fuera tal. Durante añares estuvo instalada en Blandengues y Echeverría, para desaparecer en la década de 1960 al prolongarse la Avenida del Libertador. En el lugar y en las primeras décadas de este siglo, la familia Ferretti despachaba al menudeo carbón y papas, como era propio de las comúnmente llamadas "carbonerías". Dos de los hermanos, Antonio y Eduardo, decidieron poner en marcha un café, con despacho de bebidas, billares y truco obviamente, para brindar esparcimiento a cuantos se dedicaban a las actividades turfísticas. La prosperidad del negocio hizo que, corridos los años, se construyese junto al local una glorieta, donde, cuando el clima era propicio, se presentaban orquestas típicas, cantores, payadores y rondallas, contándose entre los actuantes al músico Pedro Mafia y a los payadores Gabino Ezeiza y José Betinotti. Según anoticia la profesora Elisa Casella de Calderón, en "Buenos Aires nos cuenta", N° 11, dicen "las crónicas que allí cantó Gardel y que Josefina Baker actuó cuando visitó nuestra ciudad. Sobre la calle Echeverría había un palco y 'la diosa negra' se presentó vistiendo su pollerita de bananitas". Agrega que también pasaron por allí desde Irineo Leguisamo hasta los recordados hermanos Torterolo.

El Almacén del Burro Blanco fue revivido por León Benarós en su libro Mirador de Buenos Aires, publicado en 1994. Dice este autor que "estaba en la esquina de Rivadavia y Miñones y le habían puesto afuera un letrero que lo nombraba. Tenía aspecto de almacén de campo y daba comida no del todo mala, alargando un buen pedazo de pescado frito por cinco centavos. En la esquina, un farol de querosén daba más sombra que luz. El dueño era un tal Campos, "Campitos". Agrega que allí hubo payadas famosas, muy celebradas por los jockeys, cuidadores y vareadores que concurrían asiduamente y que, de tanto en tanto, había broncas y trifulcas nacidas de las partidas de bochas que se armaban en un patio grandote.

Junto a La Papa Grossa y al Almacén del Burro Blanco hay que poner, por la singularidad de su nombre, a La Miseria, un almacén con despacho de bebidas que, junto al arroyo y en un barrio pobre, fue establecido en Blanco Encalada, entre Miñones y Artilleros (ésta antes llamada Sexta).

No debemos omitir a dos cafés o modestos boliches que a comienzos de este siglo existían, uno en La Pampa y Castañeda, y otro en Blanco Encalada y Dragones, cuyos propietarios eran, respectivamente, Juan Blanco y el vasco José Blanco. A ellos cabe agregar, como antecedentes, el café que allá por 1895 tenía don Gerónimo Parodi en Blandengues 1511, de la antigua numeración. Cerca de allí, en el 1801, poseía Juan Garbarino un negocio similar. En el 1790 existía el café y bar de Velasco y Bonaso, mientras que en la intersección de Blandengues y Sucre estaba a principios de siglo el café Flandes. Y no olvidemos al Café de Rosendo, de propiedad de Rosendo Drago, lugar de cita para payadores, en Blandengues y Mendoza.

Este collar de cafés en esa calle no debe causar extrañeza, porque en Blandengues estaban las instalaciones del Hipódromo Nacional, con entrada en su esquina con Monroe. Recordemos también el café y bar Testuri, en Echeverría y Dragones, y el Sardetti, en Echeverría y Húsares. Con posterioridad a estos dos, comenzó a cobrar fama el café y bar Don Pepe, agregado con despacho de bebidas al almacén instalado en Mendoza 1702, esquina Arribeños. En la década de 1940 se ampliaron las instalaciones para convertirlo en restaurante, hasta 1977, año en que se lo demolió.

Para evitar olvidos y omisiones injustas, hemos recurrido a un memorioso del Bajo de Belgrano, el pintor Alfredo Bertani, quien nos fue diciendo esta nómina: café y bar La Raza, en Blandengues y Mendoza, demolido por el ensanche antes mencionado; El Sin Rival, en la vereda impar de Echeverría y Cazadores, hoy inexistente; El Ombú, aún en pie en Arribeños y Mendoza; Las Flores, en Echeverría y Montañeses, donde ahora hay una sucursal bancaria; San Cayetano, enfrente del anterior; La Perla, en Arribeños al 2100, con servicio de fonda; Parque bar, en Juramento al 1700, que continúa trabajando, y dos cercanos a la estación ferroviaria Belgrano C, El Tala y el Llao Llao, que ahora es una pizzería.

Aunque no fue estrictamente un café, sino un bar, al referirnos al Bajo de Belgrano, no podemos dejar de mencionar, para dar término a esta evocación, a El Guindado, erigido en la esquina de La Pampa y Figueroa Alcorta, siendo sus propietarios por 1960 los señores García, Guzmán y Compañía. Desde siempre fue lugar de reunión y encuentro para noctámbulos, como también parada casi obligada para automovilistas, que eran servidos sin dejar sus vehículos. Hubo otros homónimos, siendo uno de ellos el situado en la Avenida del Libertador y Concepción Arenal (así llamada desde 1920).

