Sarmiento Albarracín en Marruecos y Argelia
En “Recuerdos de Provincia”, obra de 1850, Domingo
Faustino Sarmiento parece ocuparse de su genealogía, y siguiendo una
línea ascendente que parte de su madre, Paula Albarracín, se remonta
hasta un jeque sarraceno, llamado Al Ben Razin (Albarracín), quien en el
contexto de la ocupación musulmana de la península Ibérica, fundó una
familia y conquistó una ciudad a la que dio su nombre. Ese es
posiblemente el origen del nombre de Albarracín, en Teruel (España).
Sarmiento Albarracín tenía ancestros africanos.
No obstante que Sarmiento atribuyó su fisonomía “completamente árabe”
al citado y lejano ancestro, lo cierto es que su verdadero origen se
encontraría mucho más vinculado a los beréberes del África del Norte que
a los árabes con quienes creyó relacionarse.
Ocurre que, como bien señaló Bosch Vilá, eminente catedrático
numerario de historia del Islam de la Universidad de Granada, “La
historia islámica de la península es, en una parte nada despreciable,
una historia de los beréberes y de su intervención en el continente
europeo”.
Al mando del liberto Tariq ben Ziyad (del que deriva el nombre de
Gibraltar, “Gibal Tariq”), tropas compuestas por unos 12.000 beréberes –
entre los cuales se contaban aquellos que eran mestizos de negros en
virtud de los contactos establecidos con las tribus del Africa
subsahariana occidental- y de un escaso número de elementos árabes
ocuparon la Península Ibérica en el siglo VIII.
Este pueblo beréber, había sido islamizado por vez primera entre los
años 640 y 705, poco antes de emprenderse la conquista de la Hispania, y
puede decirse que su territorio abarcaba lo que hoy es Túnez, Argelia,
Marruecos, el Noroeste de Libia e, incluso Siwa, en Egipto.
Por otra parte, el estudioso Atgier ha sostenido que lo beréberes
procedían originariamente de Europa siendo posterior su establecimiento
en el Africa septentrional; como sea, lo cierto es que el geógrafo e
historiador Beltrán y Rozpide entendía que “eran blancos, y al
mezclarse…resultó una población en la que había y aun predominaban los
individuos de color moreno obscuro; a todos denominaron “moros” los
romanos. Si entre griegos y romanos moro equivalía á «negro», en la
lengua de bereberes negro se decía y se dice “berik”.
En varios dialectos de esas gentes el masculino plural se forma con
el prefijo “i”. Iberik (ibérico), pues, significa «los negros». En otros
dialectos, se prescinde del prefijo, y berik es lo mismo en plural. Si
en este vocablo suprimimos la terminación ik, que adjetiva, así como ico
en ibérico, y se dobla la radical ber—lo que es bastante común en los
idiomas del Norte de África—obtendremos la voz berber. Resulta, pues,
que moro, íbero y beréber indican…un mismo pueblo primitivamente negro,
que se ha ido modificando por mezcla con otros que sucesivamente fueron
invadiendo el país.”
A pesar de la escasa valoración que los estudios históricos parecen
haber dado al componente beréber en la conquista del territorio hispano,
los beréberes continuarían expandiéndose e incluso en algunos casos,
aventajando en número al elemento arábigo.
“Sabidas estas victorias en África, fue tanto el número de Africanos
que creció en España que todas las ciudades y villas se hincheron
dellos, porque no pasaron como guerreros sino como pobladores con sus
mujeres e hijos, en tanta manera que la religión, costumbres y lenguas
corrompieron, y los nombres de los pueblos , de los montes, de los ríos y
de los campos se mudaron”, se lamentaba Luis del Mármol Carvajal, un
historiador español de fines del siglo XVI.
Entre los grupos beréberes que pasaron a la enínsula Ibérica en el
siglo VIII, puede contarse el de los “Hawara”, del tronco de los Botr y
al cual pertenecía la familia de los Banu Razin.
Los asentamientos correspondientes a esta comunidad Hawara son
reconocibles porque al comienzo de sus respectivas denominaciones
aparecen los prefijos banu o beni y su presencia se esparció por el
centro, sur y este de la Península, siendo que en lo que a la familia de
los Banu Razin atañe, ésta se posicionó en el macizo ibérico entre
Teruel y Cuenca, con el propósito de defender las fronteras de lo que se
conocía como “Al-Andalus”, es decir, el territorio que efectivamente
estuvo bajo poder musulmán y no solamente el de la actual Andalucía.
