sábado, enero 1

miércoles, diciembre 29

Emotivos reencuentros con las raíces españolas

Añoranzas y Raíces son dos programas del gobierno español que permiten a nativos o sus descendientes volver a esas tierras. Más de 20 socios de la Comunidad Castellana viajaron entre 2009 y 2010.
Para Otilia Mateos hubo un antes y un después en su vida a partir de haber tenido la posibilidad de viajar a España. Era su tierra natal y había tenido que dejarla 51 años atrás. Lo mismo le ocurrió a su compañero de viaje, Marcelino Castro, hijo de emigrantes españoles, y a Matías Valls, bisnieto de inmigrantes de ese origen.
Ellos fueron tres de los más de 20 socios de la Comunidad Castellana de Santa Fe que fueron seleccionados por la Junta de Castilla y León para participar en los programas Añoranzas y Raíces. Esto les significó viajar a aquel país en 2009 y 2010, conocer sus paisajes, su gente, y poder ponerse en contacto con sus familiares.
Por este motivo, la institución organizó el denominado Encuentro de Viajeros de ambos programas, que les permitió contar sus experiencias y vivencias, en la nueva sede de la institución: San Martín 2876, primer piso.
Pero éste no fue el único logro de la Comunidad Castellana: otro de sus socios, Ángel González, fue beneficiado el año pasado para participar en un programa de la Federación de Sociedades Castellanas Leonesas, denominado Castilla y León, destinado a socios activos de todos los centros que tuvieran entre 40 y 60 años. Asimismo, María Virginia Grigolatto -otra socia- fue becada en 2009 entre otros universitarios para cursar sus estudios de posgrado en España. Es farmacéutica e hizo un posgrado en industria farmacéutica en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Salamanca.