Las confiterías

Confiterías hubo desde siempre y siempre fueron algo más que cafés, presentadas más que como lugar para solitarios y jugadores de dados, como un ámbito para familias, parejas de novios y señoras mayores. ¿Por qué desde antiguo se las denominó confiterías? El Diccionario Académico las define como establecimientos en los que los confiteros hacen y venden dulces, para agregar enseguida que en algunos lugares son salones de té, cafetería y bares. En nuestro caso, ciudades y pueblos de la Argentina, una confitería fue a la vez lo uno y también lo otro.

En Belgrano, confiterías hubo casi desde siempre. Comencemos por una de larga historia, con varias transformaciones con el correr de los años. Por la que en 1872 se llamaba Confitería del Aguila, que tenía por dueño al señor Canale y estaba situada en la esquina de 25 de Mayo y Lavalle (Cabildo y Juramento), en pleno corazón del entonces pueblo y después barrio. Sucesivamente, pasó a manos de Avelino Quevedo, Manuel Vila (en 1866) y Pedro Valmaggia (en 1895). Dos años después, con el nombre de Confitería Belgrano, fueron sus propietarios asociados Cabrini y Valmaggia, para pasar a manos de A. Castilla y Cia., hasta dar por terminada su primera etapa y ceder el espacio a la farmacia Hansen. En 1915 volvió a lo primero con la denominación de Confitería Bazzi, para después llamarse Modern Saloon, con domicilio en Cabildo 2088 /2100. Sobre esta calle funcionaba la confitería propiamente dicha, con mucho de patisserie, y por Juramento, el salón con mesas de tapa de mármol verde con vetas marrones y sillas tapizadas con cuero verde oscuro.

Por mucho tiempo logró reunir a la clientela más distinguida del barrio y a la hora del té solía contar con la presencia de una orquesta o de un pianista, como el vecino René Cóspito. Sus últimos dueños fueron los hermanos Reibaldi y tras ser demolida se edificó allí la Galería juramento. Conviene decir, para evitar confusiones, que años después se instaló un café de igual nombre en Cabildo y Echeverría, frente a la sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires, que subsistió hasta 1997.

Casi sería imperdonable hablar del primer Modern Saloon sin referirse a quien estuvo por años entrañablemente unido a él: Don Pepe, el canillita que depositaba en la ochava, sobre el umbral de entrada, su mercancía, formada por ejemplares de los diarios vespertinos (La Razón, Crítica, Noticias Gráficas), para que cada adquirente retirase por sí el ejemplar junto a la pila de papel impreso. Era característico de este "hijo de Florencio Sánchez" lucir su elegancia en el vestir. Corpulento, de poca estatura, cara redonda, tez rosada, temprana calvicie y pequeño bigote, componía su atuendo con un traje color azul marino, zapatos negros siempre brillantes, camisa blanca impecable y corbata negra de moñito. Era amigo de todos los clientes y su figura estaba incorporada al paisaje. Y si de vendedores de diarios se trata, digamos que el nuevo Modern Saloon tuvo uno muy popular, llamado Moncho, inconfundible por su pierna claudicante.

Ya por 1876 existía la Confitería Belgrano, anexa al Gran Hotel Belgrano, situado en Lavalle y Primera (ahora, Juramento y Arribeños), lindando con el andén de la estación ferroviaria Belgrano C. Sus primeros propietarios fueron R. y M. de la Fuente, para serlo después don Félix Menas¡. Trocado su nombre primitivo por La Paz, fue un reducto tanguero, generalmente con señoritas en el palco de la orquesta, contándose con la presencia frecuente de Alberto Gómez y Agustín Magaldi, no como cantores, que lo eran afamados, sino como clientes provenientes de algún stud, porque es sabido que ambos eran muy aficionados al turf y propietarios de más de un caballo.

Este café, en el que según Iñigo Carrera "el humo de las locomotoras se confundía con el de las tazas de chocolate, que era la especialidad de la casa", tuvo un inesperado final en 1950, tras haber sido muerto su dueño por un parroquiano. A partir de entonces su destino fue cambiando.

Don Carlos Pellegrini, homónimo de quien en 1890 había asumido la presidencia de la Nación, fue dueño de una confitería que llevaba su apellido, ubicada en 1915 en Cabildo 2101, esquina Juramento. Era famosa por sus banquetes, recepciones y fiestas de bodas. En su tiempo, fue competidora de la Confitería Bazzi por el buen servicio de té, chocolate, café y bar que brindaba. Allá por 1928 se instaló allí con igual finalidad La Cosechera, confitería de categoría y decoración lujosa. Las paredes interiores estaban revestidas con mármol blanco veteado de marrón, al igual que las columnas, unas circulares y otras cuadradas, con detalles de bronce en las bases y capiteles corintios. En su parte media tenían un anillo también de bronce con ornamentación en relieve y perchas.

