lunes, abril 7

España otorgará la ciudadanía a los sefarditas 
 

Dr. Adolfo Kuznitzky (*)
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Edicto de Granada del 31 de marzo de 1492  que ordenó la expulsión de los judíos de Castilla y Aragón.
La reciente noticia de que España concederá la nacionalidad a los sefarditas dispersos por el mundo, merece algunas consideraciones históricas para comprender los verdaderos alcances de la medida. Como sefarditas son conocidos los judíos de España que fueron expulsados de ese reino en 1492 porque se negaron a la conversión religiosa, mientras que los que la consintieron pudieron permanecer. Éstos, unidos a las conversiones masivas realizadas con anterioridad, constituyeron una parte muy importante de la población española que con el transcurso del tiempo se asimiló totalmente -con exclusión de los Chuetas de Mallorca-, lo que hizo decir a un calificado franquista como Astrana Marín “de tantos judíos como hay, no sabe ya quién lo es ni quién no lo es”.
En los siglos XV y XVI, por ser más cercanos a la fecha de la conversión, podía determinarse la genealogía de las personas y de esta manera se sabe que importantes personalidades religiosas y literarias, como son los casos de Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León y Fernando de Rojas, tenían ese origen. Los expulsos se dirigieron a distintos países, y su amor por Sefarad (España) hizo que conservaran el idioma y las costumbres, y que nunca renunciaran a sentirse españoles. Lo que ahora se presenta como novedosa medida registra algunos antecedentes.
En el caso de los asentados en el imperio otomano, tuvieron el status de protegidos, encuadre que surgía de los tratados internacionales entre el imperio Otomano y los Estados cristianos europeos. Se denominaban “capitulaciones” y consistían en la concesión de privilegios a los cristianos residentes en el imperio. Entre ellos, el más importante era el que no respondían ante la jurisdicción otomana, sino ante las de sus consulados, lo que permitió que también se pudieran acoger a ese régimen los sefardíes. Basado en esto, España otorgó la ciudadanía completa a esos protegidos mediante un decreto que promulgó en 1924 Miguel Primo de Rivera. Aquel texto ofrecía a los “protegidos” la posibilidad de adquirir la ciudadanía española hasta el 31 de diciembre de 1930, pero los que estaban en condiciones de acogerse era una pequeña minoría, de allí la importancia de la medida actual.
Ahora bien, ¿qué ocurrió en el transcurso de tantos siglos para que este ofrecimiento fuera posible? España, al decir hispanista, no solamente era una nación sin judíos, sino que se había olvidado de ellos. Los “redescubrió” en las campañas militares españolas en el norte del África y la sorpresa fue mayúscula. De ese modo, se enteró España de que al otro lado del Estrecho de Gibraltar, vivían miles de sefardíes. Al respecto, en julio de 1887 y bajo el título “Impresiones de Marruecos. Los Judíos” se publicó en el diario El Liberal lo siguiente: “Si se observan fisonomías es necesario remontarse al recuerdo de aquellos semblantes...¡cuántas caras españolas entre los judíos de Tetuán! ¡Cuántas caras judías entre los españoles...”. A partir de ese momento se creó una corriente de simpatía hacia los sefarditas denominada sefardofilia y se inició una campaña filosemita que se corporizó en Emilio Castelar quien presidió el gobierno en 1881.
Como resultado de esta tendencia, se crearon institutos de estudios que no se limitaron a los sectores liberales; también abarcaron a sectores más tradicionales cuyos representantes más genuinos y eminentes fueron Menéndez y Pelayo y la escuela de Ramón Menéndez Pidal, quien vio en aquella producción conservada por la tradición oral entre los sefardíes de Marruecos una confirmación de sus tesis sobre el viejo romancero medieval
En suma, se interesaron por la cultura sefardí como testimonio vivo de su españolidad.
También hubo un filosefardismo político de derechas del que participaron activamente intelectuales como Giménez Caballero y Foxá, que luego confluirán en el falangismo.
Nada menos que Francisco Franco participará de esa corriente, y cuando oficialmente se cree en 1941 el Consejo Superior de Investigaciones Científicas también se pone en marcha la Escuela de Estudios Hebraicos, que pronto comenzará a editar la revista Sefarad. En 1942, con el Eje en el apogeo de su poder, Franco insertará en un guión cinematográfico que había escrito y al que denominara “Raza” a un protagonista principal, que sería él mismo, y que actuará como guía a su madre por las calles de Toledo. En ese recorrido, y frente a la Iglesia Santa María la Blanca -que antes había sido sinagoga-, le cuenta que los judíos se habían purificado al contacto con España y que los judíos de Toledo se habían opuesto a la crucifixión cuando fueron consultados por los fariseos. Para él, la superioridad de la Nación española se manifestaba por su capacidad de purificar hasta a los judíos, convirtiéndolos en sefardíes, bien diferentes de sus correligionarios ashkenazíes.
Ya desde sus años en la guerra de Marruecos, recuerda el apoyo judío a los españoles. Y en 1926 publicará en la Revista de tropas coloniales un artículo titulado “Xauen la triste”, en el que resaltaba la gran dignidad y las virtudes de los hebreos que acompañaron a los españoles en su retirada de la ciudad rifeña a finales de 1924. Desde aquellos años africanos, Franco habría de mantener amistad con varios notables judíos de aquel territorio, algunos de los cuales lo ayudarán activamente en la sublevación de julio de 1936.
Por esas razones, el antisemitismo español presentará ciertas singularidades que no fueron comunes a las otras naciones europeas, y que movieron a Stanley Payne a hablar de la “Paradoja española: el prejuicio tradicional y sefardofilia”.
El mencionado Astrada Marín expresa mejor esa paradoja al declarar: “Yo, aunque antisemita sin rebozo... dejo aparte a los verdaderos sefardíes, porque antes que antisemita soy español... Ése ya no es el judío que yo combato... Ese judío no es propiamente judío”. También resulta paradójico que algunos sefarditas hayan apoyado al bando nacional en la guerra civil cuando el mismo era aliado de la Alemania nazi. En definitiva, el ofrecimiento de ciudadanía está en línea con aquellos hechos ya lejanos y es la consecuencia histórica del decreto de 1969 que derogó el Edicto de Granada por el cual se expulsó a los judíos España.
(*) Ex magistrado y autor de varios libros sobre esta temática.
Hacia fines del siglo XIX prominentes figuras de la política y de las letras hispanas se interesaron por la cultura sefardí como testimonio vivo de su españolidad.

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