Emilce Arroyo Pastor, presidenta de la Comunidad Castellana, recordó que “entre 2009 y 2010, 23 personas viajaron por los programas Añoranzas y Raíces, que promueve la Junta de Castilla y León en cuatro de sus nueve provincias: Salamanca, Burgos, León y Zamora, aunque hasta ahora la Comunidad ha sido beneficiaria solamente en el programa Añoranzas de León y de Burgos”.
Estos programas permiten el regreso a España de aquellos que sean oriundos o descendientes directos de éstos, pero tienen que ser mayores de 65 años, en mayores de 60 o hasta 35 años, según cada programa, cumplir con la documentación que los respalde para postularse.
“La Comunidad Castellana sólo hace de intermediaria en estos programas, para que sus socios tengan a posibilidad de viajar y reencontrarse con sus raíces”, aclaró.
SENTIRSE COMPLETO
“Para mí fue algo muy especial porque hacía 51 años que no iba a España, que no veía a mis familiares (tengo una tía y primos), si bien hablaba con ellos por teléfono. He llorado muchísimo porque ha sido una experiencia muy fuerte”.
Otilia llegó a nuestro país cuando tenía 15 años, en 1959, y por eso el regreso fue tan impactante. “Volví a buscar mis raíces porque siempre decía que me faltaba algo en la vida. Por eso siento esa alegría por haber vuelto, me siento completa, volví a ver lo mío. Si bien estaba todo cambiado volví a ver la casa donde nací y las otras dos donde me crié. Lamento que no estén mis padres para contarles lo que vi”.
En su viaje, Otilia encontró una prima por parte de su padre que no sabía que tenía, motivo por el cual también pudo armar algo de esa historia familiar a partir de sus relatos. “Ahí sentí que estaba completa”, admitió, y adelantó que “toda mi vida estaré agradecida a la Comunidad Castellana por esta oportunidad y ahora tengo una deuda con ellos: hacer más socios”.
La intención de la Diputación para estos viajes es que los oriundos se reencuentren con sus familiares y tratar de que, si en algún momento han habido diferencias, sean olvidadas a partir de este retorno.
Contrariamente a los otros viajeros, Otilia prefirió “quedarme en el hotel y que mis parientes vinieran a estar conmigo, distinto de otras personas que iban a pasar el día a las casas de sus familiares”. No obstante, realizó todas las actividades y visitas previstas.
“La Diputación nos atendió de lo mejor; los argentinos en León nos llevaron a recorrer viñedos; hemos estado en distintos lugares y nosotros los invitábamos a conocer Santa Fe. También visitamos las Cortes de Castilla y León y nos recibieron muy bien. Me pusieron “la llorona’ porque lloraba siempre: éramos 6 oriundos en el grupo, yo sola de Santa Fe, y la que más grande vino a Argentina. Vi todo cambiado, hermoso; no sé si cuando vuelva a ir lo veré tan lindo. Creo que ir fue tocar el cielo con las manos; nunca pensé que iba a sentir tanta emoción”.
ME CAMBIÓ LA VIDA
Marcelino Castro tiene 67 años y pudo viajar a la tierra de sus padres “gracias a la generosidad de una hermana, ya que ella había sido seleccionada en el programa Añoranzas. Insistió para que yo viajara y la presidenta de la Comunidad Castellana puso a disposición sus herramientas institucionales para conseguirlo”, relató.
Y admitió: “El día que me confirmó que podía viajar me cambió la vida; es muy probable que físicamente sea el mismo pero espiritualmente soy otra persona. El viaje es muy especial para nosotros y nuestros sentimientos. Pude conocer el pueblo donde nació mi papá y en el que nacieron y murieron mis abuelos, que es un pueblo de montaña, minero, con muy pocos habitantes (unas 200 personas). Fui a la parroquia y asistí a misa y tuve la inquietud de saber si había documentación del bautismo de mis padres. Lógicamente estaba ese documento, en esa parroquia, donde mi padre fue bautizado en 1901. Me lo traje y significa para mí un testimonio de que mi padre pretendía que nosotros conociéramos su tierra y sus quehaceres, que eran muy precarios. Vivían de lo que cosechaban, tenían el establo dentro de la casa, adonde vivían con sus cabras y vacas”.
Antes de volver, Marcelino decidió ir al terreno en donde sus padres “cosechaban la papa, el tomate y otras verduras y me traje un poco de tierra en un frasco. La tomo como una herencia -no económica sino material- que me dejó mi padre: la tierra de su pueblo, en León, España. Es un motivo de orgullo haber conseguido esto”.
Este hijo y nieto de inmigrantes tuvo la posibilidad de convivir con sus primos, quienes lo recibieron cálidamente. Quedó tan agradecido y en relación con ellos que decidió “comprarme una notebook para comunicarme más fluidamente porque el teléfono pasó a ser un elemento obsoleto y, además, los horarios son diferentes. La mejor manera de comunicarnos es a través del mail y como no sabía nada de computación también estoy aprendiendo para lograrlo”.
GRACIAS, DE CORAZÓN
Por último, Marcelino contó que “mis compañeros me eligieron para hablar cuando fuimos recibidos por las autoridades el primer día. Nos ofrecieron un discurso muy sentimental pero veía que no había una devolución, a pesar de que todos estábamos agradecidos. Era bueno poder hablar y me atreví a decir un discurso”.
Según recordó, sus palabras hicieron referencia a que “el sueño de todo emigrante es volver algún día a su tierra y mi padre pudo cumplirlo en 1952. Por eso, en el bicentenario de mi patria quiero rendir homenaje a todos esos inmigrantes que sufrieron el desarraigo y que encontraron en Argentina un lugar para vivir, crecer, trabajar y formar una familia”.
La presidenta de la Comunidad Castellana dejó una última reflexión sobre la experiencia vivida por estos santafesinos. “Hubo un antes y un después a partir de este viaje. Desde la institución gerenciamos, hacemos eventos culturales, tenemos becarios, pero hay algo muy importante: jamás perdemos de vista el poder devolver a estas familias que forman la vida institucional esta posibilidad. Uno siente que el deber está cumplido y que nosotros somos una circunstancia y tenemos la gratificación de haber devuelto la alegría a estas personas”.
Los santafesinos que viajaron a España contaron sus experiencias.
La ley de la vida
Ángel González también viajó a España en 2009. Con sus 60 años, era su primer viaje en avión y la adrenalina también fluía porque iba a conocer la tierra de sus padres.
P1000766.JPG“Sinceramente nunca pensé que podía viajar. Fue tocar el cielo con las manos y no tengo palabras de agradecimiento. Cuando me llamaron de Buenos Aires me preguntaron si estaba sentado, ya que me tenían que dar una noticia: que preparara la valija que me iba a España. Se me vino el mundo abajo. Cuando le dije a mi señora se largó a llorar porque ella me empujó para presentarme, y ahora quiero volver si es posible porque fue precioso”, reconoció.
Participó de un sorteo entre más de 20 socios de la Comunidad Castellana, que tienen entre 40 y 60 años, que se habían postulado para esta oportunidad. Y la suerte lo acompañó: resultó suplente del sorteo pero finalmente viajó porque la titular no pudo cumplimentar con la documentación que le requería la federación que reúne a estas instituciones en el país.
“Quería de corazón que pudiera haber ido mi padre, emigrante que vino a la Argentina, pero quedó acá. Nos hablaba de su España y de sus cosas y siempre nos fueron quedando aquellos comentarios, pero le decíamos que ahora estaba en la Argentina. Con los años empezó a decir que le gustaría volver a España para ver de nuevo su tierra, pero se fue”, lamentó.
LLORABA COMO UN CHICO
Ángel llegó a la tierra de su padre gracias a que un señor de la diputación de esa región que ofreció llevarlo. “Me dejó en la mina, que pude ver a pesar de que estaba cerrada. Empezó a nevar, lloré. Parecía un chico, no podía creerlo porque soy fuerte. Era mi viejo el que estaba ahí, no era yo. No se me ocurrió ir a la iglesia del pueblo sino que fui a un bar, al lugar de reunión de la gente. Me arrimé a un hombre y llamó a su padre, el dueño del bar. Cuando le conté que buscaba a personas de apellido González me dijo que él también era González y que el 50 ó 60% de las personas llevaban ese apellido. Fue muy emotivo”, relató.
Y concluyó: “No tengo palabras para agradecer por esto. Tengo un hijo emigrante que viajó hace 6 años a España, quien cerró el círculo que hizo mi padre. A mí tampoco me gusta que esté allá pero es la ley de la vida. Además, quiero contar que Sebastián y Silvina González, mis otros hijos, también participaron del programa Raíces en 2009”.

