jueves, agosto 27

Buenos Aires y sus negros II

CARIMBA

Esta palabra es de origen portugués y designa al hierro utilizado para marcar los esclavos, tanto en la operación de embarque en África, como en el desembarque en las posesiones americanas. Fue llamado de esta manera en la mayoría de los países latinoamericanos, con excepción de Cuba y Bolivia, donde se lo llamó calimba y en Perú donde el nombre fue carimbo.

Tenían la misma función que las marcas aplicadas al ganado, pues servían para demostrar la propiedad del introductor legal. Casi siempre tenían signos o letras que identificaban al propietario y son posibles de encontrar en legajos del Archivo General de la Nación referidos a compras de esclavos, sirviendo también para el control de las caravanas de esclavos que partían para el control de las caravanas de esclavos que partían de Buenos Aires al interior, pues su ausencia denunciaba el ingreso irregular.

La operación de marcar o carimbar a los esclavos se realizaba a continuación del palmeo y volvía a ser otro episodio terrorífico para los esclavos. Se la aplicaba en el pecho o los omóplatos en los hombres y en los glúteos a las mujeres, casi siempre cerca de la anterior marca aplicada al embarcar.

Dio lugar a más de una escena de rebeldía o intentos de fuga masivos, a pesar de encontrarse encadenados y en tierras extrañas. Se siguió practicando esta bárbara costumbre en Buenos Aires hasta que el ministro Gálvez la suprimió por R. O. del 4 de noviembre de 1784.

Una vez terminada esta etapa, se concentraba a los negros en determinados lugares, casi siempre en la plaza de la Aduana, para proceder a su venta particular o en almoneda.

Es casi imposible determinar el precio promedio de un negro o un negra, pues el mismo dependía de múltiples factores, de quienes lo compraban y del destino que se les daba. Lo que es posible determinar con más precisión, es quienes eran los adquirentes, pudiendo decirse que salvo los carentes de dinero o los marginados por ley, todos podían comprarlos. Es así como aparecen en los documentos del A.G.N. funcionarios reales, del Cabildo, tenderos, almaceneros, quinteros, hacendados, sacerdotes o directivos de órdenes religiosas afincadas en Buenos Aires o en el interior, familias tradicionales, pulperos, propietarios de tahonas, etc.

TRATO

En lo que respecta al trato dado a los esclavos en la sociedad del Río de la Plata, hay que hacer la salvedad que salvo excepciones anómalas, el trato dispensado por los patrones de esclavos fue benigno. Muchos de ellos fueron adquiridos para el servicio doméstico y por ello debieron vivir en ambientes familiares, donde la violencia no era lo cotidiano a pesar de la autoridad paterna sin límites que regían en aquel entonces.

Al no existir casi indios dispuestos a conchabarse en el servicio doméstico y la ausencia total de los blancos europeos para esos menesteres, hizo que el negro llenara la demanda de servicio. El europeo comerciante de medianos recursos, necesitaba para su atención personal y de su casa, por lo menos cuatro o cinco criados, en el caso de ser soltero. Si era casado y con dos o tres hijos, ese número se multiplicaba por dos o tres, dependiendo del nivel social y del giro comercial alcanzado.

Además de los blancos e indios, el tercer elemento étnico lo constituyó el africano. Comenzó a llegar en cantidades apreciables para principios del siglo XVII y formó la mano de obra del personal doméstico y del artesano manual.

Su valor comercial era grande y su propiedad significaba riqueza, fuente de ingresos y status social. Los esclavos vivían la vida de sus amos, a quienes servían fielmente; se ganaron la benevolencia y eran tratados con suavidad. En la ciudad de Buenos Aires no se conocieron las crueldades que en otras regiones hicieron odiosa la esclavitud doméstica o laboral. Se los distinguía con diferentes nombres, según hablaran o no el castellano. A los primeros se los llamó negros ladinos y a los segundos negros bozales.

Los negros tenían bastante libertad y aparte de sus tareas específicas no era raro que se dedicaran a producir diferentes artesanías cuya renta, en muchos casos, representaba buena parte de los ingresos familiares. Cuando el blanco bautizaba a los esclavos, además del nombre cristiano, le daba su propio apellido, como se ha dicho antes y esta costumbre se extendió incluyendo a pardos y morenos.

El negro esclavo era utilizado por el propietario blanco en todos los oficios manuales que el español se resistía a desempeñar. Unas veces lo hacían en talleres, por jornales que percibían de sus amos, y otras trabajaban directamente bajo la dirección de éstos. Sus mujeres mientras tanto, atendían las tareas domésticas y colaboraban en aquellas faenas caseras, que representó un verdadero ahorro en la economía familiar. Una tarea reservada, casi con exclusividad a las negras, fue la de hacer de amas de leche de los hijos de la familia a la que pertenecían, atendiendo a esos hijos ajenos con afecto y dedicación como si se tratara de hijos propios.

