El 14 de marzo de 1877 moría en Southampton, Inglaterra, el general Juan Manuel de Rosas. Este importante estanciero gobernó la provincia de Buenos Aires entre 1829 y 1852, durante los cuales supo granjearse la más desenfrenada devoción de sus adeptos y un odio visceral de sus adversarios. Ya apaciguadas las luchas entre unitarios y federales, en 1908, aparecía en la revista Caras y Caretas una verdadera publinota. Detrás de las ponderaciones, reflexiones y citas sobre las bondades de la piel del “restaurador de las leyes” o del “tirano usurpador” se esconde una auténtica propaganda de jabón. |
Fuente: Caras y Caretas, 24 de octubre de 1908. |
Andando los tiempos y entrando uno en el terreno de las exploraciones, se descubren a veces y casi impensadamente secretos que dejan a nuestro espíritu asombrado, por las analogías que se establecen entre ellos y los hechos modernos. Nadie puede negar, a pesar de todos los tintes con que se trata de rodear hoy la figura del tirano, que don Juan Manuel de Rosas fue uno de los hombres más hermosos de su época. De planta bizarra, formas regulares y armoniosas, tenía sobre todo, el célebre dictador, una cabeza clásica, que hubiera podido servir de modelo para representar a un emperador romano. Sus facciones eran purísimas y de una nobilísima corrección; sus ojos azules, sombreados por largas pestañas de color oscuro, daban a su mirada una mezcla de serenidad y de energía, en la que, sin embargo, no se mezclaba un solo destello de crueldad; pero lo que sobre todo llamaba la atención de cuantos lo veían, era su hermosa tez blanca, tersa, despercudida, casi virginalmente sonrosada, que le daba el aspecto de esas célebres bellezas sajonas que, como Lord Byron, han inmortalizado la pureza de una contextura carnal equiparable tan sólo con la más fina porcelana. En una carta de Sir Parish, dirigida a una dama elegante, que tenemos a la vista, se narra lo siguiente: “Ayer, dice el noble ministro británico, he estado a visitar al señor gobernador. Me recibió familiarmente, como es su uso, haciéndome pasar sin ceremonia a su cuarto de toilet, en donde un barbero de su confianza acaba de afeitarle. Reinaba allí un olor muy agradable, y como le preguntara yo al general Rosas de qué dimanaba aquel perfume, él me dijo alargándome un bote de cristal cubierto de espuma: ”-De esto, milord. ”-¿Y qué es eso? ”-La pasta con que me afeito y con que me lavo desde hace quince años. A la que debo la integridad de mi piel, que por mis faenas campesinas de la mocedad y mis campañas del desierto, había perdido su blancura natural, y aún tenía tendencias a resecarse y tal vez a plegarse con prematuras arrugas. Yo no uso otro jabón, ni otro perfume más que este. Es un verdadero tesoro. ”-¿Y de dónde ha sacado su excelencia este maravilloso compuesto? ¿Se puede saber sin indiscreción? ”-Yo no sé; Manuelita, mi hija, me lo trajo un día, diciéndome que un notable químico yanqui le había regalado la fórmula, y que entre ella y Juanita Sosa lo habían hecho. ”Yo entonces le pedí la receta, porque no tengo mucha fe en materia de drogas, en las que puede anidar la mano oculta de algún salvaje unitario. Mi amigo don Juan Camaño se la llevo al doctor Brown para que la analizara, y el análisis de su sabio compatriota dio por resultado que era la cosa más pura, más sana, más eficaz y más buena que se podía imaginar. Aquí está la receta, que regalo a usted, señor ministro y amigo, porque no soy egoísta con las cosas que yo creo excelentes… ”Y aquí tiene usted, mi amiga, esa receta, copiada ‘ad literam’, de la que me ofreció el general Rosas, y que pido a usted conserve para su uso ‘absolutamente particular’, como él me lo pidió. ”La receta es la siguiente, suprimiendo la dosimetría: ‘Timol, aceite de olivas, aceite de almendras dulces, bromo, ácido Horacio y goma benju’.” Leyendo esta carta y sobre todo la receta de que acabamos de dar copia, un gran asombro invade nuestro espíritu. La fórmula de la pasta o líquido saponífero (no estamos al cabo de las condiciones características de su fabricación), con que don Juan Manuel de Rosas conservaba la belleza de su tez, tan celebrada, es nada menos que la que fundamentalmente constituye el famoso Jabón Reuter, el único que hoy usan las bellezas más celebradas y es como de ordenanza en las más brillantes cortes europeas. Su pureza, sus componentes higiénicos, su suavidad, su balsámico perfume, han triunfado sobre los jabones vulgares, y ya no hay rincón del mundo en el que no se proclame con entusiasmo y convicción, las victoriosas excelencias del renombrado jabón Reuter. |
Fuente: www.elhistoriador.com.ar |
viernes, mayo 21
Secretos sobre la belleza de Juan Manuel de Rosas
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