Los viajeros se ponen en contacto con sus familiares españoles.
También los jóvenes
“Iba a la tierra de mis bisabuelos, pero fui en nombre de todos los demás de mi familia”, reconoció Matías Valls, de 23 años, uno de los jóvenes santafesinos seleccionados para participar en el programa Raíces.
Respecto a su postulación para el viaje, contó que “tengo un hermano mellizo y nos habíamos inscripto los dos, pero sólo podía viajar uno por familia. Quedé como titular y él como suplente mío, así que si yo no viajaba lo podía hacer él. Hasta un día antes de partir no sabía qué hacer.
Fui el único que viajé de Santa Fe en el mismo grupo de todo el país y a través de Facebook pude contactarme con algunos de los otros chicos de otras provincias del programa”.
Según contó, “fue una experiencia única desde todo punto de vista. Tenía la referencia de un familiar que hacía 30 años que se había ido pero no sabíamos nada de él. Cuando llegué a España, desde la diputación me pidieron sus datos para contactarlo. Sabía que era un hombre mayor pero no sabía cómo le iba a caer que yo llegara. La idea era que el primer fin de semana la pasáramos con nuestras familias”.
Matías pudo ponerse en contacto con su tío y acordaron encontrarse ese domingo en la plaza principal del pueblo que los unía. “Cuando llegué no tenía referencias de cómo era este hombre, sólo que era mayor y canoso; la plaza estaba llena y era más fácil que él me reconociera a mí. Al rato llegó un hombre que me preguntó si era Matías, y me dijo que era mi tío. Fue bastante duro pero lindo (se emocionó). Quería que él me contara cosas de mi familia. Para cualquiera que viaja es una experiencia que te hace ver otro panorama, te posiciona diferente”.
La institución sólo intermedia para proponer los candidatos a estos viajes.

TEXTOS. MARIANA RIVERA.

“Historias de Guadalix”, la memoria de los mayores

La edad significa sabiduría, bagaje y recuerdos de toda una vida. Nuestros abuelos son la memoria de una época diferente, difícil, áspera y trascendental en la historia de España. La escuela de los años 30, los juegos de antaño, el noviazgo, las bodas, la mili, los bailes y las costumbres se reflejan con testimonios entrañables en las “Historias de Guadalix”. Almudena Velasco es la autora de un libro que hay que degustar con calma.

