La sangre guipuzcoana de Máxima Zorreguieta
La futura reina de Holanda visitó de joven Elduain, de donde partieron los Zorreguieta para hacer las Américas en Argentina.
Por las venas de la argentina Máxima Zorreguieta corre
sangre vasca e italiana. Y roja, no ‘azul’, como hace una década
hubieran deseado los monárquicos más acérrimos. Una anécdota ya
irrelevante para los 16,7 millones de holandeses que el próximo 30 de
abril asistirán encantados a una ceremonia que desde hace 33 años no se
repetía: la coronación de un nuevo rey. El príncipe Guillermo Alejandro y
su esposa bonaerense accederán al trono de los Países Bajos, después de
abdicar la reina Beatriz, que mañana cumple 75 años.
Aquí, a los doscientos habitantes de Elduain algo les
toca también. En este pequeño municipio solariego, situado a 7,5
kilómetros de Tolosa y a 35 de San Sebastián, se erige desde desde hace
casi tres siglos el caserío Sorreguieta (con S en lugar de con Z), la
cuna de los ancestros vascos de la futura reina. Los actuales
propietarios están cansados de los curiosos–argentinos y españoles,
sobre todo–, que se interesan por el inmueble y su intrahistoria, tanto
que hasta cuelgan el teléfono cuando se solicitan datos que amplíen la
genealogía. «Estamos hartos. Miguel no se va a poner», suelta la
inquilina, y la señal se corta. El propietario es Miguel Egüés, hermano
de Ana María Egüés, la mujer que en 1997 conoció Jorge Zurreguieta,
padre de Máxima. Era una prima lejana, que murió hace dos años cuando
estaba a punto de cumplir los cien.
Jorge Zorreguieta visitó Euskadi invitado por el Gobierno
de José Antonio Ardanza, en calidad de presidente de la Fundación
vasco-argentina Juan de Garay. «Llegó aquí (a Elduain) con
guardaespaldas y todo. Era un hombre majo», relataba en el año 2002 la
nonagenaria Ana María, Anita, a EL DIARIO VASCO. A su regreso a Buenos
Aires envió a la anciana una carta agradeciendo el recibimiento,
acompañada de una fotografía familiar fechada en 1994. Zorreguieta,
exsecretario de estado de Agricultura (dependiente del ministerio de
Economía entre 1976 y 1981) durante la dictadura del general Videla,
explica en la misiva que se había casado dos veces, y que era padre de
siete hijos (seis mujeres y dos varones), entre ellos Máxima, que posaba
en la instantánea junto a él, de pie, con 23 años.
Era la misma chica que el 2 de febrero de 2002, vestida
con un admirado traje de Valentino, diseñador al que se mantiene fiel,
recorría las calles de Amsterdam en una carroza de oro. «Estaba muy
guapa», dijo entonces Anita. A la ceremonia no pudo acudir Jorge
Zorreguieta, vetado por su vínculo con el régimen militar del general
Videla. A Anita no le gustó.
Las virtudes de los vascos
Fue hacia 1790 cuando José Antonio Sorreguieta y
Oyarzábal Gamboa y Sagastume, comerciante de profesión, emigró a
Argentina. En una entrevista al periódico ‘La Nación’, el presidente de
la Fundación Juan de Garay relata cómo su antepasado recaló a finales
del siglo XVIII en Salta (la misma provincia norteña donde ha montado su
imperio hortofrutícola el extesorero del PP y exdiputado Ángel
Sanchis). Allí se afincaron y vivieron las tres primeras generaciones,
«hasta que mi abuelo se fue a Mendoza. Después, papá nació en Buenos
Aires, como yo», y como su hija Máxima y el resto de su prole. Durante
la conversación, se muestra orgulloso de su apellido vasco y del
progreso de sus ancestros. «Mi bisabuelo, Mariano Zorreguieta, por
ejemplo, fue vicegobernador de Salta y un reconocido historiador.
También descubrí que, por una línea familiar, llegaba a una princesa
incaica». Ahora tiene a toda una reina a su lado, «que ha heredado las
virtudes esenciales de los vascos: la honradez, el carácter, el trabajo y
el valor de la palabra empeñada». ¿Devoción de padre?
