martes, marzo 15

La literatura local también tiene caminos para mostrar

Mendoza es una tierra de artistas cuyas obras conforman un riquísimo patrimonio cultural. Recorrer nuestra provincia siguiendo las huellas de esos creadores es la propuesta patrimonial que la Secretaría de Relaciones Institucionales y Territorialización de la UNCuyo y el Centro de Estudios de Literatura de Mendoza de la Facultad de Filosofía y Letras han plasmado en una serie de itinerarios culturales. Anticipamos aquí las características de esa iniciativa. 

 Caminante, ésta es mi tierra:
Nada más que incendio verde.
Aunque te quieras morir
Acá no pasa la muerte.
Américo Calí

Mendoza es conocida por ser la tierra “del sol y del buen vino”. Pero también es tierra de artistas cuyas obras conforman un riquísimo patrimonio cultural que enorgullece a los mendocinos y se ofrece a todos los visitantes que deseen conocer y gustar nuestra provincia.

Recorrerla siguiendo las huellas de esos creadores es la propuesta patrimonial que la Secretaría de Relaciones Institucionales y Territorialización de la UNCuyo, y el Centro de Estudios de Literatura de Mendoza de la Facultad de Filosofía y Letras han plasmado en una serie de itinerarios culturales.


Estas rutas combinan el conocimiento de diversos aspectos de la realidad cultural y natural de Mendoza, buscando el nexo profundo que une en un todo armónico naturaleza y obra del hombre, entendiendo por tal tanto la que ha obrado sobre la faz material del territorio, como la que ha dejado una impronta espiritual.
Decía el escritor Manuel Mujica Lainez, en Placeres y Fatigas de los Viajes, a propósito de la relación entre arte, patrimonio y turismo, entre vida real y ficción: “Más que en ningún otro lugar de los muchos que he recorrido en el mundo, he valorado aquí en Verona, el poderío fascinante de los hijos de la imaginación [...] Las casas de Romeo y Julieta y el sepulcro de esta última atraen a los espíritus curiosos o románticos [...] Y he pensado una vez más en el prodigio feliz del arte, elaborador de realidades más hondas que la realidad evidente”.

Y el mismo escritor agregaba, a propósito de la casa de un escritor famoso: “La Villa conserva intacta su fascinación. No es porque sea excepcionalmente bella ni de un gusto admirable [...] sino –he aquí la paradoja- por su conexión con un libro. Libro y casa conjuntamente han llegado a crear un mito [...]

Aquí se ha producido un fenómeno similar al que señalé en Famagusta, donde la personalidad de Otelo, una creación shakesperiana, ha dado origen a una torre donde se supone que vivió el gran celoso que en realidad no existió nunca. Aquí ha sucedido al revés: el libro atrajo la curiosidad hacia la casa [...] En realidad, si bien se mira, lo único importante es que prevalezcan los hijos de la imaginación” (En: Placeres y fatigas de los viajes II. Buenos Aires, Sudamericana, 1986).

¿Y por qué no pensar que en nuestra tierra podría producirse un fenómeno análogo? Recorrer, por ejemplo, Guaymallén y encontrarnos con un Bufano niño cuya vida amanecía con el siglo... O aquel “San Rafael de los álamos” que cantaron y contaron poetas y novelistas... O encontrar en medio de los arenales de Los Altos Limpios, la huella de quien le diera para siempre entidad literaria al desierto mendocino: don Juan Draghi Lucero. O escuchar las voces de la tradición que aún perviven en medio de las imponentes bellezas malargüinas... Cada uno de estos recorridos puede contarnos una historia distinta. Como inicio de lo que aspira a ser una serie, se
transcribe el prólogo del volumen dedicado al desierto lavallino.

Lavalle: tierra de presencias inquietantes. Historia y leyendas de los arenales

Acercarnos a Lavalle es remontar los siglos cauce adentro, hasta el corazón de la memoria: memoria de su pasado huarpe, que tuvo en torno de las Lagunas de Huanacache su asiento privilegiado, y también memoria del poblamiento hispánico y católico, de los misioneros que levantaron esas “catedrales del desierto” (Capilla de La Asunción, Capilla de Nuestra Señora del Rosario) que aún perduran en medio del silencio ancestral.

Entre lo hispano-criollo y lo indígena, la voz del desierto se hace oír aún en las leyendas, en los relatos y poemas que todavía hoy la tradición oral atesora. Y late también en la obra de aquellos autores que han hecho de esta zona el norte privilegiado de sus anhelos literarios, como es el caso de Draghi Lucero. Y también de otros, como Antonio Di Benedetto, Rolando Concatti, Gregorio Mansur... que se ocupan de estas tierras en algunas de sus obras.


