Con
el fin de conocer los lugares donde nacieron y vivieron mis padres, en
junio pasado mi esposa Renee y yo organizamos un viaje junto a nuestros
hijos Gabriel y Geraldine, Daniel y Vivian, por algunas ciudades de
Rumania (sobre todo nuestra región de origen, Bucovina) y Ucrania.
Nuestra visita comenzó en Bucarest, capital de
Rumania. La primera evidencia documentada de presencia judía en esa
ciudad data del año 1550. En 1930 había unos 70 mil judíos, que
representaban el 11% de la población total. Actualmente son
aproximadamente 5000. Visitamos la Gran Sinagoga, construida en 1845 y
restaurada en 1945. Igualmente fuimos al Templo Coral, que está siendo
reconstruido con aportes del gobierno rumano, y la Sinagoga Yesua Tova,
que es la más antigua, totalmente renovada en 2007 y que sigue siendo
utilizada por la comunidad.
Igualmente fuimos al museo de la historia de la
comunidad judía de Bucarest, al Memorial del Holocausto, diseñado por el
famoso arquitecto Peter Jacobi y cuya construcción se realizó por
recomendación de la Comisión Wiesel en el año 2009. También estuvimos en
el pequeño centro comunitario judío, que se ocupa de organizar
actividades para las personas de la tercera edad y dictar clases de
hebreo a los niños, entre otras funciones.
Por último visitamos el Teatro Judío, un edificio
muy grande que aún funciona gracias al subsidio del gobierno de Rumania;
presenta obras en idish cada dos semanas, y también montajes en rumano.
El teatro judío en Rumania tiene una tradición de 130 años, cuando fue
fundado por el escritor y artista Avram Goldfaden. En general, Bucarest
nos pareció una ciudad bastante moderna, con excelentes hoteles y
grandes centros comerciales.
De allí nos dirigimos a Suceava, donde nos esperaba
un guía. Es una ciudad muy pequeña que apenas tiene 50 judíos, la
sinagoga está bastante abandonada y no se utiliza. Debimos pernoctar
allí para obtener la visa para Ucrania, ya que hay un consulado de ese
país. Por cierto que los israelíes no necesitan visa para entrar en
Ucrania, pero los venezolanos sí.
También visitamos Radauti, a 50 kilómetros de allí,
que es el lugar donde nació mi papá; en el registro civil vimos su
certificado de matrimonio. En ese pueblo también existió una gran
población judía, pero actualmente apenas cuenta con 56 integrantes. El
presidente de esa pequeña comunidad, Igor Koffler, nos mostró la
sinagoga, que es muy bonita y está siendo reconstruida con subsidio del
gobierno rumano (hay un parlamentario judío que está ayudando a obtener
esos fondos). Asimismo, visitamos al cementerio judío.
Después de cruzar la frontera rumano-ucraniana, que
es un proceso muy lento, llegamos a Chernovitz (Chernivtsi). Esta
ciudad de 250 mil habitantes nos dejó gratamente sorprendidos. A pesar
de todos los cambios sufridos desde la época en que perteneció al
Imperio Austro-Húngaro, luego a Rumania, la URSS y ahora a Ucrania, las
edificaciones están muy bien mantenidas, así como su principal calle
peatonal, la Herrengasse (que ahora se llama Kobylyanzka), con su Wiener
Kaffee, sus parques y plazas. Lamentablemente, la comunidad judía, que
para 1920 constituía la mitad de la población y estaba dedicada al
comercio, la política, con numerosos académicos, músicos y literatos,
fue totalmente destruida. De 68 sinagogas que existían solo quedan dos,
una en la que oficia el rabino Noah Kofmansky y otra de Jabad Lubavitch,
inaugurada por el rabino Menajem Mendel. La población judía es de 1200
personas aproximadamente, y tuvimos oportunidad de reunirnos con su
presidente, Yosif Bursuc; él nos llevó a conocer el centro comunitario
Hesed Shoshana, donde ayudan a las personas de escasos recursos. También
fuimos al Jewish National House, donde hay un pequeño museo.
En cuanto a mi búsqueda personal, pude encontrar la
casa donde vivieron mis padres; los inquilinos actuales nos permitieron
entrar y conversamos con ellos.
En el enorme cementerio no pude hallar ninguna
tumba de mis antepasados; es muy difícil identificar las sepulturas,
pues son más de 20 mil, no están señalizadas y hay mucha maleza; se
espera que pronto un grupo de voluntarios acuda para su limpieza.
Algunos nombres que se leen en las tumbas nos resultaron muy familiares,
porque de allí vino una cantidad importante de familias asquenazíes de
Venezuela.
En conclusión, además de las excelentes comidas que
pudimos saborear en Rumania y que nos hicieron recordar las de mis
padres (mamaliga, borsht, catlita o palachinquen, chorba y otras), el
viaje fue una experiencia inolvidable.
La importancia de la memoria
Este no fue un viaje improvisado. Nuestro
padre, Ignacio, lleva años ocupando buena parte de su tiempo en buscar,
investigar y documentar la historia de la familia. Tiene documentos tan
diversos como el manifiesto de embarque del buque en el que llegaron sus
padres a Venezuela en 1930, y su partida de matrimonio. Ha sido una
labor ardua en la que ha invertido tiempo, viajes a los archivos que
tienen los mormones en Utah, e incluso contratando personas que se
dedican a ir a los registros civiles y buscar documentos en varios
países. Pertenece a sociedades de genealogía y a grupos de internet de
personas que también provienen de esos pueblos y ciudades.
Para todos (incluso para nuestro padre) era la
primera vez que íbamos a esos países, y no sabíamos muy bien qué íbamos a
encontrar. Fue un viaje de emociones entremezcladas, con tristeza y
añoranza de lo que debió haber sido y lo que es hoy para los que
quedaron. En fin, ya sabemos de dónde venimos… y también sabemos a dónde
no regresaremos, por el antisemitismo que se vive hoy en Europa.
Recomiendo, a todo el que pueda, visitar su
lugar de origen. Escriban los recuerdos de sus padres y abuelos; esta
información les será muy valiosa si llegan a viajar, para hacer la
experiencia mucho más cercana. Si necesitan algún dato de guías en las
ciudades mencionadas, con gusto les podremos dar recomendaciones.
Gabriel y Daniel Sternberg
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