Jorge Zorreguieta confiesa que volvió a visitar a Ana
Egüés por segunda vez. Y los vecinos de Elduain, como Ainhoa Muñagorri,
recuerdan que también lo hizo con Máxima en su juventud. El padre siguió
carteándose con Anita, pero con el tiempo perdieron el contacto.
Este pueblo guipuzcoano no es el único vínculo que
mantiene con España la futura reina de Holanda. Casualidades de la vida,
fue en nuestro país donde conoció a su marido. Ocurrió en 1999, durante
una exclusiva fiesta organizada en la Feria de Sevilla. Una amiga hizo
de celestina y se lo presentó como una persona con quien podría
compartir su vida: Máxima, obsesionada por su tendencia a engordar,
había sufrido algunos fracasos sentimentales. Bailaron, rieron y hasta
hicieron chistes. Acabó contándole a su amiga que aquel chico «parecía
de madera» por lo mal que se movía. No fue un flechazo, pero Guillermo
Alejandro, sin confesarle aún que era el príncipe heredero de Holanda,
la visitó varias veces en Estados Unidos, donde trabajaba. Se
prometieron en enero de 2001 y se casaron al año siguiente.
El tango 'Adiós Nonino'
Una década después, la princesa que llegó del otro lado
del Atlántico y que renunció a su anonimato y a su nacionalidad por
amor, ha logrado ser el miembro más popular y mejor valorado de la casa
Orange-Nassau, por encima de la reina Beatriz y de su propio marido. A
los holandeses les encanta su naturalidad, la forma de sonreír (su mejor
carta de presentación en cualquier acto profesional o protocolario), su
forma de vestir, la perfecta dicción del idioma (habla también inglés e
italiano), su inteligencia y la implicación en asuntos sociales e
internacionales en pro de los más desfavorecidos.
Pero no todo ha sido un camino de rosas ni un cuento de
hadas. A pesar de ganarse muy bien la vida con su trabajo en varios
bancos mundiales y su excelente currículum como profesional de las
finanzas, la princesa de Holanda tuvo que soportar el calificativo de
cenicienta cuando aterrizó en el país en 2001 y, lo peor, la ausencia de
sus padres en la boda, Jorge Zorreguieta y Carmen Cerruti. Las
vinculaciones de su progenitor con el régimen del general Jorge Rafael
Videla ocuparon varias sesiones del Parlamento holandés y amplios
espacios en los medios de comunicación, hasta el punto de que al
príncipe Guillermo se le pasó por la cabeza la idea de renunciar a la
sucesión al trono en favor de su hermano.
En vísperas del enlace, el ministerio del Interior
holandés encargó un informe sobre su pasado a un experto en asuntos
latinoamericanos de la Universidad de Amsterdam. El ‘Informe Baud’
confirmó el compromiso del padre de la novia con el gobierno del general
Videla, pero también precisó que no había estado implicado de manera
directa en la represión salvaje que provocó la desaparición de miles de
personas. El Parlamento aceptó finalmente que se celebrara la boda,
pero, para acallar las protestas, reclamó que Jorge Zorreguieta no
apareciera por la iglesia Nieuwe Kerk en Ámsterdam. Su madre se
solidarizó con él y acabaron viendo la ceremonia por televisión desde la
habitación de un hotel de Londres.
Máxima tuvo que claudicar, pero al inicio de la ceremonia
lanzó a su padre un guiño muy especial con un tango que invadió el
templo gótico. Lo eligió ella misma, la que se casaba por el rito
protestante siendo católica, la que había entrado a la iglesia sin poder
asirse al brazo de su progenitor. La pieza se llamaba ‘Adiós Nonino’,
un emotivo y moderno tango que el bandoneonista Astor Piazzolla había
escrito a la muerte de su padre en accidente de bicicleta. Las lágrimas,
ya incontenibles, empezaron a deslizarse por el rostro de la novia, que
cogió con fuerza la mano del príncipe Guillermo. Esos momentos tan
imprevistos sobrecogieron a los holandeses, más sobrios en los afectos.
Así empezó a ganarse su corazón.
Ahora, la historia vuelve a repetirse. Su padre tampoco
estará en la ceremonia de coronación. Su delicada salud y su presunta
implicación en un pleito, a raíz de una denuncia que acaban de presentar
familiares y víctimas de trabajadores del Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria (INTA) por la desaparición de cuatro operarios
de izquierdas durante la dictadura, lo hacen desaconsejable. Pero esta
vez no habrá lágrimas.