Editado por Agencia Manual Comunicación, este relato en voz alta deja anécdotas de un tiempo que no debemos olvidar. “Historias de Guadalix” se presenta a las 20h en el Edificio Polivalente, si bien se podrá adquirir también en librerías y establecimientos del municipio.

Fuente: http://www.sermadridnorte.com

martes, diciembre 28

Historias de la Fundación de San Juan
El 13 de junio de 1562, Juan Jufré de Louyza y Montese fundó "San Juan de la Frontera. "San Juan" fue puesto en honor al Santo Patrono de Jufré, San Juan Bautista.
Luis Eduardo Meglioli


Con ojos sanjuaninos en el pueblo natal de Juan Jufré, el joven castellano que esperó dos años para conocer a su esposa con quien sus padres lo casaron por poderes en Sevilla. Vino de muy lejos, y desde 1562 esta subido casi quijotescamente al pináculo de nuestro fasto familiar por el sencillo hecho de haber sido el primero en presentar aquí el pasaporte de esa civilización desconocida hasta entonces, que se integró al augusto pueblo ya existente y de cuya mezcla hoy somos San Juan.

Había nacido en 1518 en un rincón castellano que llaman "Corazón de Tierra de Campos" ó "Ciudad de los Almirantes", pero cuyo nombre oficial es "Medina de Rioseco". Una ciudad señorial, que ya en época romana era un importante nudo de comunicaciones por lo que también recibió el nombre de "La India chica", y declarada hace varias décadas Patrimonio Histórico-Artístico de la provincia de Valladolid, capital de la actual Castilla y León, una de las 17 comunidades autónomas en que hoy se encuentra dividida España.

Adentrarse por sus reposadas calles en cuyo cielo se perfilan viejas cornisas y antiquísimas fachadas que se enredan con la prudente modernidad de unos cuantos edificios de reciente construcción, permite descubrir brochazos del mismo paisaje que conoció Jufré antes de su partida a América. Cuando es un sanjuanino quien la visita, surgen sentimientos encontrados, entre la bruma secular que es necesario sacudirse pronto para asegurar que no es un sueño.

A las doce del mediodía la huella de un cocido castellano (nuestro tradicional puchero de carne, chorizo, garbanzos, tocino y verduras) escapa de más de una casa, galopando inclemente en los ocasionales estómagos paseantes. Mientras, las veredas, pequeñas, antiguas, algunas visiblemente torturadas por el tiempo, aprueban sumisas el insólito trashumar de estos extraños pasos de allende Los Andes.

El olor del aire que sopla suave, parece la sabia confusión de agrestes aromas calingastinos humedecidos por el reciente chaparrón, mezclados en una enorme pila medieval cuya súbita presencia sume al visitante en la extraña profundidad de los siglos. Además, el perfil de las esquinas recuerda de inmediato un rincón de la ciudad de Jáchal, con quien esta ciudad tiene otras cosas comunes en la historia como el arreo de ganado en pie que fue clave en la economía de aquel siglo XVI del joven Jufré. Hoy sigue siendo Medina de Rioseco tierra de labor no irrigada, que centra su actividad agrícola en los cereales, en la ganadería (ganado vacuno y ovino) y en la industria de fundición de hierro.

De aquellos días de 1538 cuando con sus juveniles 20 años Juan Jufré partió hacia América, hacia Perú, hacia Chile, hacia Cuyo y Tulum, aún permanecen, erguidos y soberbios, grandes monumentos, numerosas tradiciones, un bellísimo paisaje de llanura agrícola y ganadera, y un aire de tranquilidad y sosiego que sella el encanto del pueblo. La iglesia de Santa María de Mediavilla, entre otras, que data del siglo XV, a la que acudió Jufré de niño tantas mañanas con sus padres don Francisco Jufré de Loaisa y doña Cándida de Montesa, está ahí altiva abriendo sus puertas como todos los días de todos estos siglos pasados. Y se encarama sobre el vientre del pueblo riosecano con la misma gallardía de aquel Siglo de Oro contemporáneo de Jufré. En la plaza Mayor se alza el Ayuntamiento y el Centro de Salud más importante. Por la avenida de Juan Carlos I, a la vuelta del convento donde en diciembre de 1580 pernoctó Santa Teresa de Jesús, se percibe el exquisito aroma a anís de unas delicias recién hechas. Es la pastelería "Marina", famosa en Castilla desde 1858 por la fórmula secreta de los pastelillos (harina, anís y aceite secretamente mezclados). Es la fascinante e inagotable continuidad de la vida, del tiempo, de la historia, del mundo, en esa ciudad con sus títulos de Muy Noble y Muy Leal, de poco más de 5000 habitantes en la actualidad, de donde partió el fundador de San Juan de la Frontera y nunca más volvió.

