Julio 2017
LOS ABUELOS DE MI HISTORIA
Un genealogista es aquel que persigue su propia historia!
domingo, julio 2
sábado, abril 30
Los Doeswijk, una historia de holandeses
Llegaron en 1949, escapando de la Europa de la posguerra. Se establecieron en "La Ciudadela" y fundaron un
tambo y una fábrica de quesos, que continúa abierta. André, historiador, sociólogo e hijo de los primeros
colonos, cuenta detalles de la vida familiar.
La historia de los Doeswijk es un fiel ejemplo de aquellas familias que emigraron a la Argentina huyendo de la Segunda Guerra Mundial, en búsqueda de un mejor porvenir en estas tierras.
Hoy en día, la familia Doeswijk, una mezcla de “toldenses-holandeses”, forman parte de una comunidad de suizos y holandeses que continúa establecida en Los Toldos.
Uno de los integrantes de la familia es André Doeswijk (76). Historiador y sociólogo, es uno de los toldenses que más se ha dedicado a reseñar la historia de su propia familia y del establecimiento de los inmigrantes holandeses, suizos e italianos, en lo que hoy se conoce como “La Ciudadela”.
“La Ciudadela”, ubicada a unos 18 kilómetros de la ciudad de Los Toldos, es un territorio de 3600 hectáreas que pertenecía a Doña Marenco de Sánchez Díaz (1879-1971), viuda de Don Cayetano Sánchez Díaz (1874-1942).
Cuando su esposo murió, Doña Marenco decidió fundar en su estancia “La Ciudadela” un centro apostólico -en donde hoy funciona el Monasterio Benedictino de Santa María de los Toldos-, una escuela rural, y 16 parcelas de tierra que fueron vendidas a un precio módico a las familias inmigrantes católicas. Entre ellos, los Doeswijk.
En una entrevista con Democracia, André contó sobre su propia historia, la de su familia y, también, la de la comunidad de inmigrantes que poblaron Los Toldos, en especial "La Ciudadela".
De Holanda a Argentina
- ¿A qué edad y cómo llegó con su familia a Argentina?
- Llegamos en el año 1949, en un vapor argentino llamado “Entre Ríos”. Yo tenía 9 años, vine con papá Cornelis, mamá Cornelia, y mis hermanos Jo, Dick, Sjaan, Mien, Annie, Leo, Peter y los mellizos Sjakie y Ría.
Llegamos al puerto de Buenos Aires, en un viaje lleno de peripecias. Pasamos por los puertos de Hamburgo, Southampton, Bilbao, Vigo, Lisboa, Río de Janeiro, Santos y Montevideo. Fueron, en total, 24 largos días.
El desembarco en Buenos Aires no fue muy ameno, según me cuenta mi hermano Jo. Subieron la aduana y la policía y todos los pasajeros tenían que ponerse en fila para pasar por el control de documentos. Salían los españoles, nosotros, desde la cubierta, observábamos todos los movimientos. Parecía que todos tenían parientes o amigos. Los alemanes salían acompañados por policías. Nosotros, los holandeses, quedamos medio perdidos hasta lo último, no sabíamos qué hacer ni adónde ir. Por suerte, llegó un señor que se presentó como Kristiaan de la Embajada Holandesa. Pero Finalmente nos pasó por la aduana, aunque costó mucho tiempo porque abrieron todas las valijas.
- ¿Qué motivó la migración de su familia?
- Después de la Crisis del 30, sobrevino la guerra con cinco años de ocupación alemana. Hubo que entregar diez vacas lecheras y los alemanes requisaban las bicicletas y los caballos. Una noche de invierno nos robaron todas las ovejas y durante el último invierno (de 1944/45) se repartía hasta 2 litros de leche a los que venían en bicicleta de Amsterdam. Como se ve, la situación era muy mala en Europa.
Considero que la elección recayó en la Argentina por tres motivos: en primer lugar, por poseer un clima templado; después estaba la abundancia de tierras negras y fértiles y, por último, que Argentina era un país católico.
En la Holanda de esa época, en especial para los campesinos, la religión formaba parte de su identidad social. La Argentina constituía una sociedad abierta y hospitalaria con mucha gente cálida y solidaria.
Los Toldos, tierra prometida
Cuando la familia Doeswijk llegó a Argentina, recorrió varias localidades como Las Rosas (Santa Fe) y Las Marianas y Almeyda (Buenos Aires). Hasta que Cornelis Andreas Doeswijk y su señora Cornelia Johanna Van Der Kleij compraron 116 hectáreas de la estancia La Ciudadela. Allí se dedicaron exclusivamente a la actividad del tambo y, en 1953, fundaron “Los Holandeses”, una fábrica de quesos artesanales que perdura hasta nuestros días.
- ¿Cómo fue la llegada a Los Toldos?
- En Los Toldos, la primera actividad que realizamos fue la agricultura: trigo, algo de cebada, maíz y girasol. Pero el proyecto principal de mi papá era instalar un buen tambo con una fábrica de quesos artesanales, que finamente cumplió y que hoy continúa mi hermano Sjakie.
Mi infancia en Los Toldos fue feliz, con una fuerte presencia de una familia grande, de padres trabajadores que dan contención a sus hijos, de los animales domésticos, de la caza con perros, de los juegos bajo los árboles y de la libertad.
