sábado, abril 30

Los Doeswijk, una historia de holandeses

Llegaron en 1949, escapando de la Europa de la posguerra. Se establecieron en "La Ciudadela" y fundaron un

 tambo y una fábrica de quesos, que continúa abierta. André, historiador, sociólogo e hijo de los primeros 


colonos, cuenta detalles de la vida familiar.



La historia de los Doeswijk es un fiel ejemplo de aquellas familias que emigraron a la Argentina huyendo de la Segunda Guerra Mundial, en búsqueda de un mejor porvenir en estas tierras. 
Hoy en día, la familia Doeswijk, una mezcla de “toldenses-holandeses”, forman parte de una comunidad de suizos y holandeses que continúa establecida en Los Toldos. 
Uno de los integrantes de la familia es André Doeswijk (76). Historiador y sociólogo, es uno de los toldenses que más se ha dedicado a reseñar la historia de su propia familia y del establecimiento de los inmigrantes holandeses, suizos e italianos, en lo que hoy se conoce como “La Ciudadela”.
“La Ciudadela”, ubicada a unos 18 kilómetros de la ciudad de Los Toldos, es un territorio de 3600 hectáreas que pertenecía a Doña Marenco de Sánchez Díaz (1879-1971), viuda de Don Cayetano Sánchez Díaz (1874-1942). 
Cuando su esposo murió, Doña Marenco decidió fundar en su estancia “La Ciudadela” un centro apostólico -en donde hoy funciona el Monasterio Benedictino de Santa María de los Toldos-, una escuela rural, y 16 parcelas de tierra que fueron vendidas a un precio módico a las familias inmigrantes católicas. Entre ellos, los Doeswijk.
En una entrevista con Democracia, André contó sobre su propia historia, la de su familia y, también, la de la comunidad de inmigrantes que poblaron Los Toldos, en especial "La Ciudadela". 

De Holanda a Argentina
- ¿A qué edad y cómo llegó con su familia a Argentina?
- Llegamos en el año 1949, en un vapor argentino llamado “Entre Ríos”. Yo tenía 9 años, vine con papá Cornelis, mamá Cornelia, y mis hermanos Jo, Dick, Sjaan, Mien, Annie, Leo, Peter y los mellizos Sjakie y Ría. 
Llegamos al puerto de Buenos Aires, en un viaje lleno de peripecias. Pasamos por los puertos de Hamburgo, Southampton, Bilbao, Vigo, Lisboa, Río de Janeiro, Santos y Montevideo. Fueron, en total, 24 largos días. 
El desembarco en Buenos Aires no fue muy ameno, según me cuenta mi hermano Jo. Subieron la aduana y la policía y todos los pasajeros tenían que ponerse en fila para pasar por el control de documentos. Salían los españoles, nosotros, desde la cubierta, observábamos todos los movimientos. Parecía que todos tenían parientes o amigos. Los alemanes salían acompañados por policías. Nosotros, los holandeses, quedamos medio perdidos hasta lo último, no sabíamos qué hacer ni adónde ir. Por suerte, llegó un señor que se presentó como Kristiaan de la Embajada Holandesa. Pero Finalmente nos pasó por la aduana, aunque costó mucho tiempo porque abrieron todas las valijas.

- ¿Qué motivó la migración de su familia?

- Después de la Crisis del 30, sobrevino la guerra con cinco años de ocupación alemana. Hubo que entregar diez vacas lecheras y los alemanes requisaban las bicicletas y los caballos. Una noche de invierno nos robaron todas las ovejas y durante el último invierno (de 1944/45) se repartía hasta 2 litros de leche a los que venían en bicicleta de Amsterdam. Como se ve, la situación era muy mala en Europa.
Considero que la elección recayó en la Argentina por tres motivos: en primer lugar, por poseer un clima templado; después estaba la abundancia de tierras negras y fértiles y, por último, que Argentina era un país católico. 
En la Holanda de esa época, en especial para los campesinos, la religión formaba parte de su identidad social. La Argentina constituía una sociedad abierta y hospitalaria con mucha gente cálida y solidaria.

Los Toldos, tierra prometida 
Cuando la familia Doeswijk llegó a Argentina, recorrió varias localidades como Las Rosas (Santa Fe) y Las Marianas y Almeyda (Buenos Aires). Hasta que Cornelis Andreas Doeswijk y su señora Cornelia Johanna Van Der Kleij compraron 116 hectáreas de la estancia La Ciudadela. Allí se dedicaron exclusivamente a la actividad del tambo y, en 1953, fundaron “Los Holandeses”, una fábrica de quesos artesanales que perdura hasta nuestros días. 

- ¿Cómo fue la llegada a Los Toldos?
- En Los Toldos, la primera actividad que realizamos fue la agricultura: trigo, algo de cebada, maíz y girasol. Pero el proyecto principal de mi papá era instalar un buen tambo con una fábrica de quesos artesanales, que finamente cumplió y que hoy continúa mi hermano Sjakie.
Mi infancia en Los Toldos fue feliz, con una fuerte presencia de una familia grande, de padres trabajadores que dan contención a sus hijos, de los animales domésticos, de la caza con perros, de los juegos bajo los árboles y de la libertad. 
Con el tiempo, casi todos (con excepción de Sjaan y Peter), nos casamos con argentinos o argentinas. Considero que fue una suerte no haber ido a una colonia holandesa, porque de esta forma hubiéramos tardado muchísimo más en integrarnos a nuestra nueva patria.
En Los Toldos también establecimos un estrecho vínculo con los monjes benedictinos.  Desde niño fui a la escuela con Mamerto Menapace –monje del Monasterio-, pasamos la infancia juntos y hasta hicimos el Magisterio en Luján. Hoy en día somos muy buenos amigos. 

- ¿Se siente más holandés o más argentino?

- Creo que un poco de cada cosa. Viví en Holanda, en Los Toldos, en La Plata –en donde me casé y tuve dos hijas, muchos años en Brasil, el último tiempo en Neuquén –en donde fui profesor de la Universidad del Comahue- y ahora, finalmente, me compré mi casita en Los Toldos y volví. Creo que soy la suma de todo eso. 
Mis hermanos mayores si se sienten más holandeses y mis hermanos menores tienen una identidad más Argentina. 
Nuestros padres, y también nosotros, tratamos de hacer algo con nuestras vidas y esperamos que nuestros hijos y nietos combinen lo mejor de lo viejo con lo mejor de lo nuevo y lo mejor de Holanda con lo mejor de la Argentina. La vida se asemeja a un barco y nosotros somos los barqueros: remamos de espaldas al futuro y mirando lo que dejamos atrás.