La experiencia de un sanjuanino en aquellas tierras representa zambullirse en la sempiterna luz castellana, creyendo descubrir de pronto un tácito romance entre Castilla y Tulum probablemente el mismo que envolvió a Jufré en su breve viaje a nuestra tierra de huarpes en aquel 1562. Algunos documentos existentes en el cercano Archivo castellano de Simancas muestran que, como conquistador, Jufré "no cifraba su éxito en la explotación de los indígenas sino en el trabajo personal (à) y trataba con gran humanidad a los indios en oposición de otros españoles que dejaron mucho que desear." Desde el 26 de octubre de 1552, cuando se casó por poderes con Costanza de Meneses, mientras él se encontraba en Perú, sintió confusas nostalgias y padeció pasmosos silencios, más allá de quienes le atribuyen, en ese lapso, alguna furtiva relación con cierta desconocida nativa. Pero el día llegó y Juan y Costanza (que había sido elegida para este matrimonio por los padres de Jufré), se vieron por primera vez en 1554 en Santiago de Chile, ciudad donde murieron ambos y reposan sus restos. Así comenzó la relación conyugal, ocho años antes de llegar a San Juan y fundar esta ciudad el 13 de junio de 1562.

domingo, diciembre 26

CONDE y CONDE, de Cordoba, España

Es nieta de Tomás Conde y Luque, sobrina de José Cruz Conde, hija de Rafael y hermana de Alfonso y Antonio, todos ellos alcaldes de Córdoba. Un ilustre bagaje familiar que emparenta por línea directa a María de la Soledad Cruz Conde con la historia de Córdoba. Sin embargo ella, tímida y poseedora de un carácter que reserva su empuje --que no es poco, como digna heredera de su saga-- más para la acción que a la palabra, repite una y otra vez que no cree "merecer una entrevista". De modo que debí emplearme a fondo para hacerle ver que su testimonio en esta serie que trata de reconstruir la memoria de la ciudad y sus gentes no es el de una simple espectadora cuya existencia, por azar del destino, ha transcurrido a la sombra del poder, sino el de una mujer entregada que desde la secretaría general de Cruz Roja, a la que dedicó muchos años y esfuerzos, ayudó a crear los cimientos de una Córdoba más solidaria.
Y así, a medio convencer todavía pero animada por sus hermanas Angela y Carmen --que asistirán a toda la conversación como niñas nonagenarias divertidas por la circunstancia--, así fue como nos abrió las puertas de su casa-palacio de la calle Conde de Torres Cabrera esta dama sin el menor aire de grandeza, de trato llano, cordial y tan sencilla de maneras y vestimenta que bien podría pasar por monja; no en versión madre superiora sino de las nacidas solo para servir. A fin de cuentas ese ha sido siempre, asegura Marisol (todos la siguen llamando a sus 78 años por el apelativo familiar), el lema de los Cruz Conde. Un clan "unido como una piña ayer y hoy en las duras y las maduras", corean las tres hermanas en homenaje a los vivos y a los que se fueron.
--Supongo que llevar un apellido como el suyo le debe de marcar a uno la vida, ¿no?
--Pues supongo que sí. Por lo menos lo que yo he vivido en casa desde que nací era el amor a Córdoba y el deseo de servirla. Los políticos de ahora me parece a mí que lo ven distinto muchas veces. Es el partido más que Córdoba y más que nada.

--Siempre se ha hablado de los hombres de la familia, pero sus mujeres son unas desconocidas fuera de los círculos íntimos, incluso las que como usted han tenido responsabilidades.
--Que yo sepa... mi madre fue durante cincuenta años presidenta de Cruz Roja y desde luego tuvo mucha actividad.