Con el tiempo, casi todos (con excepción de Sjaan y Peter), nos casamos con argentinos o argentinas. Considero que fue una suerte no haber ido a una colonia holandesa, porque de esta forma hubiéramos tardado muchísimo más en integrarnos a nuestra nueva patria.
En Los Toldos también establecimos un estrecho vínculo con los monjes benedictinos. Desde niño fui a la escuela con Mamerto Menapace –monje del Monasterio-, pasamos la infancia juntos y hasta hicimos el Magisterio en Luján. Hoy en día somos muy buenos amigos.
- ¿Se siente más holandés o más argentino?
- Creo que un poco de cada cosa. Viví en Holanda, en Los Toldos, en La Plata –en donde me casé y tuve dos hijas, muchos años en Brasil, el último tiempo en Neuquén –en donde fui profesor de la Universidad del Comahue- y ahora, finalmente, me compré mi casita en Los Toldos y volví. Creo que soy la suma de todo eso.
Mis hermanos mayores si se sienten más holandeses y mis hermanos menores tienen una identidad más Argentina.
Nuestros padres, y también nosotros, tratamos de hacer algo con nuestras vidas y esperamos que nuestros hijos y nietos combinen lo mejor de lo viejo con lo mejor de lo nuevo y lo mejor de Holanda con lo mejor de la Argentina. La vida se asemeja a un barco y nosotros somos los barqueros: remamos de espaldas al futuro y mirando lo que dejamos atrás.
Hoy en día, la familia Doeswijk, una mezcla de “toldenses-holandeses”, forman parte de una comunidad de suizos y holandeses que continúa establecida en Los Toldos.
Uno de los integrantes de la familia es André Doeswijk (76). Historiador y sociólogo, es uno de los toldenses que más se ha dedicado a reseñar la historia de su propia familia y del establecimiento de los inmigrantes holandeses, suizos e italianos, en lo que hoy se conoce como “La Ciudadela”.
“La Ciudadela”, ubicada a unos 18 kilómetros de la ciudad de Los Toldos, es un territorio de 3600 hectáreas que pertenecía a Doña Marenco de Sánchez Díaz (1879-1971), viuda de Don Cayetano Sánchez Díaz (1874-1942).
Cuando su esposo murió, Doña Marenco decidió fundar en su estancia “La Ciudadela” un centro apostólico -en donde hoy funciona el Monasterio Benedictino de Santa María de los Toldos-, una escuela rural, y 16 parcelas de tierra que fueron vendidas a un precio módico a las familias inmigrantes católicas. Entre ellos, los Doeswijk.
En una entrevista con Democracia, André contó sobre su propia historia, la de su familia y, también, la de la comunidad de inmigrantes que poblaron Los Toldos, en especial "La Ciudadela".
De Holanda a Argentina
- ¿A qué edad y cómo llegó con su familia a Argentina?
- Llegamos en el año 1949, en un vapor argentino llamado “Entre Ríos”. Yo tenía 9 años, vine con papá Cornelis, mamá Cornelia, y mis hermanos Jo, Dick, Sjaan, Mien, Annie, Leo, Peter y los mellizos Sjakie y Ría.
Llegamos al puerto de Buenos Aires, en un viaje lleno de peripecias. Pasamos por los puertos de Hamburgo, Southampton, Bilbao, Vigo, Lisboa, Río de Janeiro, Santos y Montevideo. Fueron, en total, 24 largos días.
El desembarco en Buenos Aires no fue muy ameno, según me cuenta mi hermano Jo. Subieron la aduana y la policía y todos los pasajeros tenían que ponerse en fila para pasar por el control de documentos. Salían los españoles, nosotros, desde la cubierta, observábamos todos los movimientos. Parecía que todos tenían parientes o amigos. Los alemanes salían acompañados por policías. Nosotros, los holandeses, quedamos medio perdidos hasta lo último, no sabíamos qué hacer ni adónde ir. Por suerte, llegó un señor que se presentó como Kristiaan de la Embajada Holandesa. Pero Finalmente nos pasó por la aduana, aunque costó mucho tiempo porque abrieron todas las valijas.
- ¿Qué motivó la migración de su familia?
- Después de la Crisis del 30, sobrevino la guerra con cinco años de ocupación alemana. Hubo que entregar diez vacas lecheras y los alemanes requisaban las bicicletas y los caballos. Una noche de invierno nos robaron todas las ovejas y durante el último invierno (de 1944/45) se repartía hasta 2 litros de leche a los que venían en bicicleta de Amsterdam. Como se ve, la situación era muy mala en Europa.
Considero que la elección recayó en la Argentina por tres motivos: en primer lugar, por poseer un clima templado; después estaba la abundancia de tierras negras y fértiles y, por último, que Argentina era un país católico.
En la Holanda de esa época, en especial para los campesinos, la religión formaba parte de su identidad social. La Argentina constituía una sociedad abierta y hospitalaria con mucha gente cálida y solidaria.
Los Toldos, tierra prometida
Cuando la familia Doeswijk llegó a Argentina, recorrió varias localidades como Las Rosas (Santa Fe) y Las Marianas y Almeyda (Buenos Aires). Hasta que Cornelis Andreas Doeswijk y su señora Cornelia Johanna Van Der Kleij compraron 116 hectáreas de la estancia La Ciudadela. Allí se dedicaron exclusivamente a la actividad del tambo y, en 1953, fundaron “Los Holandeses”, una fábrica de quesos artesanales que perdura hasta nuestros días.