Contra lo que pudiera esperarse, dado el número relativamente considerable que alcanzó a haber, los africanos no se multiplicaron mucho entre sí.

Cuando aumentó el número de los negros, fueron autorizados a reunirse en naciones, que designaba a su jefe o rey y celebraban reuniones de baile y canto, acompañando a ceremonias típicas de sus lejanos orígenes, donde por transculturación mezclaron el culto ancestral con el catolicismo imperante en la sociedad de los blancos.

El buen trato dado a los negros, no significó en ningún momento la equiparación con el blanco. Nada pudo vencer el prejuicio que separaba a esos elementos étnicos. El español se mostró reacio para admitirlos, a pesar de no ser esquivo para cohabitar ilegalmente con las mestizas, cuya escala de colores fue una de las preocupaciones constantes de la sociedad en el período español. La separación fue siempre bien marcada, en talleres, oficios, escuelas, orfelinatos u hospitales, pues se temía que los vicios reales o imaginarios de los negros, pudieran propagarse entre los blancos.

Un ejemplo de estos últimos prejuicios fue lo acaecido en la segunda mitad del siglo XVIII en el convento de Capuchinas, donde casi se amotinaron las monjas por haber sido admitida una persona que fue señalada como mulata. El escándalo trascendió los muros del convento y se desparramó por la ciudad, creando bandos enfrentados y causando la intervención de las autoridades eclesiásticas y civiles sin llegar a poner fin a la cuestión, que terminó cuando se produjo la muerte de la mujer en cuestión.

A ello hay que agregar el desprecio que el blanco tuvo para todo lo vinculado y relacionado con el negro, al grado de dar nombres distintivos para las graduaciones de mezclas étnicas pues el concepto de inferioridad racial referido al negro africano y sus descendientes americanos, penetró profundamente en el vocabulario popular, al grado que mulato, fue el desprecio más generalizado y agraviante, pues encerraba connotaciones despreciativas para las condiciones morales de las personas.

Los esclavos, únicos negros que llegaron al Río de la Plata, se consideraban piezas de comercio y figuraban en inventarios y tasaciones apenas en lugar diferente al del ganado, posiblemente debido al alto precio que significaban.

Uno de los principales contrabandos ejercidos en los siglos XVII y XVIII fue el de los negros, que enriqueció a no pocos comerciantes porteños.

La importancia del comercio negrero fue tal, que la corona española otorgó permisos especiales para recompensar o premiar actuaciones durante las invasiones inglesas.

El viento del norte, cuando soplaba, traía del Retiro el olor de los negros que estaban concentrados en el asiento, por lo que en 1793 se ordenó cambiar de ubicación al mismo, para evitar a la población el hedor y las miasmas. El comercio negrero era aceptado por todos y los obispos no fueron una excepción, pues participaban activamente en el mismo.

La llegada de negros a Buenos Aires se remonta a la época de Pancalto, ya que a bordo de sus naves había dos negros llamados Macián y Vivencio, que tras mucho papeleo fueron rematados el 30 de diciembre de 1539.

Los relatos de viajeros en el período español, demuestran su sorpresa por el trato benigno dispensado a los esclavos y ni uno solo que manifieste haber sabido o presenciado castigos físicos brutales. Concolorcorvo, que tan atento y crítico observador se manifestó, no ha dejado expresiones en contra del trato social y personal recibido por los esclavos en la región del Plata, por lo benigno.

Respecto a los viajeros extranjeros su sorpresa es muy manifiesta al no encontrar la expoliación, la venganza sanguinaria ni los castigos excesivos.

Los buenos tratos que predominaron no ocultan ocasionales excesos con apaleamientos o castigos en el cepo, que patrones muy rigurosos aplicaron a sus esclavos, de la misma manera que no es posible ocultar algunas mañas o comportamientos antisociales de algunos esclavos, ya fueran hombres o mujeres.

Sin embargo, la condición de castas, imponía numerosas limitaciones tanto en la ropa, como en las joyas, peinados, calzado, relaciones sociales, ya que eran el último estamento social. Por ello no ha de sorprender encontrar en los documentos del A.G.N. limitaciones que nos resultan ridículas, para nuestros conceptos, pero tuvieron plena vigencia y observancia en el momento histórico respectivo.