--En cualquier caso, como esposas de hombres importantes, todas habrán apoyado a sus maridos en casa, ¿no?
--Eso sí, han ayudado mucho. La verdad es que yo, que soy la más pequeña de los hermanos, no llegué a conocer a muchos de ellos. Del tío Pepe mismo no recuerdo nada, tenía yo cuatro años cuando empezó la guerra y él no volvió ya por aquí.

"Háblale de las bodegas", sugiere ovillada en uno de los sofás del imponente salón donde nos hallamos Angelita, que a sus 96 años no para de empalmar un cigarrillo con otro. "¡Ah, bueno! Sí, yo empecé a llevar la contabilidad de Cruz Conde con 16 años. Mi madre la llevaba antes, desde que empezó mi padre en el negocio. Y luego la relevé yo al salir del colegio. No nos íbamos de veraneo, casi siempre al Norte, hasta que yo acababa de hacer balance. También he llevado las viñas mucho tiempo".
--O sea, que de las cinco hermanas usted ha sido la más activa.
--Pues casi, porque estas dos se casaron pronto, Maruja se dedicó más a mis padres y Merche estuvo enferma casi toda su vida. También era dama de la Cruz Roja, pero colaboró poco porque su enfermedad no la dejaba.

--¿Cómo empezó su relación con Cruz Roja?
--Tenía cuatro años y fue durante la guerra. Mi madre iba todos los días a Cruz Roja y yo iba con ella. Fue presidenta desde el año 26 hasta el 75, año en que le dieron una placa que concede el Rey. El creador del hospital fue José Cruz Conde, organizó una corrida para financiar las obras. Fue curioso, porque la escritura de cesión de los terrenos sobre los que se habría de edificar estaba firmada por mi padre como alcalde y por Manuel Enríquez, el padre de Rafael, que luego sería presidente, como presidente de la Cruz Roja.

--He visto fotos de la reina Victoria Eugenia inaugurando el hospital.
--Sí, vino a la inauguración. Se hicieron muchas cosas. Ten en cuenta que al no haber tanta Seguridad Social --por ejemplo la gente del campo no la tenía, solo las empresas y algo en la construcción-- la Cruz Roja suplía esas carencias sociales. Mi madre le tenía un cariño enorme a la Cruz Roja y eso nos lo ha inculcado a todos. Yo empecé a querer a la Cruz Roja al mismo tiempo que empecé a amar a Dios, algunos dicen que yo la quería ya antes de nacer.

Con 18 años empezó a estudiar para lo que entonces se llamaba "dama auxiliar voluntaria", título que más tarde convalidó con el de ATS para poder ejercer la enfermería dentro y fuera de los centros benéficos. "Así no había problemas con los practicantes que decían que les hacíamos una competencia desleal --explica--. Luego, si tú cobrabas o no... porque, claro, no te podían obligar a cobrar". Poco sospechaba aquella joven de posibles que el título obtenido con miras puramente altruistas acabaría sirviéndole para ganarse la vida cuando el negocio bodeguero quebró y la familia se quedó sin ingresos. "Me fui a Cruz Roja, hablé con la superiora y me colocaron como ATS enseguida --cuenta en el mismo tono suave pero firme que debió de emplear en aquel trance--. Estuve en las plantas dos años que fueron muy gratificantes, me gustaba mucho el trato con el enfermo". Luego murió Francisco de la Riva, que era el secretario, y le sucedió en el cargo. "Me presenté a un concursito de méritos que hubo animada por mi hermano Antonio --dice--. El pensaba que allí podía hacer mucha más labor, y era verdad".
--¿Qué recuerdos guarda de la Cruz Roja de entonces?
--Me aceptaron todos muy bien desde el principio. Yo era una especie de gerente de toda la actividad no hospitalaria. Al principio también el hospital dependía de nosotros, porque estaba muy obsoleto y había que remodelarlo. Me encontré en la presidencia con don Rafael Enríquez, un hombre al que Córdoba no sabe todavía lo mucho que le debe. Estaban también don Balbino Povedano como director del hospital y sor Mercedes, una hermana de la Caridad que valía mucho. Había sido superiora con mi madre y luego lo fue conmigo. Lo primero que intentamos entre los cuatro fue hacer una remodelación del hospital. Se nombró como su administrador a Fernando Veloso, que es el que ahora está, muy buen gestor. Y yo ya me dediqué a toda la labor social de la Asamblea. Se hicieron centros de día de mayores, de desintoxicación de drogodependencias, se montó un centro de inmigrantes...

