Los fortines en Argentina
En Argentina fueron el principal punto estratégico de batalla en la Conquista del Desierto, para esto se construían líneas de fortines que avanzaban dentro del " desierto " (territorio no controlado por los españoles o, luego, por los criollos), ocasionalmente esas líneas retrocedían ante los contraataques de los pueblos aborígenes. En tales fronteras bastante móviles los fortimn solían estar entre sí unas pocas "leguas" (frecuentemente unos 10 kilómetros o – según la medición tradicional de la legua en Argentina – "un par de leguas"), las dos principales líneas de fortines se encontraban una al sur, en la región pampeana y el Cuyo, otra al norte, en la región chaqueña. Hacia finales de 1880 la función de los fortines en la "lucha contra el indio" la se volvió obsoleta.
El muro perimetral, si el suelo lo permitía, estaba por su parte circundado de un foso lo más ancho y profundo posible como para detener o dificultar la acometida de fuerzas a caballo.
Muchos fortines originaron luego ciudades, por ejemplo Tandil, Bahía Blanca, Villa Mercedes, San Rafael, Morteros, Chascomús, San Antonio de Areco, Chos Malal, Río Cuarto, Banderaló etc.
La vida en el fortín
Para sus habitantes la vida en un fortín no era fácil, la alimentación era mala, estaban mal vestidos y podían ser castigados por cualquier motivo, los soldados ni siquiera tenían la certeza de recibir la paga a tiempo.
Debido a su valor estratégico, los caballos -sin los cuales no se podía salir detrás de los indios- eran más importantes que los hombres. Por las noches, pese a las bajísimas temperaturas, los animales eran los únicos que tenían mantas aseguradas.Los soldados se levantaban al alba y trabajaban todo el día. Atendían la caballada, fabricaban adobe, cavaban fosas y preparaban la tierra destinada a chacras estatales, al margen de las patrullas cotidianas.
"... Las mujeres de la tropa eran consideradas como fuerza efectiva de los cuerpos -escribió el comandante Manuel Prado en La guerra al malón (Eudeba, l960)-; se les daba racionamiento y, en cambio, se les imponían también obligaciones: lavaban la ropa de los enfermos, y cuando la división tenía que marchar de un punto a otro, arreaban las caballadas. Había algunas mujeres -como la del sargento Gallo- que rivalizaban con los milicos más diestros en el arte de amansar un potro y de bolear una avestruz. Eran toda la alegría del campamento y el señuelo que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres, la existencia hubiera sido imposible. Acaso las pobres impedían el desbande de los cuerpos. "
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