El turismo rural en Lavalle invita a degustar comidas típicas y admirar bellos paisajes propios del desierto. Los médanos de Los Altos Limpios y la reserva de los Bosques Telteca son sitios donde se puede observar la fauna y la flora ricas del monte. También son atractivos para el viajero las “Catedrales del desierto lagunero de Huanacache”, como la Capilla de Nuestra Señora del Rosario, de San José o de La Asunción, que albergan importantes festividades religiosas.


Geografía de tierra reseca (verdadero Cuyum de la sed y las arenas); de fauna huidiza, casi únicamente visible a través de esas catas bullangueras cuyos nidos decoran en profusión los árboles lugareños; de flora pobre y achaparrada, que florece sin embargo en amarillos y espinas, con el chañar, con el retortuño...


Un sistema hidrográfico modificado tanto por la mano del hombre (desvío del curso del río hacia tierras labrantías), como por causas telúricas (movimientos que afectaron la topografía de la zona. Una economía pastoril, arcaica, que nos retrotrae cientos de años en alucinado retorno a los orígenes, a la mítica Pachamama –Señora de los multiplicos– diosa indígena de la fecundidad: Madre Tierra.


Podemos visitar las Lagunas del Rosario y su Capilla en sus días bulliciosos, cuando la celebración de Nuestra Señora congrega una multitud de fervorosos y de curiosos: días mágicos, propicios a todos los rituales... los de la fe pero también los del amor y el vino... Días en los que se asiste a una suspensión del tiempo ordinario para ingresar (oh Pachamama rediviva) en un círculo sagrado donde se exalta por sobre todo la fecundidad de la tierra, junto a la celebración de la Madre de Dios.


Noches del Bordo Negro, donde afloran antiguas supervivencias paganas, agazapadas entre la bebida y los bailes... Noches estrelladas del desierto, profundamente oscuras en su abismante sugestión de misterio, poco antes iluminadas por los fuegos artificiales y las Vivas a la Virgen del Rosario.


Pero podemos ir también en invierno, cuando la soledad y el frío hacían todavía más hondos el

desamparo y el silencio: paredes de adobe marcadas por los surcos del tiempo, que aún no habían recibido su bautismo de cal, para disponerse –ellas también– a la fiesta... Puertas cerradas, campanas silenciosas... Vísperas de todo: de la fe, de la alegría, de la vida misma...

Sólo un sitio paradójicamente alegre: el cementerio vecino a la Capilla (justo enfrente del Reprofundo donde lloran las velas los lunes, días de ánimas), con sus humildes coronas de flores de papel, brillantes y coloridos testimonios de piedad en ese humilde camposanto lagunero.


Podemos visitar también el pueblo de La Asunción y su antigua Capilla y saber por boca de sus lugareños de la profunda sabiduría ancestral que dispone que aquellos que han nacido y muerto en la tierra reposen en un lugar diferente de los que no son nativos de la zona; he aprendido también que las almas, en las profundas noches del desierto, requieren de nosotros el regalo de botellas de agua, ofrendas votivas que sellan la continuidad de nuestros mundos, que desdibujan la frontera de lo sobrenatural.


O podemos escuchar el viento en Los Altos Limpios (¿será acaso el legendario Hachador, el espíritu solo de una tierra en sufrimiento?). Y ante la estricta desnudez de arena, comprender que existe también la belleza del vacío, de lo inexistente... el encanto casi abstracto de un paisaje que, sin ofrecer nada a los ojos, eleva insensiblemente el alma a la meditación del misterio...


Estos médanos, ubicados a 130 kilómetros de Mendoza capital y a sólo pasos de la ruta 142, se encuentran dentro de las 24.000 hectáreas que comprende la Reserva Faunística y Florística Telteca, encargada de proteger la flora y fauna de la formación de monte; alcanza una altura de hasta 15 metros de arena sin vegetación. En ellos podremos disfrutar hermosos atardeceres, en los que todo el lugar se tiñe de tonos rojos que van transformándose poco a poco en los ocres y amarillos característicos del desierto.


Esta propuesta que hoy sometemos a la consideración general, tienden entonces a la revalorización y difusión del patrimonio tangible e intangible de Mendoza, y los testimonios vivos, representados por la obra de sus artistas (escritores, músicos, artistas plásticos… ) y también por sus bellezas naturales y los testimonios vivos de su historia que aún perviven.
 
Se inscribe dentro de la política de territorialización que viene encarando en forma prioritaria la Universidad Nacional de Cuyo, a través de la Secretaría de Relaciones Institucionales y Territorialización, y aspiramos a que contribuyan a fortalecer los vínculos existentes entre las distintas zonas o departamentos de la provincia, a través del mutuo conocimiento y aprecio de sus bienes culturales respectivos.

Por Dra. Marta Castellino   Diario LOS ANDES, Mendoza


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