Por las venas de la argentina Máxima Zorreguieta corre
sangre vasca e italiana. Y roja, no ‘azul’, como hace una década
hubieran deseado los monárquicos más acérrimos. Una anécdota ya
irrelevante para los 16,7 millones de holandeses que el próximo 30 de
abril asistirán encantados a una ceremonia que desde hace 33 años no se
repetía: la coronación de un nuevo rey. El príncipe Guillermo Alejandro y
su esposa bonaerense accederán al trono de los Países Bajos, después de
abdicar la reina Beatriz, que mañana cumple 75 años.
Aquí, a los doscientos habitantes de Elduain algo les
toca también. En este pequeño municipio solariego, situado a 7,5
kilómetros de Tolosa y a 35 de San Sebastián, se erige desde desde hace
casi tres siglos el caserío Sorreguieta (con S en lugar de con Z), la
cuna de los ancestros vascos de la futura reina. Los actuales
propietarios están cansados de los curiosos–argentinos y españoles,
sobre todo–, que se interesan por el inmueble y su intrahistoria, tanto
que hasta cuelgan el teléfono cuando se solicitan datos que amplíen la
genealogía. «Estamos hartos. Miguel no se va a poner», suelta la
inquilina, y la señal se corta. El propietario es Miguel Egüés, hermano
de Ana María Egüés, la mujer que en 1997 conoció Jorge Zurreguieta,
padre de Máxima. Era una prima lejana, que murió hace dos años cuando
estaba a punto de cumplir los cien.
Jorge Zorreguieta visitó Euskadi invitado por el Gobierno
de José Antonio Ardanza, en calidad de presidente de la Fundación
vasco-argentina Juan de Garay. «Llegó aquí (a Elduain) con
guardaespaldas y todo. Era un hombre majo», relataba en el año 2002 la
nonagenaria Ana María, Anita, a EL DIARIO VASCO. A su regreso a Buenos
Aires envió a la anciana una carta agradeciendo el recibimiento,
acompañada de una fotografía familiar fechada en 1994. Zorreguieta,
exsecretario de estado de Agricultura (dependiente del ministerio de
Economía entre 1976 y 1981) durante la dictadura del general Videla,
explica en la misiva que se había casado dos veces, y que era padre de
siete hijos (seis mujeres y dos varones), entre ellos Máxima, que posaba
en la instantánea junto a él, de pie, con 23 años.
Era la misma chica que el 2 de febrero de 2002, vestida
con un admirado traje de Valentino, diseñador al que se mantiene fiel,
recorría las calles de Amsterdam en una carroza de oro. «Estaba muy
guapa», dijo entonces Anita. A la ceremonia no pudo acudir Jorge
Zorreguieta, vetado por su vínculo con el régimen militar del general
Videla. A Anita no le gustó.
Las virtudes de los vascos
Fue hacia 1790 cuando José Antonio Sorreguieta y
Oyarzábal Gamboa y Sagastume, comerciante de profesión, emigró a
Argentina. En una entrevista al periódico ‘La Nación’, el presidente de
la Fundación Juan de Garay relata cómo su antepasado recaló a finales
del siglo XVIII en Salta (la misma provincia norteña donde ha montado su
imperio hortofrutícola el extesorero del PP y exdiputado Ángel
Sanchis). Allí se afincaron y vivieron las tres primeras generaciones,
«hasta que mi abuelo se fue a Mendoza. Después, papá nació en Buenos
Aires, como yo», y como su hija Máxima y el resto de su prole. Durante
la conversación, se muestra orgulloso de su apellido vasco y del
progreso de sus ancestros. «Mi bisabuelo, Mariano Zorreguieta, por
ejemplo, fue vicegobernador de Salta y un reconocido historiador.
También descubrí que, por una línea familiar, llegaba a una princesa
incaica». Ahora tiene a toda una reina a su lado, «que ha heredado las
virtudes esenciales de los vascos: la honradez, el carácter, el trabajo y
el valor de la palabra empeñada». ¿Devoción de padre?
Jorge Zorreguieta confiesa que volvió a visitar a Ana
Egüés por segunda vez. Y los vecinos de Elduain, como Ainhoa Muñagorri,
recuerdan que también lo hizo con Máxima en su juventud. El padre siguió
carteándose con Anita, pero con el tiempo perdieron el contacto.