- ¿Cómo fue la llegada a Los Toldos?
- En Los Toldos, la primera actividad que realizamos fue la agricultura: trigo, algo de cebada, maíz y girasol. Pero el proyecto principal de mi papá era instalar un buen tambo con una fábrica de quesos artesanales, que finamente cumplió y que hoy continúa mi hermano Sjakie.
Mi infancia en Los Toldos fue feliz, con una fuerte presencia de una familia grande, de padres trabajadores que dan contención a sus hijos, de los animales domésticos, de la caza con perros, de los juegos bajo los árboles y de la libertad.
Con el tiempo, casi todos (con excepción de Sjaan y Peter), nos casamos con argentinos o argentinas. Considero que fue una suerte no haber ido a una colonia holandesa, porque de esta forma hubiéramos tardado muchísimo más en integrarnos a nuestra nueva patria.
En Los Toldos también establecimos un estrecho vínculo con los monjes benedictinos. Desde niño fui a la escuela con Mamerto Menapace –monje del Monasterio-, pasamos la infancia juntos y hasta hicimos el Magisterio en Luján. Hoy en día somos muy buenos amigos.
- ¿Se siente más holandés o más argentino?
- Creo que un poco de cada cosa. Viví en Holanda, en Los Toldos, en La Plata –en donde me casé y tuve dos hijas, muchos años en Brasil, el último tiempo en Neuquén –en donde fui profesor de la Universidad del Comahue- y ahora, finalmente, me compré mi casita en Los Toldos y volví. Creo que soy la suma de todo eso.
Mis hermanos mayores si se sienten más holandeses y mis hermanos menores tienen una identidad más Argentina.
Nuestros padres, y también nosotros, tratamos de hacer algo con nuestras vidas y esperamos que nuestros hijos y nietos combinen lo mejor de lo viejo con lo mejor de lo nuevo y lo mejor de Holanda con lo mejor de la Argentina. La vida se asemeja a un barco y nosotros somos los barqueros: remamos de espaldas al futuro y mirando lo que dejamos atrás.
sábado, abril 23
CASITA ROBADA...historia de una familia mendocina y un pionero piamontes
Una novela escrita por María Josefina Cerutti donde narra "el secuestro, desaparición y saqueo" que cometió el ex almirante Massera contra su familia, ligada a la producción vitivinícola en Mendoza. Un relato que hilvana la llegada de un “pionero” piamontés con el testimonio de la autora en la megacausa Esma.
Casita robada (Sudamericana) es una crónica novelada –y viceversa– en la que la socióloga y escritora María Josefina Cerutti retrata la historia de su familia desde finales del siglo 19 hasta la actualidad. En el registro, la historia “personal” se hilvana con el devenir del país.
Organizada en capítulos breves –nombres, apodos, palabras, frases–, el relato permite tanto una lectura de corrido como de a partes: las habitaciones de una "casa grande", a los ojos de una niña; o la “casita”, si se la piensa como esa finca que fue expropiada bajo tortura.
La llegada del “pionero” Manuel Cerutti a Chacras de Coria, su desarrollo como productor vitivinícola en la citada región mendocina, el peronismo de los ’50, la adhesión de uno de los tíos a Montoneros, el posterior secuestro de su abuelo Victorio y el yerno de este (Omar) por una “patota de la Armada” –la fuerza que comandaba el ex almirante Emilio Massera–, la desaparición de ambos –sus cuerpos fueron arrojados al Río de la Plata– y el testimonio de la propia Cerutti en la megacausa Esma son algunos de las narraciones que se cruzan en el libro con vivencias personales en la Casa Grande de Charcras de Coria.
El título –Casita robada– remite al juego que la escritora y su abuela compartían. “Ella me enseñaba a jugar a las cartas. Y en ese ir y venir me iba contando muchas cosas”, reveló Cerutti.
Conto que el texto fue tipeado entre 2014 y 2015, “la intención de escribir un libro sobre mi familia había comenzado mucho tiempo antes, (del secuestro) desde que era una niña y los veía como unos personajes”.
“La casa es la verdadera protagonista del libro. Y la casa grande implica la familia entera, no solamente las paredes, sino lo material de las personas (…) Es un ir venir que no sigue una cronología, aún siendo cronológico”, abundó la también autora de Ni ebrias ni dormidas. Las mujeres en la ruta del vino (2012).
El tono final del relato –que en algún momento se pensó como poesía– llegó después de que Cerutti leyera Nada se opone a la noche, de la escritora francesa Delphine de Vigan: "Cuenta una historia familiar muy conmovedora pero sin ficcionar, con los personajes reales. Y decidí que yo también iba a contar la historia de esta familia con los nombres y apellidos reales”.
El grupo de tareas 3.3.2 de la Armada Argentina irrumpió en el jardín de la Casa Grande de los Cerutti el 12 de enero de 1977. A las 2 de la madrugada, “las bestias” bajaron vestidos de azul y con medias en la cara.
Encapuchados, se llevaron a Victorio, de 75 años, y a su yerno Omar Masera Pincolini, de 42.