Las mesas tenían base de hierro fundido y tapa de mármol, mientras que las sillas eran curvadas (thonet) con asiento esterillado. Las luces eran dadas por lámparas colgantes, apliques de bronce y globos de cristal tallado. Parte de las paredes lucía grandes espejos y los pisos eran de mosaicos puestos con forma de damero. El local estaba dividido en tres sectores: en el correspondiente a Cabildo estaba la confitería propiamente dicha; en la ochava, el café, y sobre juramento, el lugar reservado para las familias. El conjunto atraía por su armonía y discreto aire de suntuosidad.

El restaurante y confitería Paradis funcionaba ya en 1930 en Cabildo 1833/49. Estaba instalado en un hermoso chalet con jardín que había sido de propiedad de la señora Josefa Tollo. Inicialmente, fue lugar de categoría, con escenario para orquesta en el jardín, haciéndose famosas sus reuniones y bailes de Carnaval. Cerró al decaer el nivel y en su lugar se instaló una agencia de vehículos automotores, para dar paso, finalmente, a la construcción de la Galería Belgrano, la primera y más antigua del barrio.

Sería inadmisible no mencionar en esta evocación al Dietze, a la vez confitería, restaurante y café, con amplio jardín, romántica glorieta y salón reservado para los amantes del tapete verde. Se instaló en Echeverría 2292, esquina Vuelta de Obligado, en la que había sido casa de la familia Astigueta, donde se alojó en 1880 el presidente Nicolás Avellaneda. El patio fue cubierto para dar lugar al salón principal, con un sector para familias. Fue un verdadero centro social del barrio, en especial para los miembros de la colectividad alemana. Cerró sus puertas en 1959 por haber dispuesto su demolición el nuevo propietario, arquitecto Hernán Giralt. Después se instaló allí un supermercado de la cadena Minimax, incendiado en la noche del 26 de junio de 1969 por fuerzas subversivas juntamente con otros catorce locales de la misma empresa. En el lugar se edificó después un edificio de propiedad horizontal con galería comercial en la planta baja.

Y aún hay más: la confitería, con salón de té, chocolatería, café y servicio de lunch Steinhauser fue inaugurada por su propietario Teodoro Steinhauser el 9 de julio de 1918 en Cabildo 1924. Su aire europeo la convirtió en lugar predilecto para la colectividad germana. Cerró sus puertas en ese local en 1989 para trasladarse a Mariscal Antonio José de Sucre al 2400, donde permaneció hasta su cierre definitivo a mediados de esta década.

También fue lugar preferido por vecinos alemanes el Bodense, una cervecería con bar y cafetería, instalado en 1919 en Monroe 2689. En 1935 se trasladó a Cramer 2455, donde se convirtió en un típico restaurante alemán, con glorietas, salón de baile, reservados y siete canchas de bolos, preferido por las familias de esta colectividad para realizar fiestas y bailes. Subsiste aunque algo modificado.

Brevemente, recordemos a otros negocios del ramo, no tan importantes como los mencionados, pero dignos de ser evocados: la confitería Juramento, de Manuel Blanco, con domicilio en Moldes y Juramento, existía por 1925; ofrecía servicio de lunch y tenía salón para familias, billares, casín, cafetería y bar. Entre 1930 y la década de 1970 funcionaba frente al mercado barrial, en Amenábar 2184, el bar y cervecería con billares de Juan Linden Y en Belgrano R cabe mencionar a Glue Pot, un pub ubicado en Zapiola al 1900, frente a la estación ferroviaria. El Ciervo de Oro, con glorieta, en Echeverría con las vías del ferrocarril. Waldschenke (La Taberna en el Bosque), en Superí 2400, y El Comercial, en Freire y Echeverría, con reservado para familias.

Demos final a esta evocación con unos versos que Leopoldo Díaz Vélez escribió en 1983 para celebrar el centenario de la proclamación de Belgrano como ciudad: "Ya no está La Blanqueada, famosa pulpería, / .ni tampoco esa otra que fue Las Palomitas, / ni el almacén de El Gallo, ni aquel otro del Pinto / que "el oriental Basilio" dirigía. / Se ha cerrado el Belgrano, el cine más antiguo, / no viven Zafarrancho, pintoresco cochero, / ni el café de los Gicanni, la familia Vercesi, / ni el almacén Romani que tanto recuerdo". Quien quiera saber cómo era un café "de los de antes" pude visitar al que está en F. Lacroze y Alvarez Thomas.

* Este artículo fue publicado en “Historias de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires” (N° 2, Diciembre de 1999)

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