Este pueblo guipuzcoano no es el único vínculo que
mantiene con España la futura reina de Holanda. Casualidades de la vida,
fue en nuestro país donde conoció a su marido. Ocurrió en 1999, durante
una exclusiva fiesta organizada en la Feria de Sevilla. Una amiga hizo
de celestina y se lo presentó como una persona con quien podría
compartir su vida: Máxima, obsesionada por su tendencia a engordar,
había sufrido algunos fracasos sentimentales. Bailaron, rieron y hasta
hicieron chistes. Acabó contándole a su amiga que aquel chico «parecía
de madera» por lo mal que se movía. No fue un flechazo, pero Guillermo
Alejandro, sin confesarle aún que era el príncipe heredero de Holanda,
la visitó varias veces en Estados Unidos, donde trabajaba. Se
prometieron en enero de 2001 y se casaron al año siguiente.
El tango 'Adiós Nonino'
Una década después, la princesa que llegó del otro lado
del Atlántico y que renunció a su anonimato y a su nacionalidad por
amor, ha logrado ser el miembro más popular y mejor valorado de la casa
Orange-Nassau, por encima de la reina Beatriz y de su propio marido. A
los holandeses les encanta su naturalidad, la forma de sonreír (su mejor
carta de presentación en cualquier acto profesional o protocolario), su
forma de vestir, la perfecta dicción del idioma (habla también inglés e
italiano), su inteligencia y la implicación en asuntos sociales e
internacionales en pro de los más desfavorecidos.
Pero no todo ha sido un camino de rosas ni un cuento de
hadas. A pesar de ganarse muy bien la vida con su trabajo en varios
bancos mundiales y su excelente currículum como profesional de las
finanzas, la princesa de Holanda tuvo que soportar el calificativo de
cenicienta cuando aterrizó en el país en 2001 y, lo peor, la ausencia de
sus padres en la boda, Jorge Zorreguieta y Carmen Cerruti. Las
vinculaciones de su progenitor con el régimen del general Jorge Rafael
Videla ocuparon varias sesiones del Parlamento holandés y amplios
espacios en los medios de comunicación, hasta el punto de que al
príncipe Guillermo se le pasó por la cabeza la idea de renunciar a la
sucesión al trono en favor de su hermano.
En vísperas del enlace, el ministerio del Interior
holandés encargó un informe sobre su pasado a un experto en asuntos
latinoamericanos de la Universidad de Amsterdam. El ‘Informe Baud’
confirmó el compromiso del padre de la novia con el gobierno del general
Videla, pero también precisó que no había estado implicado de manera
directa en la represión salvaje que provocó la desaparición de miles de
personas. El Parlamento aceptó finalmente que se celebrara la boda,
pero, para acallar las protestas, reclamó que Jorge Zorreguieta no
apareciera por la iglesia Nieuwe Kerk en Ámsterdam. Su madre se
solidarizó con él y acabaron viendo la ceremonia por televisión desde la
habitación de un hotel de Londres.
Máxima tuvo que claudicar, pero al inicio de la ceremonia
lanzó a su padre un guiño muy especial con un tango que invadió el
templo gótico. Lo eligió ella misma, la que se casaba por el rito
protestante siendo católica, la que había entrado a la iglesia sin poder
asirse al brazo de su progenitor. La pieza se llamaba ‘Adiós Nonino’,
un emotivo y moderno tango que el bandoneonista Astor Piazzolla había
escrito a la muerte de su padre en accidente de bicicleta. Las lágrimas,
ya incontenibles, empezaron a deslizarse por el rostro de la novia, que
cogió con fuerza la mano del príncipe Guillermo. Esos momentos tan
imprevistos sobrecogieron a los holandeses, más sobrios en los afectos.
Así empezó a ganarse su corazón.
Ahora, la historia vuelve a repetirse. Su padre tampoco
estará en la ceremonia de coronación. Su delicada salud y su presunta
implicación en un pleito, a raíz de una denuncia que acaban de presentar
familiares y víctimas de trabajadores del Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria (INTA) por la desaparición de cuatro operarios
de izquierdas durante la dictadura, lo hacen desaconsejable. Pero esta
vez no habrá lágrimas.
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