Ambos estuvieron secuestrados en la Esma (Escuela de Mecánica de la Armada), el campo clandestino de detención que vigilaba Massera.
“Yo no creo que exista la verdad, sino las verdades. Esta es mi mirada de aquello que sucedió. Es mi mirada de mi familia (…) Es lo que se me ocurrió armar con los pedacitos que encontré, con las investigaciones que hice durante mis estudios en la universidad, cosas que me contaron mis amigos o vecinos, cartas; muchas fuentes que traté de armonizar o de desarmonizar, o de juntar en Casita robada”, concluyó Cerutti.
Después de las esquirlas, el exilio. "La bomba que estalló en el corazón del patio, esa que explotó debajo del colchoncito de nuestra cuna, fue tan potente y arrasadora que hizo de la Casa Grande una montaña de esquirlas desperdigadas por el planeta". Y repasa: en la Argentina quedaron "Coco" y Josefina en Mendoza, "Kuky" y sus hijos, en Buen
Familia Cerutti a pleno |
os Aires, "Buby" y su familia, más los Malou y los suyos, en Distrito Federal, Mónica y su hija Valeria, más Horacito y Norma con su hija en Ecuador. Señala la foto de la contratapa del libro. "Fue un horror y todavía hoy lo padecemos. Ninguno de los primos está a salvo de esa historia, de todos los que estamos en esta foto, todos lloramos por esta historia hoy".
Así, desheredados, heredaron un mundo.
sábado, abril 16
Científicos entregan detalles sobre descendientes de la familia de Leonardo da Vinci
La investigación iniciada en 1973 permitió descubrir a 35 descendientes de la familia del pintor, y uno de ellos sería el cineasta Franco Zeffirelli, director de "Romeo y Julieta" (1968) o "La Traviata" (1983).
Tal como se había anunciado a principios de semana, investigadores italianos anunciaron este jueves el descubrimiento de descendientes vivos de familiares del genio del Renacimiento Leonardo da Vinci, a pesar de la desaparición de su cuerpo y por lo tanto sin recurrir a tests de ADN.
En conferencia de prensa celebrada en Florencia, los historiadores Alessandro Vezzosi y Agnese Sabato sostuvieron que la familia del pintor y matemático no se había extinguido, como se pensaba.
Iniciada en 1973, la investigación ha permitido descubrir unos 35 descendientes de la familia del pintor de la Gioconda y uno de ellos, según los medios, sería el cineasta Franco Zeffirelli, director de "Romeo y Julieta" (1968) o "La Traviata" (1983).
Leonardo da Vinci no tuvo hijos. Estos descendientes serían familia de sus hermanos y hermanas.
Los restos mortales del maestro toscano se perdieron en las guerras de religión sucesivas a su muerte en 1519, lo que privó a los científicos de preciosas muestras de ADN para intentar identificar cinco siglo después a miembros de su familia.
No obstante, los investigadores lograron reconstituir un árbol genealógico a partir de documentos hallados en iglesias y registros de propiedad, relacionados sobre todo con mujeres de la familia.
El anuncio de descendientes vivos de la familia del maestro renacentista conmocionó Vinci, su ciudad toscana natal, donde varios vecinos descubrieron sus vínculos con el artista.
"Mi mamá Dina tenía razón. Nos había hablado de documentos y cartas escritas hace lustros y que sólo se podían leer en el espejo", referencia al hecho de que Da Vinci escribía a veces de derecha a izquierda, declaró al diario La Stampa Giovanni Calosi.
"Nunca le dimos importancia a esos documentos que se perdieron o vendieron. Pero lo que consideramos mucho tiempo una leyenda transmitida de generación en generación ha resultado verdad", añadió este ex librero que lleva nueve años colaborando en el estudio.
viernes, abril 15
Piccola Italia: en Palermo, un barrio que celebra la inmigración
Son cinco cuadras con restaurantes y ferias.
En la ciudad de Buenos Aires se está gestando una Piccola Italia, cinco cuadras que son un espacio gastronómico y cultural para compartir y expresar la italianidad.
Sus impulsores ya imaginan el arco en la esquina de Arévalo y Gorriti, en el barrio porteño de Palermo.
La italianidad en la Argentina resulta difícil de definir porque logró distribuirse en toda la sociedad, porque es inasible y omnipresente. Está en las palabras entremezcladas con el lunfardo, está en el valor de la familia y los amigos, está en las recetas heredadas y argentinizadas, está en cada barrio porteño con los negocios de nombres italianos, está en los aperitivos, está en las Volturno para el café corto y fuerte. Está.
El último informe de la Fundación Mundial de Migrantes revela que en 2015 más de 4.600.000 ciudadanos italianos residen en el extranjero. Comparado con el año anterior la cifra creció 3,3 por ciento. Estos datos surgen de los italianos que se registran en el Anagrafe Italiani Residenti All'estero (AIRE), pero deja afuera a muchos otros que no se inscriben aquí. La investigación muestra que los jóvenes de entre 25 y 39 años son los que más están migrando (conforman el 44 por ciento). La Argentina, Alemania y Suiza son los países que más italianos recibieron en la última década.
