En el libro “Mitos y leyendas del vino argentino”, la periodista Natalia Páez se dedica a tejer una trama que une historias y leyendas de la bebida “nacional”, decretada como tal el año pasado, pero también echa luz sobre los secretos que rodean la cultura de los varietales.
Páez deja de lado los maridajes perfectos, abandona taninos, rechaza al sommelier que muchos quieren llevar dentro y apunta directo a desmitificar y profundizar en historias que rodearon -de manera cuasi fantástica- su infancia cuyana.
Escuchó atenta (y retuvo en su mente) los relatos que iban de
boca en boca y puso su oreja a las narraciones de los descendientes de aquellos
inmigrantes que forjaron una de las actividades más prósperas del país: la vitivinicultura.
“El libro surge como una necesidad personal de volver al origen y desandar el camino. Quería escribir esos relatos populares y lo hice construyendo la figura de una cronista con experiencia autobiográfica, pero con una mirada desde la distancia”, sostiene la autora.
Cual exploradora avezada, la mendocina -radicada hace diez años en
Buenos Aires- recorrió
rutas de su tierra natal, se adentró en archivos polvorientos, atravesó bodegas oscuras, habló con cientos de personas -entre ellos Raúl de la Mota, el mejor enólogo del país- y no conforme con esto, retomó la tradición de las crónicas periodísticas para contar en quince exquisitos relatos lo que pocos saben y muchos hablan.
En el capítulo “El vino del Carnaval”, Páez desmenuza su propia genealogía para contar la vida y obra de su bisabuelo español que se instaló en el
pueblo de Monte Comán, cercano a San Rafael, para levantar su bodega “ladrillo por ladrillo”.
“Es un botón de muestra del
trabajo impresionante que hicieron los inmigrantes para generar la industria a puro músculo”, sostiene la autora.
En su afán por no caer en el “anecdotario de creencias y supercherías del vino”, Páez se adentró en pequeñas historias que “sirvieron de disparador para contar el gran relato: la historia con mayúsculas”. Y hacía allá fue.
“El día que Dionisio invitó una vuelta” investiga con lupa detectivesca la leyenda que aseguraba que “un día el
agua barrosa que corría por las típicas acequias mendocinas se convirtió en vino”. Todos hablaban, pero nadie lo había visto con sus propios ojos, hasta que alguien le dijo: “Yo lo leí”.
De ahí en más, la historia de crisis y sobreproducción de la industria enmarca este relato que -con algo de realismo mágico- brinda también datos duros fundamentales para desmontar la fábula del agua transformada en vino, o los 234.800 hectolitros derramados por “acumulación de stock” en 1914.
En “El jinete blanco del Malbec”, la crónica que inicia “Mitos y leyendas...”, Páez reconstruye la vida del primer bodeguero del país: Carlos González Pinto, el pionero que sembró en tierras mendocinas la cepa Malbec, traída de Francia. Pero la historia de este hombre no termina con su muerte, sino que su espíritu parece recorrer y custodiar sus dominios hasta el día de hoy.
Si de fantasmas se trata, “Alguien anda por ahí” estremece al lector con las voces en la noche, los ecos de dos tragedias y los pequeños espíritus que cuchichean en una de las bodegas más importantes de Mendoza.
Con el mismo tenor, y una pizca más macabra, “El bodeguero vampiro” se remonta a travesuras sangrientas de quien hoy es uno de los empresarios de la vid más relevantes, pero que en su juventud degollaba gallinas para el asombro de un pueblo que elucubraba relatos de bestias chupasangres.
La historia “La maldición de las cubas santas” fue para Páez una revelación que la trajo de vuelta a Buenos Aires. “La muerte de los hermanos Cabrini dentro de la cuba (tonel gigantesco donde se alberga el vino) fue en realidad en la plata fraccionadora de Sáenz Peña. Buscando en diarios de la época rescate que también murió un operario”, cuenta.
La curiosidad fue el
motor para entrevistar a los descendientes de ese hombre fallecido en las mieles de la vid y reconstruir su vida. Pero en este relato, Páez también rescata la estrecha relación del vino con la Iglesia: la bodega Cabrini se especializaba en vinos de misa.
En “Los santos de Rutini”, retoma la unión de cinco siglos entre Iglesia y vino en América, para adentrarse en las pasiones de uno de los bodegueros más importantes del país: Rodolfo Reina Rutini, que además de forjar un imperio vitivinícola y fundar un
museo, coleccionaba copiosamente
imágenes de santos cuyanos tallados en madera.
“Quería un libro que hablara de todo lo que rodea al consumo y a la cultura del vino, sin suscribirme a lo telúrico o regionalista”, explica.
El acento de esa idea matriz se lee en “Pasión por las copas”, “Flor de yunta”, “El misterioso caso del pingüino” y “Reinas de marzo”.
El puntapié para meterse con Antonio Tomba, fundador del club de
futbol Godoy Cruz, fue un día en la cancha: “La hinchada cantaba ´100 por ciento bodegueros` y ´corazón bodeguero´, de allí deviene la interesante historia de este hombre al que le embalsamaron el corazón, pero también la relación del vino con la cultura futbolera”, señala la autora.
La historia con mayúsculas -como dice Páez- tiene todo su peso en la crónica de un “San Martín winelover” (amante del vino) que con fuentes de la
Biblioteca San Martín y del Instituto Sanmartiniano de Buenos Aires, se mete de lleno en las apetencias vineras del General.
“Quería saber qué vino tomaron los soldados durante la travesía por los Andes, eran 120 mil litros para pasar por la cordillera. ¿Quién donó tanta cantidad?” se pregunta la autora. La respuesta la contienen sus páginas.
En este libro, recientemente editado por Aguilar, Páez saca brillo de su oficio de periodista experimentada, entretiene con relatos escalofriantes y desentraña historias de viñedos, bodegas y protagonistas que hicieron de las uvas una industria nacional y que aún hoy rankea quinta en el mundo.