--¿Y cómo cundían tanto el tiempo y el dinero?
--Al principio era la Asamblea la que ayudaba al hospital, pero luego fue al revés, cuando después de la segunda remodelación empezó a funcionar bien. Eso le costó a don Rafael una batalla con Madrid, que no veía ya clara la función del hospital habiendo una amplia cobertura de la Seguridad Social, pero él lo defendía a capa y espada argumentando que el hospital ayudaba a financiar muchos proyectos sociales.

--¿Le gustaba a usted mandar?
--No, yo he buscado siempre el trabajo en equipo, no me he sentido jefa. Nadie protestaba cuando nos quedábamos hasta las tantas trabajando. Así fue hasta que me jubilé.

--¿Siguió luego vinculada a la entidad?
--Sigo siendo socia, pero he perdido el contacto con Cruz Roja desde que quitaron a Balbino, me pareció muy injusto. Hay muchos otros sitios donde se puede trabajar.

No es que Soledad Cruz Conde sea mujer de muchas palabras, pero tampoco las rehuye. Escueta, clara y sincera, va desgranando sus vivencias con la misma generosidad que pone en enseñarnos los rincones más íntimos (como por ejemplo la capilla) de las dependencias que le tocaron en el reparto familiar de la antigua vivienda del conde de Torres Cabrera, a las que se accede por una imponente escalera barroca de mármol cobijada por una cúpula no menos majestuosa. "Mi padre tenía la ilusión de comprar una casa grande para que viviéramos juntos los siete hermanos y sus familias --explica--. Ahora mismo vivimos en cinco casas independientes, aunque todos tenemos las puertas abiertas para todos: hijos, nietos, bisnietos se reúnen y lo pasan muy bien".
"Mi padre me trajo con él a ver si me gustaba la casa --comenta Angelita-- y la compró en 1940 o 41 aunque nos vinimos a vivir en el 42. Entonces estaba aquí el Colegio Cervantes, que lo tenían arrendado los frailes, y cuando estos se fueron hubo que hacer obra". Luego vinieron más reformas a este palacete de fachada en color almagra que es tan historia de Córdoba como sus habitantes. Una de ellas fue cerrar la galería porticada que daba al patio, adornado con los mosaicos aparecidos en las bodegas Cruz Conde, que estaban situadas en la calle hoy llamada La Bodega en su recuerdo. "Los encontró mi padre en el sótano --apunta Marisol con cierto orgullo filial--. Uno está dedicado a Baco".
--¿Cómo recuerda su infancia?
--Yo vine a vivir aquí con 10 años. Antes habíamos vivido en la avenida de Cervantes, en la casa que después mi padre le vendió a Manolete. Ahí nací yo, en esa casa donde también había vivido José Ortega y Gasset. Y los hermanos mayores, Alfonso, Antonio y Angelita nacieron junto a la catedral, en la calle Romero, donde luego instaló Pepe García Marín primero el Caballo Rojo. La casa de la avenida Cervantes la compró papá en una subasta.

--En una casa así se sentiría como una princesa de cuento.
--Estas se habían casado ya --señala a sus hermanas--. Yo me divertía muchísimo correteando por toda la casa, subía y bajaba. No es que fuera una niña traviesa, y al ser la más chica no tenía con quién pelearme. Quedamos Maruja, Merche y yo, que nunca nos casamos.

--¿Su padre era tan serio como parece en los retratos?
--No, nada de eso, era muy alegre. Mi madre era más severa. El lema de mi padre era "A mí que no me lo cuenten". Quería verlo todo y estaba siempre dispuesto a ir a todos lados. Yo he ido con él a los toros por toda España. Recuerdo que daba muchos paseos por Córdoba con él después de comer, le encantaba pasear. Me decía una cosa de la que me he acordado muchas veces: "Hija mía, esto de la dictadura se tiene que acabar, porque una dictadura no puede durar siempre, pero cuando lleguen los partidos cada uno querrá que triunfe el suyo y España les traerá sin cuidado". Empezó conmigo, y luego siguió con los nietos, una costumbre curiosa: nos dedicaba una bota de vino del mosto del año en que nacíamos, y el día del cumpleaños nos tomábamos una copita. Estuvo activo hasta los 95 años y murió a los 97.