Il Ballo del Mattone, uno de los restaurantes ubicados en el corazón de esta Piccola Italia, en la entrada se parece a una despensa de antaño. Enseguida un patio como de un conventillo de La Boca, al reparo de toldos con los colores de la bandera italiana. "Buongiorno", saluda un mozo. Una pizarra que es la carta de platos (escrita en italiano) circula por el restaurante. En las paredes se imponen un buda de cerámica, un Cristo redentor en yeso, muñecas tipo Barby, fotos, cuadros, una escultura de mujer en
tamaño natural, un trofeo.
tamaño natural, un trofeo.
"Este postre, la panna cotta, es una caricia al paladar.Mientras más fría mejor", recomienda el dueño de este restó con aire de conventillo cool, el tano Adrián Francolini. Este mediodía él viste una túnica con los colores de Italia. Su pelo, cortado simulando una cresta, es celeste y blanco. Cuenta que Il Ballo fue una revancha después de varias semanas en coma; de esto hace 9 años. "Me di cuenta de que tenía una segunda oportunidad y que quería tener un lugar mío, un bar italiano", dice, quien hoy se define como director artístico de ese espacio gastronómico-cultural.
Su padre tenía una despensa y él de chico lo ayudaba. "De allá vienen mis ganas de recuperar lo italiano", dice. Primero instaló un pequeño bar, a pocos metros de donde funciona ahora Il Ballo, luego fueron dos y tres, que se integran, con distintas especialidades, a este corredor de comercios con impronta italiana que se sucede en Gorriti, entre Arévalo y Bonpland.
"La italianidad está empezando a copar el barrio. En el mercado de pulgas se están abriendo emprendimientos. Italianos que tenían su restaurante en alquiler ahora deciden arrancar ellos", se entusiasma. "De acá a septiembre, cuando llegue el Al Dente! 4, que es un día de celebración de Italia acá en la calle, estamos viendo de tener los permisos oficiales para hacer nuestro arco. Si el barrio chino lo tiene, por qué no Italia". Cuenta que el área de Colectividades del gobierno porteño estudia declarar esa celebración de interés cultural e iniciar los trabajos para que el barrio se convierta en un arbolado paseo peatonal coronado por un arco.
El ahora ex director de Colectividades Julio Croci, actualmente a cargo de la Dirección Nacional de Pluralismo e Interculturalidad, quien inició las conversaciones con Francolini, confirma que el gobierno acompaña este espacio que se consolida en Palermo. "Se va a dar de forma natural el barrio, porque hay mucho empuje con la llegada de jóvenes italianos, una nueva inmigración que le da otra impronta a la italianidad", dice.
Verónica Morello es la cantante y fundadora del grupo Madonna Nera. En la Piccola Italia, a su grupo se lo conoce como "los gitanos de Madonna Nera" cuando danzan en ronda y ponen a sonar su música popular, esos ritmos que son, a la vez, rituales ancestrales. "Mi abuelo tenía bandoneón, un organetto, siempre tocaba las canzonetas. También le gustaba el tango", recuerda. Trae de un mueble de su departamento en Palermo una foto en tonos sepia en la que se lo ve a su abuelo tocando un tango en un organetto y a dos hombres bailando a su lado. "De chica estudio canto, piano, algo de acordeón", dice. "Una vez encontré unas partituras de mi abuelo. Empecé con la canzoneta italiana a partir del acordeón y después seguí con una búsqueda propia; pude apropiarme de mi identidad italiana y vivir esta música con mi alegría".
Verónica también es responsable del Ente de Turismo Italiano en Buenos Aires. Dice que en la Piccola Italia se siente "como en su salsa". Se entusiasma. "Lo que está bueno del barrio es que la visión que propone es aggiornada y artística. Allí se busca una manera de conectarse con Italia, con la gastronomía, con el arte. Se está desarrollando la italianidad del ítalo-argentino actual", dice. Y agrega: "A mí me encanta poder compartir con gente mi pasión por Italia".
Antonio Morello, el papá de Verónica, nació en Fuscaldo, Italia, en la segunda guerra mundial; es consejero electo del Comité de los italianos residentes en el exterior (COM.IT.ES) por la lista M.I.R.E. y trabaja por los ciudadanos italianos residentes en Sudamérica. "Hay un grupo de italianos, nuevos y viejos residentes, que se junta en la plaza de la Recoleta a hablar italiano; está la comunidad de Aperitano, que a través de Facebook se convoca una vez por mes para tomar cócteles, recrear la italianidad, discutir temas de Italia; ahora también está la Piccola Italia en Palermo, con un ambiente muy abierto de extranjeros y gente joven", enumera.
Dice que está en contacto con estos "emergentes" porque muchos tienen los mismos problemas que tuvieron su familia y los 120.000 italianos nativos que se estima que viven en la Argentina. Antonio habla del renacer de la italianidad dormida en muchos nietos de inmigrantes y se emociona. "Los hijos de los que vinieron son los que llamo la generación perdida, porque por los dolores de sus viejos prefirieron borrar lo que significaba aquella tierra. Ahora están los nietos preguntándole a la nonna de dónde era, cómo vino, en qué barco, qué recuerda. En esas charlas resurge la emoción de lo que llevan en la sangre y dormía", dice.
