sábado, agosto 1

Los velorios y duelos


Ayer tomaba mate con mi marido y sono el telefono. Era mi tia, Rosita, una de las hermanas mas chicas de mi mamá; y me dice : "Nena,(jeje) me acompañas a un velorio?"
Si leyeron bien, ella queria ir a un velorio y no tenia quien la acompañara. Razon? No era un pariente el finado ni conocia a ninguno de los deudos. Pero ella, queria ir. El fallecido era un conocido locutor y figura politica de mi ciudad, muy buena persona para ser politico, ayudaba a 4 manos y muy sincero. Gran persona y personaje, a mi entender. Por eso se fue joven, 61 años.

Mientras estabamos en el velorio, (Si la acompañe!)se me vino una lista incansable de gente querida y concocida que ya no esta entre nosotros. De la familia, la mas reciente fue mi prima Isabel, que fallecio hace 15 dias a los 62 años. Ovbiamente tambien irrumpieron recuerdos de mi mamá ya que el 29 se cumplieron 9 años de su partida, y de mi viejo que se fue a su encuentro en el 2006.
Entre olor a flores, un calor tedioso propio de un velatorio, murmullos indiscretos preguntando donde estaba la viuda y los hijos, me percate de un semicirculo alrededor del cajon. Y ahi pense en el significado que tiene cada cosa en este ancestral rito de los velatorios.

Navegando por la web, me choque con una palabra que en mi vida habia escuchado : TANATÓLOGO, que significa? es alguien que se especializa en el estudio de la muerte y los muertos, sobre todo en los aspectos sociales y psicológicos del morir, título otorgado por el Instituto Internacional de Ciencias Tanatológicas. que tal?

Antiguamente, cuando los velorios (o velatorios) eran en las casas, se acostumbraba a transformar el hogar del difunto en dormitorio y comedor, por lo cual se tenía que alimentar a mucha gente que iba a dar pésames Uno de los tragos que se servía eran copitas de licor para beberlas a la salud o gloria celestial del muerto. De ahí viene el llamarle "gloriado" a lo que se toma en homenaje al "finaíto".

En la actualidad, al menos en el entorno urbano, resulta impensable que una viuda esté obligada a llevar el luto. Sin embargo, en el siglo XIX, las mujeres de la alta burguesía acataban rigurosamente los consejos vertidos por la Baronesa de Staffe en su libro Usos y prácticas sociales: "el luto de la viuda es el más largo de todos; dura dos años. El gran luto dura un año: vestido de lana cubierto con crespón inglés; sombrero con velo largo ocultando el semblante; chalón negro; medias negras; guantes negros; en casa, una gorra o gorro ocultando la cabellera"

Veinte años atrás lo menos que uno podía darle a su muerto antes de entregarlo a la soledad de la tumba era el cansancio de la última vigilia", señala el historiador y editor fotográfico Luis Príamo. En su escrito "Fotografía de difuntos" asegura que en el campo de la fotografía la imagen del difunto "es el único género que desapareció por completo". Un rito que hoy sería considerado macabro y de mal gusto. Salvo para las coberturas periodísticas.

En 1868 un reglamento de cementerios exigía que los muertos repentinamente "o con pocas horas de enfermedad" fueran observados durante 30 horas. Los ataúdes permanecían destapados. El muerto tenía un cordón atado a una de las muñecas: si se movía, accionaba una campanilla en el cuarto del guardián.

En nuestras tierras se acudía a tributar un último adiós a los que partían, con profusión de trajes negros, luto riguroso (que se mantenía por meses), muchos llantos (aun a expensas de contratadas lloronas), largos y algunos memorables discursos, con más de un orador cuando la importancia del difunto así lo requería.

Estas ceremonias estaban reservadas solamente a los hombres. Las mujeres sufrían en su hogar, no en público.

El color negro para expresar duelo proviene de la antigua Roma, donde las mujeres usaban vestidos negros llamados lugubrias para guardar luto a sus amantes muertos. Más tarde, un decreto imperial estableció que el blanco sería el color del duelo y así se usó por cientos de años en muchas partes de Europa, particularmente en Francia, España e Inglaterra.

En 1498, Ana de Bretaña se vistió de negro en el funeral de su esposo, Carlos VIII, y puso colgaduras negras a su escudo de armas. Fue el primer funeral en negro desde los tiempos de la antigua Roma. La viuda se veía tan hermosa que el nuevo rey, Luis XII, pidió su mano y ella llegó a ser reina de Francia por segunda vez.

Con la ayuda de los diseñadores de modas de aquellos tiempos, se impuso de nuevo la costumbre de vestir de negro durante el luto, no sin algunas excepciones. María de Escocia, tras la muerte de su marido, Lord Darnley, llevaba trajes de color blanco, por lo que era conocida como la “Reina Blanca”. Los reyes de Francia usaban el púrpura, color que probablemente proviene de las vestiduras que los soldados romanos pusieron a Jesucristo para mofarse de él llamándolo Rey de los Judíos.



EL MIEDO A SER ENTERRADO VIVO

El miedo a ser enterrado vivo quizás sea más viejo que el miedo a la muerte. Los errores de diagnóstico, los mitos populares y la improbable catalepsia inspiraron más de una novela tenebrosa y quizás alguna disposición protectora entre la parafernalia testamentaria.
Debemos comprender que recién hace sólo ciento cincuenta años el doctor Bouchout (uno de los discípulos de Laénnec, el inventor del estetoscopio), propuso la auscultación como método de diagnóstico para dictaminar la muerte. Pero todos los médicos saben que diversas circunstancias pueden hacer los latidos inauscultables. En realidad, la discusión científica la comenzó el doctor Jacques Winslow hacia el 1700, afirmando que el único signo indiscutible de muerte era la putrefacción. Sus escritos hubiesen pasado inadvertidos si no fuese por otro colega, el doctor Brushier, que le dio vuelo literario al tema. Esto, junto a relatos poco sustentables científicamente pero de popular predilección hicieron de esta posibilidad un elemento a considerar. El tema fue de trascendental importancia en Alemania, donde el destacado profesor Hufeland diseñó los primeros “Asilos de la vida dudosa”, donde se guardaban los cuerpos con exquisitos arreglos florales hasta que los gérmenes saprófitos realizasen su trabajo, confirmando el proceso de defunción. Probablemente Sarmiento (al igual que muchos turistas) haya visitado estas casas, ya que impuso algunas de las normas germanas en su reglamento de 1868. El mismo temor hizo crear toda una serie de ataúdes como el “Karnice”, diseñado por el conde ruso del mismo nombre , para asegurar la sobrevida del recién llegado del reino de los muertos, mientras avisaba en la superficie, su retorno al mundo de los vivos.
Los ingleses, siempre más prácticos, solían dejar una generosa suma de dinero a su médico personal, para que se asegurase de que no habría un desagradable retorno. El galeno generalmente cortaba la yugular, o para no andar con vueltas, cortaba la cabeza (como a la esposa del capitán Burton, el traductor de Las mil y una noches). A medida que la ciencia aseguraba los métodos de diagnóstico, estos miedos fueron perdiendo fuerza, aunque cada tanto surgía un nuevo relato sensacionalista de la mano de algún fanático de las teorías de Brushier y Hufeland. Hoy, este temor ha sido reemplazado por otro más sofisticado, bajo la sospecha de que nuestras vidas podrían acortarse ex profeso, por inescrupulosos profesionales ávidos por obtener nuestros latientes corazones o jugosos riñones, para transplantes. Temor prolongado por películas y lecturas pasatistas, inspiradas en estos temas truculentos que nuestro morbo nos empuja a leer.

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