n los últimos años, el turismo vitivinícola ha ganado prestigio, tanto a nivel internacional como en el mercado interno.
Ese despertar de nuestra provincia hacia una nueva alternativa turística se logró como consecuencia de las fuertes inversiones que realizaron las bodegas para atraer visitantes, mientras paralelamente hubo emprendimientos mixtos, entre el sector privado y el Estado, como es el caso del viñedo del Aeropuerto, que permite a los turistas comenzar de inmediato a tomar contacto con nuestra principal actividad económica.
La realidad marca que lo que está sucediendo en Mendoza es una muestra de lo que ocurre en aquellas zonas con marcado prestigio vitivinícola, como ocurre en Francia, España, Portugal y Estados Unidos, país este último que cuenta con un tren exclusivo para el traslado por las distintas bodegas y fincas de Napa Valley. Debe consignarse, en ese marco, que nuestra provincia fue catalogada como una de las ocho grandes capitales mundiales del vino.
Ese despertar turístico-vitivinícola es reciente, pero Mendoza tiene una rica historia, con bodegas centenarias que también pueden y deben ser mostradas.
En ese esquema, aparece como una muy buena iniciativa la decisión de construir un museo del vino en el edificio que en su momento ocupara la bodega Arizu, en Godoy Cruz, en un emprendimiento en el que participan la empresa privada propietaria del inmueble, la Municipalidad de Godoy Cruz y el organismo encargado de los patrimonios históricos.
Sucede que una empresa multinacional adquirió el predio e intentó instalar allí un supermercado, pero el proyecto se detuvo como consecuencia de la presión de los vecinos, mientras paralelamente, por decreto 339 de 1999, el edificio fue declarado monumento histórico nacional, junto con el casco de la bodega Panquehua, en Las Heras y las casas patronales de Giol y Gargantini, en Maipú.
El edificio se encuentra erigido en una importante zona residencial, muy próximo a la Capital y sobre la arteria más importante y, en los últimos meses, la empresa propietaria del mismo realizó interesantes tareas de mantenimiento, reforzando paredes, reparando veredas perimetrales y el mejoramiento del frente.
Es uno de los pocos edificios que supera los 100 años de antigüedad -se afirma que el núcleo original data de 1888- y la recuperación y mantenimiento resulta importante, más aún cuando Mendoza mantiene un escaso apego a su acervo histórico, como bien lo han señalado profesionales en la materia, en una actitud muy distinta a lo que sucede en otras provincias, donde existe otra cultura y hasta se utiliza esa defensa de lo tradicional como una nueva oferta turística.
El objetivo de las autoridades, según se indicó, es destinar el edificio para instalar un Centro de Interpretación del Vino, o museo, como existen en otras grandes capitales del mundo.
Paralelamente, se intentará que resulte lo suficientemente rentable como para realizar tareas de mantenimiento.
El edificio, tal cual lo señala la declaración de Patrimonio Histórico, constituye "el testimonio de un momento histórico de la economía regional en que se desarrolló la vitivinicultura a nivel industrial" y así debe ser conservado, permitiendo también una nueva oferta para el incipiente turismo vitivinícola que se ha instalado en la provincia.
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