Maxi Manzo tiene 28 años y es nieto de italianos. Como su familia, él siguió el camino de la música: hace pop rock en italiano. "Mi abuelo tocaba el acordeón y cada reunión familiar era una verdadera fiesta. Mi sangre me llevó a incursionar en la música popular italiana, a estudiarla y a investigarla", dice. Cuenta que cuando lo invitaron a cantar junto al grupoMadonna Nera en el barrio italiano en Palermo se encontró con un nuevo público italiano que lo maravilló.
"Para mí fue algo increíble cantar música popular italiana y en idioma dialectal en el corazón de Palermo. Venía acostumbrado a actuar en asociaciones italianas para un público muy mayor", compara. Y sigue: "En la Piccola Italia me siento en mi barrio, conozco al peluquero Richard, al policía de la cuadra, caminás por ahí y siempre te encontrás con un amigo, con un artista, surgen proyectos, soñamos con viajar y con difundir esta cultura tana". Es feliz de saberse parte de este momento en Buenos Aires.
En el departamento de Verónica Morello hay varios paquetes de pasta dePaese Dei Sapori, en un frasco de vidrio en la cocina de la novela La Leonase adivina la misma marca de pasta seca, en Il Ballo del Mattone estas pastas son palabra santa. Víctor Sardella, quien vivió en Nápoles hasta los 15 años, ahora es socio de esta fábrica de pastas importada de Turín. "Cuando me retiré de mi actividad como ingeniero, con un amigo y ahora socio decidimos comprar una planta que producía pasta en Italia y que salía a remate. Dijimos: 'Si la ganamos vamos a hacer algo en Argentina que sea tradicionalmente y verdaderamente con espíritu y alma italianos'". Y ganaron la pulseada. En 2013 llegaron las máquinas, contrataron supervisión italiana y se pusieron a producir: tienen 30 variedades distintas de pasta, un volumen de producción de 8000 kilos mensuales y están en plena expansión.
Para ellos insertarse en la Piccola Italia fue toda una prueba. Ahí habría paladares italianísimos. "La primera vez que participamos en Al Dente! dimos pasta para que se sirviera gratis en el restaurante de Adrián Francolini. Nosotros vendíamos paquetes de pasta afuera en dos mesas: tuvimos que ir cinco veces a la fábrica a reponer porque nos quedábamos sin", recuerda Víctor. "Ahí nos dimos cuenta de la aceptación de lo nuestro".
Al año siguiente cocinaron en la calle. "Había una cuadra de cola", dice. Y cada año fue mejor. "Si algo le faltaba a Palermo era esto. Acá lo que pega es que se trata de un ambiente italiano, no armado sino sentido. Porque vos caminás esas cuadras y te podés quedar todo el día. Para mí es muy emocionante, porque estás bajo el paraguas de la italianidad, la gente entra en un mundo: es como estar en una cuadra de Nápoles, en sus mercados", dice. Describe aquel escenario tan conocido, tan querido y no tan lejano.
Roberto Lampa es de la zona centro norte de Italia, de Ancona, una ciudad sobre la costa del Mar Adriático. Aunque el escenario a simple vista no se parece, para él Buenos Aires y su ciudad natal tienen la misma "naturaleza". Roberto era investigador en su país y por los recortes suprimieron su proyecto; su novia argentina también corrió la misma suerte. Empezaron a evaluar propuestas: vivieron en París y en Nueva York, donde cada uno terminó su posdoctorado, pero ninguna de esas ciudades los convencía para quedarse.
"Hay una cuestión de vivir, no sólo trabajar. Y en ninguno de estos lugares estuvimos cien por ciento conformes porque la naturaleza, tanto del italiano como del argentino, es que hay ciertos valores, cierta cosa importante que compartimos: la familia, los amigos, que son muy lejanos en la cultura anglosajona o incluso francesa", dice. Hace tres años y medio que comparten un departamento en Palermo y ambos lograron incorporarse en la carrera de investigadores de Conicet. Su proyecto de investigación también conecta a ambos países: es un estudio comparado de la crisis argentina de 2001 con la de Euro de 2008.
Como un modo más de explotar su ser ítalo-argentino (desde hace un tiempo tiene doble ciudadanía) Roberto integra el Laboratorio di Ideee Italia Argentina, un espacio que, entre otros proyectos, emprendió una encuesta para conocer más sobre la inmigración de italianos en la última década. La abogada María Inés Tarelli, miembro activa de esta institución, se explaya en los objetivos de este grupo integrado por descendientes de inmigrantes y jóvenes recién llegados de Italia. "Este grupo se creó para expresar la nueva italianidad en una asociación nueva que nos permita dialogar con una Italia distinta a la que nos transmitieron nuestros abuelos", dice.
Giuseppe Sauro (29 años) y Attilio Ardito (30) no se conocían en Italia; coincidieron en un hostel de Buenos Aires donde se hospedaron para terminar el postítulo en Relaciones Internacionales en la sede argentina de la Universidad de Bologna. Dice Attilio: "Yo prácticamente me escapé de Italia, porque me recibí y no tenía trabajo, no tenía perspectivas. Llegué acá y sólo sabía de Maradona. Ni conocidos, ni amigos, nada. Y de a poco me fui enterando toda la historia que tienen con Italia. Acá hablás en italiano y a la gente se le ilumina la cara", dice, en un bar de Palermo. Y cuenta que estar en la Argentina para él fue redescubrir y amar de nuevo a su país.