--¿Fue de él la idea de poner en la etiqueta de sus vinos el cuadro de Julio Romero con la misma modelo del de la Chiquita Piconera?
--Ese fue un cuadro que le regaló el pintor a mi padre con la modelo posando con una botella de nuestras bodegas. Julio Romero y mi padre eran amigos. En el reparto de la herencia ese cuadro le tocó a Alfonso, el mayor, y ahora me parece que los hijos lo han vendido.

--¿Por qué a su padre se le recuerda menos que a los demás Cruz Conde?
--Quizá porque era muy modesto, extraordinariamente modesto, y eso hizo que se hablara de los demás y no de él.

De sus años mozos, allá por finales de los cuarenta, Marisol Cruz Conde recuerda sobre todo las salidas con Mercedes, su hermana más joven, que aun así le llevaba once años. "Ibamos a los patios, a las cruces, a la feria- --dice--. Me ha gustado mucho el flamenco, me encantaban Onofre y Fosforito, y no me importaba quedarme hasta las tantas escuchándolo cuando empezaba. Actuaba en la taberna El Pisto, que entonces estaba en el Alcázar Viejo, y allí íbamos a escuchar flamenco".
--¿Con qué más se divertía la juventud en los ambientes que usted frecuentaba, los de la alta burguesía cordobesa?
--El sitio de reunión era Dunia, un bar que había en el Gran Capitán, más o menos por donde hoy está Hacienda. Y luego el Círculo de la Amistad, donde había bailes. Pero sobre todo la pandilla de chicos y chicas hacíamos muchos guateques en las casas, donde poníamos un tocadiscos y tomábamos una copa.
--¿Todos sus amigos eran de clase alta?
--Había de todo. Yo me he movido por todos lados --responde un poco suspicaz--. Por la mañana iba a Cruz Roja al curso de damas, luego por las tardes a primera hora iba al dispensario del barrio del Naranjo y después quedábamos en la cafetería Hispania, en la calle Cruz Conde. Y como no había televisión, también íbamos mucho al cine. Pero yo he estado con todo tipo de gente.

Las fotos que guarda primorosamente fechadas y las que enmarcadas salpican librerías y mesas auxiliares muestran a una chica no tan guapa ni tan sofisticada como sus hermanas y cuñadas, pero llena de fuerza y con una elegancia interior completamente ajena a coqueterías y artificios. Así aparece en la instantánea que le hicieron el día de su puesta de largo, en 1951, posando seria en ese patio que tantas acontecimientos familiares ha visto pasar. "Mi hermana Angelita se puso de largo el día que yo me bauticé, que además era el día que mis padres celebraban sus bodas de plata. Y en mi caso, quizá por ser la más chica, organizaron un baile para mi puesta de largo. Y eso que entonces había problemas con el baile, porque era cuando el cardenal Segura no lo quería".
--Pero todo no fueron fiestas para la familia. La historia habla de pasajes dramáticos.
--Lo pasaron bastante mal en la guerra, como todo el mundo. Durante la República, y a principios de la guerra, como sobre todo mi tío Pepe se había señalado mucho en la dictadura de Primo de Ribera, apedrearon la casa de la avenida de Cervantes un par de veces. Y pasaban manifestaciones por allí, con mujeres dándole el pecho a sus hijos, que fue la primera vez que yo vi una cosa así. A mis hermanas Carmen y Maruja les dieron medallas al Mérito Militar con cinta roja, porque les cogió el bombardeo del Hospital Militar, donde eran enfermeras. Como vivíamos cerca de la estación y bombardeaban mucho por allí mi padre alquiló en la Sierra lo que se llamaba San Pedro y San Benito, una casa de un señor de Bilbao donde luego ha estado el noviciado de las Esclavas, un poco más allá de donde hoy está el hotel Occidental. Así que pasé la guerra en el campo, y desde allí bajaba con mi madre todos los días a la Cruz Roja.

Y así siguió durante casi toda la vida. Ahora ya no va por Cruz Roja, pero sigue desarrollando una imparable labor social. "Si de verdad vives la fe te tienes que volcar --justifica ella--. Mis padres nos inculcaron la fe y la importancia de mantener la unión de la familia".

Fuente: Diario Córdoba. Edición Digital