Se prohibió por ejemplo, la introducción de negros esclavos que estuvieran casados, sin la mujer y los hijos, cuando la realidad práctica demostró que la formación de los contingentes embarcados se realizó por la astucia, el engaño y la coacción, sin interesar la familia del embarcado. También se prohibió que las mulatas o las negras se vistan con orlas ni perlas, seda ni mantos; los hombres tenían prohibido portar armas de fuego o blancas, aún cuando fueran acompañantes de blancos; de la misma manera se prohibió que los negros, hombres o mujeres, andar solos de noche por las calles, pero era conocida la costumbre de empresarios blancos de armar grupos llamados teatrales, casi siempre con varias mujeres blancas o de color, para actuar de noche y hacerlas ejercer la prostitución. También se prohibió el trabajo de los negros los domingos y fiestas de guardar, con la obligación de oír misa, para que aprendieran la doctrina cristiana. Otra prohibición muy común era el amancebamiento entre negros, mulatos, zambos o entre miembros de las distintas castas aludidas en otra parte de este trabajo. Se aceptaba la cohabitación previo casamiento religioso.

Sin embargo, no siempre el blanco observó las reglas de la religión cristiana respecto a los negros fallecidos, pues son numerosas las quejas de los vecinos respecto a los cadáveres de esclavos que se encontraban tirados en los huecos, o arrastrándolos por las calles, para abandonarlos luego insepultos, esperando que fueran devorados por los perros o los cerdos sueltos, como lo eran los fetos o recién nacidos abandonados en zaguanes o baldíos.

Son ya clásicos los relatos respecto a la negrita que acompañaba a la señora o señorita de la casa al templo, portando la alfombra donde se arrodillaba o la llamada negrita del coscorrón, que era la mulatita que cebaba mate, atendía las órdenes o caprichos del ama y siempre estaba cerca y disponible para recibir el coscorrón o el tirón de mechas, con que se descargaban los nervios o las frustraciones.

OCUPACIONES Y OFICIOS
Además de la compra para el servicio doméstico, muchos esclavos fueron adquiridos para que aprendieran un oficio y trabajaran fuera de la casa por un salario o retribución que acordaba el patrón. Este dinero era una forma de solventar las necesidades de la casa respectiva. Hubo así carpinteros, violinistas, herreros que hacían esas funciones. Algo parecido hicieron muchas negras y mulatas especializadas en pastelitos, pan, tortas y empanadas.

Esta actividades se difundieron mucho entre los esclavos manumitidos, lo mismo que las lavanderas en el río o las planchadoras en sus ranchos o en las casas de los amos. Donde se destacó la mujer africana fue como ama de leche, y en el cuidado y crianza de los bebés y de los niños, por el afecto demostrado, el cuidado manifiesto y la suavidad de los métodos de enseñanza de las buenas costumbres y obediencia debida a los mayores. No debe olvidarse el múltiple papel de la mujer en la sociedad africana, donde su función matriarcal, sirvió para dar cohesión a la familia, si bien hay que señalar la promiscuidad manifiesta en sus relaciones sexuales, pues no buscaba maridos ni padres para sus hijos. Sólo quería descendencia, tal vez llevada por el ancestro de la familia numerosa de la que era centro.

Es posible decir sin exageración que salvo las ocupaciones negadas por la ley (sacerdote o funcionario estatal o municipal), el resto del amplio espectro del trabajo fue desempeñado por los negros y negras.

Además de la ocupaciones domésticas, se los ocupó en el cuidado de las caballadas, bueyes y arrias de mulas, corte de leña, cuidado y conducción de carretas. Las autoridades cabildantes fueron siempre muy remisas para permitir la agrupación en gremios a negros, mulatos o mestizos de las distintas castas, como fue el caso de los zapateros. Por su parte los utilizaron en muy variadas ocupaciones como el zanjeo de las calles, para desagotar los pantanos que se formaban en las épocas de lluvia, combatir las hormigas, los perros y las ratas que amenazaban de continuo a la población; retirar de los huecos los cadáveres y también fueron ocupados como pregoneros, faroleros, serenos y hasta verdugos.

Hubo esclavos que fueron comprados exprofeso para hacerles aprender un oficio y luego emplearlos como mano de obra experta y lograr el aporte de dinero para mantener la casa del amo. También hubo panaderos, alarifes, veleros, peluqueros, marineros, ladrilleros, proveedores de agua del río, pescadores y vendedores de pescado, matarifes y carniceros a domicilio y muchos otros oficios.

En las quintas y campos fueron empleados en la preparación de los sembrados, siembras, cosechas, yerras, amansamiento de los caballos, conducción de tropillas o arreos vacunos, de la misma manera en que fueron utilizados para la caza de animales cimarrones, marcaje o castración, llegando muchos de ellos a ser muy gauchos y por ello, respetados y considerados dentro de la comunidad campestre. También hubo guitarristas y cantores.

Como curiosidad es posible anotar que a fines del siglo XVIII, los negros Roque y Tadeo fueron muy populares entre la gente adinerada de Buenos Aires por dedicarse a alquilar coches y carruajes de paseo.

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