A su lado, Giuseppe asiente. Su interés por esta ítalo-argentinidad llegó hasta su tesis de posgrado: estudió la inmigración italiana en la Argentina. "Vemos que siguen llegando muchos jóvenes cada día. Es gente que en principio viene por un tiempo, algunos a estudiar, pero luego se quedan", dice.
Esta movida joven fue la que en parte los impulsó a Attilio y a Peppe a crear Aperitano, un puente entre la Argentina e Italia. En encuentros itinerantes -se organiza cada mes en diferentes barrios porteños- se comparten aperitivos y comidas típicas de Italia; siempre hay una banda en vivo y una muestra de fotos o cuadros italianos. "La movida cultural es la intención. Como lo que se genera en el barrio italiano de Palermo, lo que es importante es que no sea de promoción comercial", dice Attilio. "Que tenga un alma", aporta Giuseppe.
martes, abril 12
El Museo de la Inmigración es todo un furor
El edificio, ubicado en un predio de la Avenida Antártida Argentina al 1200 y lindero al Apostadero Naval donde está amarrado la Fragata Libertad, es hoy sede de la Dirección Nacional de Migraciones y del Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Muntref), entidad que expone allí, en el tercer piso, dos muestras interconectadas: una dedicada a los aspectos generales de la inmigración y otra específica sobre las corrientes migratorias provenientes de Italia y España.
Según explicó a Télam Marcelo Huernos, investigador de la Untref a cargo de las muestras, éstas son visitadas principalmente por "turistas que desembarcan de los cruceros", a los que se suman contingentes de escolares, de jubilados y dos servicios de visitas guiadas, abiertas a todo público, durante los fines de semana.
Además, visitantes ocasionales las recorren luego de recabar información sobre la llegada al país de sus ancestros, un servicio gratuito brindado en la planta baja del edificio por el Muntref, con datos aportados por el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericano (Cemla).
La primera exposición, denominada "Para Todos los Hombres del Mundo", dedica su ámbito no sólo a la inmigración histórica, sino también a la actual, a través de numerosas pantallas se pueden ver y oír los testimonio de quienes arribaron en época reciente para ofrecer sus trabajos y talentos al país.
La exposición contigua, "Italianos y españoles en Argentina", de la que el historiador es productor, y que se adentra en la descripción de esas dos corrientes migratorias mayoritarias a través de una escenificación sinuosa y exquisita realizada en madera. Huernos explicó que ambas exposiciones "se desarrollan sobre núcleos temáticos" a los que describe como "viaje, llegada, inserción y legado" para la primera y "emigración e Inmigración, llegada y establecimiento; asociacionismo; industria; exilio, inmigración y política" para la segunda. Ni bien se accede a la primer muestra, una deslumbrante maqueta de casi tres metros de largo del vapor SS Tubantia (hoy en reparación) que supo cubrir el trayecto entre Holanda y Sudamérica, y que simboliza a las decena de navíos que transportaron tantos sueños.
Sendero del tiempo pasado
Al seguir el sendero propuesto por la muestra, una representación de los aposentos exhibe una decena de literas y varios utensillos que usaban los huéspedes.
Mas adelante, el visitante tendrá ante sí infinidad de muestras de lo que fueran pasaportes, fichas de ingreso, planillas y otros documentos que describen la vidad de muchos de los hombres y mujeres que contribuyeron a poblar nuestro suelo, y también podrá observar herramientas y utensillos personales donados por los descendientes de aquellos que llegaron del otro lado del mar.
Como broche final de esta primera exposición, un ala se dedica a Enrique Mosconi, el ingeniero hijo de inmigrantes que fuera pionero de la industria del petróleo en el país a través de la dirección de la empresa estatal YPF. La segunda muestra, fotografías, infografías, y elementos audiovisuales, se ocupa, a través de una elaborada escenificación, de poner en relieve vivencias de millones de italianos y españoles.
fuente:lanueva.bahia blanca
viernes, abril 8
Imágenes del maestro que retrató boliches y carpinterías
Fernando Paillet. El libro “Fotografías de Esperanza y la pampa gringa” recoge su obra.
Nacido en Santa Fe en una familia de colonos, es considerado el artista más talentoso del primer cuarto del siglo XX.
Fundada en 1856 por unos mil inmigrantes suizos, reclutados por un conocido empresario salteño, Esperanza fue la primera colonia agrícola del país y en sus décadas iniciales brilló como modelo de organización, por su capacidad para establecer sus propias instituciones comunitarias. El presidente Sarmiento la visitó en 1870, admirado de cómo iba replicándose ese impulso por toda la provincia. “Las fiestas sociales más espléndidas de aquellos años -destaca el historiador y coleccionista Príamo- no se hacían en las casonas del viejo patriciado santafecino, sino en las mansiones de la nueva burguesía de Esperanza. Para esas familias la cultura era un valor -valor de salón, tal vez, pero capaz de alentar inquietudes artísticas.”A fines de octubre de 1880 nació allí Paillet, un hombrecito llamativamente pequeño, segunda generación de argentinos por parte de madre pero de padre valón. Los belgas habían emigrado por centenares a Santa Fe. En 1902 abrió en la ciudad su estudio, donde haría cientos de encargos familiares por mes: bebés sobre almohadones y damas en sofás de rico brocado.