Será Bosch Vilá nuevamente quien, señalando que los Hawara fueron uno
de los primeros grupos beréberes establecidos en estas tierras
fronterizas de Al-Andalus, describe a una de sus fracciones, los Banu
Razin, como una familia “numerosa y rica” y que ocupando “castillos al
sur de la actual provincia de Teruel llegaron a constituir en Santa
Mariya al-Sarq (Santa María de Ben Razin), una dinastía taifa…”
Los Hawara, o Huara y Houara habían habitado antiguamente el Fezzan
Libio y conforme a los estudios realizados por el francés Charles
Foucauld, el término “Huara” debe asociarse con el vocablo “Ahaggar”
(tuareg noble). Posteriormente emigrarían hacia la costa del Norte de
Africa, pasando a dominar a las antiguas poblacionesque allí se
asentaban e integrarse étnicamente. Y hay más, en 1950, cien años
después de la publicación de “Recuerdos de Provincia”, se traducía al
español “Historia de la España Musulmana hasta la caída del Califato de
Córdoba”, obra del prestigioso islamólogo franco-argelino, Evariste Levi
Provençal, sustentando asimismo, el citado origen beréber de los Baanu
Razin.
“El español de hoy es el árabe de ayer, –escribe Sarmiento en “Viajes
en Europa, Africa y América” (1847), renegando de aquello con lo que se
creía emparentado– frugal, desenvuelto, gracioso en la Andalucía, poeta
y ocioso por todas partes; goza del sol, se emborracha poco, y pasa su
tiempo en las esquinas, figones y plazas.
Las mujeres llevan velo sobre la cara, la mantilla, como las mujeres
árabes. Se sientan en el suelo en las iglesias, sobre un tapiz o
alfombra con las piernas cruzadas a la manera oriental. En todo el mundo
cristiano lo hacen en sillas, en Roma incluso. Los hombres llevan la
faja colorada de los moriscos; los andaluces la chamana, los valencianos
la manta y las gabuchas; los picadores conservan los estribos; y el
gobierno de los Capitanes generales, cadies absolutos de las provincias
que se entrometen en hacer justicia a la manera de Aroun-al- Raschid.
Rézanse tres oraciones al día, en contraposición a las tres plegarias
enunciadas por el Muhezzin…”
Sabida es la admiración que Sarmiento profesaba por los Estados
Unidos y menos conocida la poca estima en que tenía a Nueva Orleans,
ciudad portadora de un importante elemento hispánico en su composición
poblacional.
Bien, es precisamente desde este lugar donde un periódico en español
titulado “La Patria”, decide responder a los ataques que Sarmiento hizo a
la literatura española, negándole valor alguno.
“La Patria”, dirigida por Victoriano Alemán y Eusebio J. Gómez, daba
la bienvenida por 1850 a quien poco después pasaría a integrar aquella
dirección, reproduciendo un artículo en el cual el estadista,
diplomático y periodista, Jose Antonio de Irisarri, en una clara
referencia a Sarmiento y sus consabidas acusaciones al legado hispano,
se animaba a contestarle:
“Conviene al interés de la América española que se conozca la
literatura de la nación que dio su lengua y sus costumbres a tantos
millones de hombres, para que se destruya la falsa idea que han querido
generalizar entre nosotros algunos escritores ignorantes (Sarmiento), de
que en España no hay libros que leer.
Y ahora recuerdo, que no ha muchos años que un escritor argentino en
Chile (Sarmiento), queriendo convencer al público de la conveniencia de
adoptar un nuevo sistema de ortografía, que en nada se diferenciaba del
que usan los carreros en Andalucía, sostenía que no se había escrito en
español una obra que mereciese la pena de leerse, pero lo que consiguió
este ortógrafo moderno fue demostrar que ignoraba completamente el
español y todo lo que tenía que relación con la España”
Paradójicamente al atacar a Sarmiento de este modo, Irisarri
terminaría concordando con él en cuanto a denostar al sur de España que
era donde más evidentes se habían hecho, a lo largo de 800 años de
dominación, los rasgos de la cultura árabe y beréber.
En “Recuerdos…”, Sarmiento cuenta que una tía suya, “casi mendiga”,
ofendida al no ser saludada en su paso por las calles y atribuyendo esta
omisión a su pobre condición, alegaba que seguramente el sujeto en
cuestión tendría entre sus ancestros algún zambo o mulato.
Esto además de otros prejuicios de su pariente respecto a los “hijos
de Mahoma”, lleva a su sobrino a concluir que poca gracia le hubiera
hecho el enterarse de esta procedencia arábiga que él creía haber
descubierto en su familia.
El mulato lo fue solo en tanto y en cuanto este se hallaría en lo que para Sarmiento era un “virtuoso”.
Facundo de D. F. Sarmiento: “la vida de sus hombres son a menudo
similares (árabes y gauchos). Cuando la ciudad era aún aldea, y las
calles caminos, y las casas chozas improvisadas, echaba de menos la
Patria de donde había venido, podía decirle como Abderahman, el rey
árabe de Córdoba: “Tú también, insigne palma, eres aquí forastera; De
Algarbe las dulces auras, tu pompa halagan y besan; En fecundo suelo
arraigas, y al cielo tu cima elevas; tristes lágrimas lloraras, si cual
yo sentir pudieras”.
En Recuerdos de Provincia, libro de Sarmiento, decía éste “sois agricultores y os faltan peones para el trabajo”.
Por Alejandra Isabel Díaz Bialet César