Según Príamo, solemos imaginar que a la vuelta del siglo el interior era un territorio aislado del resto del mundo: es un error. “Esperanza era una ciudad activamente multilingüe; Paillet era bilingüe en francés y su biblioteca, una de las pocas pertenecientes a un fotógrafo del siglo XIX que se conservan, tiene volúmenes franceses de teoría y estética de la fotografía”.
-En su estudio, Paillet hacía foto social; retrató a los fundadores de Esperanza y a todas las familias prósperas. Pero su genio, afirma usted, se despliega al retratar los oficios y sus empleados, fotos de gremios, digamos, en los interiores de los comercios y también en los grupos al aire libre. ¿Cómo lo ubica dentro de la historia de la fotografía argentina?
—No tengo duda de que fue el más talentoso del primer cuarto del siglo XX. Paillet es el eslabón más creativo entre los fotógrafos clásicos del siglo XIX -artistas como Benito Panunzi, Christiano Junior, Samuel Rimathé- y lo que será la vanguardia del XX encarnada por Horacio Coppola, Grete Stern, Anatole Saderman y Annemarie Heinrich. Sus retratos y sobre todo sus interiores de boliches, talleres y negocios reúnen excelentes encuadres, luz y poses. Tiene un equilibrio admirable entre la densidad de la gran composición pictórica (él comenzó muy aferrado a la tradición pictorialista de la fotografía) y la ligereza y fugacidad del momento. De esto deriva su magnetismo. La solidez antropológica del quehacer cotidiano, ese contraste antiheróico, alcanza en su obra intensidad expresiva. Cada foto suya contiene, como decía Isaac Babel, una gota de eternidad.
-Usted dijo que a comienzos del siglo XX, la cultura argentina estaba muy conectada al mundo.
-Así es, queda patente en la biblioteca de Paillet. Hay libros importantes de la época, como Esthétique de la photographie, publicado por el Photoclub de París. También tenía Le Photogramme, que reúne artículos de los mayores fotógrafos pictorialistas de esos años, quienes publicaban también sus fotos en Camera Work, la revista trimestral de Alfred Stiglitz en los Estados Unidos, asociada al grupo fotográfico Photo-secession. Otro título de H.P. Robinson, De l´effet artistique en photograhie. Paillet estaba al tanto de los grandes debates de la fotografía; al tanto de las vanguardias europeas y estadounidense y de la incipiente teoría.
-¿Fue un referente directo de Coppola?
-Pensemos que no existía prácticamente difusión del material fotográfico; el único medio era el Correo Fotográfico Sudamericano, que de Paillet publica la foto “El Cristo”, un ensayo fotográfico de 1924. Pero el Correo tampoco valoró la vanguardia argentina. Ellos nunca publicaron a Coppola; este solo fue reproducido por Victoria Ocampo, que sí era amiga de Stiglitz.
-El final de Paillet es triste; exhibe un destino mancado de grandeza. Usted cuenta que murió amargado luego de que se truncara un proyecto municipal.
-La historia me llegó hace muchos años por su sobrino, Rogelio Imhof, su asistente en los últimos tiempos. Durante años impulsó la creación de un museo en Esperanza; Paillet proponía además fundar un archivo histórico fotográfico. El intendente Raúl Mendé, quien luego sería Secretario de Bienestar Social a nivel nacional del primer gobierno de Perón, le instruye que arme el proyecto. Entonces Paillet concibe una innovación museológica sin referentes. Empieza a componer cuadros históricos con imágenes de él y de otros fotógrafos. El despliegue está emparentado con un collage sinóptico: la historia de un colegio y sus rectores, los colonos del pueblo, el Partido Radical. Asistido por su sobrino, arma 200 de estos cuadros con dinero propio. Llegaron a hacer un adelanto del museo con gran éxito, en el Salón Blanco de la Municipalidad en 1947. Pero luego, cuando se fue Mendé y llegó otro intendente, un tal Von Fuhr, dictó un decreto dejando todo sin efecto porque no había presupuesto. En su testimonio, Imhof cuenta que el tío se dio a romper los cuadros. Primero les fue quitando los marcos y desarmando los montajes a escondidas, sin anunciarlo. De las 200 sinopsis solo quedan tres o cuatro, el árbol genealógico familiar, la escuela suiza Lacroix, el quién es quién del Partido Radical, que era muy fuerte en Santa Fe. Paillet vendió su equipo fotográfico casi entero una década antes de morir.
La frontera, drama y picaresca
Cada uno tiene su atributo, como si se tratara de instrumentos de trabajo. La imagen recoge la aventura fabulosa del país mestizo, cuyo relato llega a nosotros por Pedro Grenon, cura jesuita e historiador de Esperanza. Los hermanos Guernica eran gauchos de la zona, capturados por indios del Gran chaco. Uno de ellos (con guitarra) estuvo cautivo 21 años; 17 años el otro (botella). Volvieron a la colonia acompañados por un vecino de “los toldos” (lanza), quien permaneció un tiempo en Esperanza antes de regresar al Chaco. Pese a la confrontación ocasional, la frontera se desdibujaba en Santa Fe y era habitual que los pobladores originarios trabajaran en la construcción en las colonias.
Por Matilde Sanchez
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